Por George Chaya
Al enfrentar la realidad del Oriente Medio, la dirigencia europea, incluso la administración estadounidense deberían tener presente que la historia siempre ha defendido el lugar de sus héroes, al igual que de los hombres y mujeres de bien y de los justos. Cualquier hecho o circunstancia que se pretenda distorsionar o falsear con respecto a la verdad histórica a tenido (y seguirá teniendo) sus responsables y ellos habrán de ser quienes ocupen el lugar del olvido y la degradación.
En lo relativo a la solución del conflicto en el Oriente Medio existe una pregunta que Occidente jamás se ha efectuado sobre lo complejo y difícil de ser árabe en estos tiempos, No es fácil ser árabe, pero los burócratas occidentales no lo comprenden pues llevan años hablando y (de algún modo) apoyando a dictadorzuelos y criminales, ellos jamás se han colocado por un segundo en la piel de las personas comunes de aquella parte del mundo.
Mucho menos fácil es provenir del mundo árabe, tener un criterio independiente y dar a conocer y sostener verdades históricas que muestran indudablemente como se ha destrozado la riqueza de una cultura milenaria hasta llevarla a lo más oscuro de la decadencia en materia de ideas que (en numerosos casos) rinden culto a la desgracia y a la muerte.
No menos dificultoso es ser árabe y libre. Hay que tener gran fortaleza para ello y para alzar la voz contra las injusticias que los gobiernos dictatoriales llevan adelante sobre sus propios ciudadanos, lo mismo para hablar del escaso porcentaje de alfabetización, la falta de políticas en materia de salud y educación, la migración desde las zonas rurales a las ciudades, la inequidad del desempleo entre los jóvenes, los descontrolados presupuestos y gastos en armamento de las fuerzas de seguridad para reprimir a sus propios ciudadanos y de los increíbles niveles de corrupción entre los dirigentes políticos, esto último, auspiciado por grandes compañías extranjeras con quienes las dictaduras árabes gustan asociarse para perpetuar el dominio sobre sus pueblos hasta sumirlos en indecentes niveles de postergación y pobreza con que los somete en el día a día.
Como sea, la problemática no se agota en estas situaciones de inequidad como piensan algunos gobiernos occidentales. El virus endémico tiene aun raíces más profundas para desgracia de las poblaciones árabes puesto que hay una idea preconcebida, un marco mental que adquiere forma en una raigambre pesimista y fatalista sobre el futuro. Esto (lejos de justificar acciones violentas) genera una cosmovisión que da lugar a un sentimiento de desesperación difícil de superar y facilita posiciones extremas aprovechadas en los últimos 60 años por no poca dirigencia política regional inescrupulosamente criminal.
Así pues. Cualquier política de la dirigencia occidental y americana que permita a los gobiernos árabes extremistas continuar con sus designios habrá de naufragar en el fracaso más estrepitoso. La única esperanza para revertir la problemática del avance del integrismo en los pueblos árabes consiste en centrarse “en el individuo”. No pocos gobiernos árabes estimulan las posiciones sectarias augurando visiones de un futuro oscuro generando impotencia en sus poblaciones y esto ha sido lo que llevo a la parálisis colectiva de la cultura árabe como se aprecia hoy día y esta realidad no beneficia, por el contrario, ha provocado guerras entre las naciones, matanzas tribales internas y una espiral de odios que excluye cualquier esperanza y ha sido el epicentro donde todos los males han tenido la posibilidad de instalarse facilitando el camino a la propia destrucción de los valores culturales que han precedido lo más rico de la historia de los pueblos árabes.
En otras palabras. Si Occidente pretende tratar al mundo árabe bajo sus propios parámetros idiosincrásicos, sólo se dará de nariz con su propia frustración. Los pueblos árabes necesitan mirarse a sí mismos y comprender que para acabar con sus males tienen que llevar a cabo revoluciones con ideas innovadoras desde dentro, y ello no significa que los cambios deban ser traumáticos ni violentos. Los árabes tienen que aprender a ser y reconocer lo que son, y no a vivir de lo que han sido o soñar lo que serán, menos aun en las actuales condiciones.
El papel que le cabe jugar a Occidente en este tema no puede ser ignorado, se debe prestar ayuda responsable para acabar con los males actuales y ello no se resuelve con políticas claudicatorias y buenistas, menos aun presionando a otros estados; por el contrario, con estas conductas la administración Obama y los gobiernos europeos poco aportan a los ciudadanos árabes sometidos y sojuzgados por gobiernos totalitarios, más bien están conspirando contra la libertad, la seguridad, la educación y la salud que declaman no pocas cancillerías europeas en Oriente Medio.
Occidente y Europa deben ayudar mostrando el camino para salir de la impotencia y el desencanto con alternativas ideológicas que muestren un camino de esperanza y cambio con un mensaje claro y directo a los pueblos árabes para que estos internalicen la idea que si están dispuestos a luchar por volver a ser una referencia tengan el apoyo necesario. Los pueblos sin esperanza y sin expectativas reales son pueblos condenados a la decadencia y sus estándares de modernidad y progreso quedan en el más oscuro pozo del pasado a riesgo de caer casi siempre en la violencia y el descontrol. Es claro que los dictadores y los regímenes fascistas y teocráticos no tendrían futuro si Europa y Occidente adoptaran políticas innovadoras responsables y rígidas en el sentido de su cumplimiento, algo muy diferente a lo que hoy ocurre.
En el mundo árabe actual será difícilmente posible un cambio positivo en pos de rescatar una cultura milenaria y rica mientras haya coacción y gobiernos teocráticos o dictaduras (aunque laicas) que han demostrado acabadamente ser instrumentos al servicio de una dirigencia corrupta y enriquecida de manera amoral ante el empobrecimiento de sus propios ciudadanos.
Si la realidad del mundo árabe es el Irak actual, donde el odio entre chiítas y sunítas crece de forma exponencial, peligrosa y alocadamente, habrá poca esperanza. Si las ideas sectarias acaban por dominar el imaginario árabe con ideas radicales tampoco habrá esperanza y el futuro será sombrío. El mismo escenario desesperanzador y negativo tendremos si los fanáticos logran imponer su visión a la del resto del mundo árabe musulmán.
La esperanza del pueblo árabe en destrabar este controversial interno reside en cada ciudadano árabe. En el momento que se consiga que piensen y se expresen con libertad, sin sentirse inhibidos por aspectos religiosos o en peligro de ser reprimidos por los servicios de inteligencia de sus gobiernos, allí se habrá dado el primer gran paso hacia el modernismo del mundo árabe. Cuando una generación crezca con esa posibilidad, la tendencia se volverá sólidamente de forma duradera. Hoy es difícil lograrlo, pero es posible. El final del camino no es oscuro para los pueblos árabes, hay un futuro, pero es necesario desarrollar un esfuerzo inteligente, ético y moral para contrarrestar pacíficamente la historia sesgada. De otro modo, la democracia no podrá evolucionar ni prosperar exitosamente en países donde el flagelo del terrorismo amenaza con ahondar más aun las viejas heridas del pasado.