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Por Diego Martínez
La ironía del destino ha demostrado que, una vez más, Occidente no da un paso en la dirección correcta. En la última cumbre del G-20, los Estados Unidos y las principales potencias occidentales no han hecho su hoja de ruta sobre Oriente Medio, y las vacilaciones se vuelven a convertir en la cara oculta de muchos países.
El pronunciamiento de EEUU y de sus principales aliados está enmarcado dentro de dos posiciones: no suministrar armamento al régimen iraní y al islamismo extremista algo, por otra parte, que no ha quedado nada claro en el segundo caso, y de disuadir a Israel de dar pasos para defenderse por su cuenta de una amenaza cada día más cierta. Argumentos que dejan clara su poca consistencia a la hora de controlar la comunidad internacional el extremismo islamista y, sin embargo, "amenaza veladamente" al Estado de Israel en sus planteamientos soberanos de autodefensa.
La vacilación de la comunidad internacional nos recuerda que la historia no ha terminado, quizás sólo sea uno más de sus ciclos.
Porque es incapaz de parar ese remolino antiguo que Oriente Medio sacude una y otra vez. Y esa pasividad nos recuerda que el mundo de la posguerra fría está ahora librando sus batallas en este ojo del huracán donde parece cruzarse desde siempre todas las fuerzas y todos los intereses. Es la historia que cierra y abre nuevos frentes con los mismos personajes, pero con el guión cambiado.
Aunque paradójico, incluso viejos enemigos son, a veces, los nuevos aliados. Y todo se mueve bajo la permisividad de la comunidad internacional, dejando ante el mundo al Estado de Israel como culpable.
La historia reciente no deja lugar a dudas del comportamiento de Occidente en Oriente Medio. Un ejemplo muy oculto: el desaparecido Sadam Husein (foto) fue el tirano más mimado por la ex Unión Soviética y Francia durante décadas y luego, en los años 80, socio favorecido por los bandos europeos, aliados de Occidente y cliente privilegiado de las fábricas alemanas y norteamericanas y, en menor medida, por las españolas.
Una historia que nos recuerda cómo los intermediarios del eje español Málaga-Madrid-Bilbao suministraron, con el conocimiento del Gobierno de Madrid, armas y munición a Bagdad y Teherán.
Cómo aviones de la compañía aeronáutica Casa, y camiones y carros de combate eran enviados para abastecer (y también vendidos) de material bélico a los países árabes y, de paso, para armar a los movimientos extremistas que se enfrentaban a Israel. Empresas españolas como Explosivos Río Tinto, Esperanza, Santa Bárbara (la joya de la corona, a caballo entre los ministerios de Defensa e Industria), Gamesa y Expal aprovisionaron durante mucho tiempo al mundo islamista. Y parte de estas exportaciones siguen hoy día con el mismo itinerario.
De ahí, por más que nos quieren hacer ver otra cosa, que el nuevo orden internacional tiene mucho de viejo. Y la clave de los conflictos de Oriente Medio está precisamente en sus diseños ocultos, en los que siempre está ese nuevo orden; que es el mismo, no cambió.
La otra verdad, que quieren ocultar, pero que no pueden, está empujada por la codicia más directa: la trama del petróleo, donde es difícil de precisar si la política está supeditada a la economía o viceversa, ha tenido la oportunidad de ejercer una y otra vez sus armas ocultas.
Otra historia que se oculta es el nacimiento ideológico de Intifada. A la comunidad internacional no le interesa dar a conocer cuál fue el embrión de esta operación. Basta con retroceder a los coletazos de la Guerra del Golfo para tener una idea clara de lo ocurrido. En diciembre de 1987, tras el "terremoto" del "Irangate", hay un hecho peculiar: el cambio de la política de Washington en la zona, coincidiendo con el conflicto de Gaza, conocido como la Intifada. No se descarta, y tampoco ha sido desmentido, que naciera con alguna ayuda discreta y no oficial norteamericana. Entre otras razones, porque Estados Unidos no quería poner en peligro las siempre maltrechas relaciones con el mundo árabe, incluso el extremista.
Otra vez surgen los intereses: el petróleo y el control de la zona a cambio de importantes ayudas militares. Pero Occidente sigue ocultando todo este entramado de intereses y de ayudas veladas.
Hoy, por mucho que nos quiera trasladar la comunidad internacional, la escena en la zona es clara: la ayuda de los países del islam y la salvaguarda de los medios financieros que garantizan la posibilidad de sostener organizaciones extremistas así lo atestiguan.
Aún así, este hecho no divide a la opinión internacional, y la controversia de este conflicto tiene siempre un culpable a los ojos del mundo: Israel. Al menos, así nos lo quieren presentar.
Además, y por si esto fuera poco, el elemento religioso integrista fue ganando peso específico hasta el punto de incidir, por intereses puramente económicos, en los gobiernos y en las grandes compañías occidentales. Así, el integrismo islámico (al que presentan como víctima) tuvo y tiene el soporte perfecto para recobrar, cada vez más, su vigor como espíritu de cruzada sobre un diálogo que durante décadas fracasó.
Hoy, la comunidad internacional sigue trasladando su inquietud por la situación de Oriente Medio. Pero también sigue ocultando que muchos países que la integran están suministrando armamento al islamismo "moderado" y extremista, entre ellos España, y cuestionando la legitimidad del Estado de Israel en su autodefensa. Una vez más la hipocresía de Occidente aparece ante la opinión pública en pañales.

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