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Por Beatriz W. de Rittigstein
El fundamento doctrinal islámico coloca la vida de la mujer bajo dominio del hombre.
El Islam afirma que el hombre y la mujer son iguales como seres humanos, con las mismas responsabilidades y derechos; las diferencias radican en la naturaleza física y psicológica, y ello les otorga roles sociales complementarios. No obstante, las condiciones de la mujer en una sociedad donde predomina el Islam radical, son infrahumanas, pues su mundo se ve reducido a una pequeña cárcel: la visión que tiene desde la rejilla de la burka, el manto que la cubre de la cabeza a los pies y que se lo impone su padre o su esposo.
En una sociedad regida por la sharia, la interacción entre hombres y mujeres no se produce de forma natural y ello determina que la mujer esté en una situación de minusvalía y opresión. El Islam establece que la mujer tiene que estar protegida por un hombre de su familia, quien hace respetar su dignidad y honor; se le impide viajar sola; no puede casarse sin la aprobación de su tutor legal; se permite la poligamia masculina; el divorcio depende del hombre; la mujer sólo puede estudiar y trabajar con otras mujeres y no mezclarse con hombres.
El Islam prohíbe golpear a las mujeres; sin embargo, la misma ley islámica reconoce que está permitido "aleccionar a las esposas como último recurso y por un motivo válido. Similar a cuando se le da una palmada a un niño para que aprenda una lección y obedezca", considerando a la mujer como un infante al cual se le impone disciplina.
La barbarie contra la mujer de la que se sospecha promiscuidad lleva a que sea lapidada. Por otras "faltas" menores a la "moral", como desobediencia a la autoridad del jefe de su familia, recibe azotes y palizas.
El fundamento doctrinal islámico coloca la vida de la mujer bajo total dominio del hombre.

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