Por Moisés Garzón Serfaty
El mundo de hoy vive indiferente, atónito, espantado o adormecido frente al terrorismo, el fantasma de una guerra nuclear y el problema ecológico, y no se da cuenta de que hay viejos imperios que tratan de resucitar y de ocupar lugares que otrora ocuparon en detrimento de las potencias de hoy, pero sobre todo de las libertades, la justicia y la paz.
Los antiguos neo-imperios, como momias resurrectas, intentan levantar cabeza cortando cabezas, amenazando, chantajeando o solapadamente, con sutileza, astucia y paciencia. Se aquietaron durante algunos siglos, pero nunca dejaron de mostrar en mayor o menor grado su hostilidad a Occidente. Parecería que, aprovechándose del complejo de culpa creado por ciertos grupos a los países europeos por su pasado colonialista, comenzaron la invasión de Francia, España, Inglaterra y del resto de los países europeos por medio de sus oleadas de inmigrantes que, una vez establecidos y poseedores de la nacionalidad correspondiente, se tornan agresivos e intentan controlar por medio del terror y las amenazas a los gobiernos y a los pueblos del Viejo Continente. Sólo unos pocos responden a sus desafíos, protestan por sus deseos de imponer sus costumbres y creencias y reaccionan ante los actos terroristas y manifestaciones violentas. Se trata de una invasión pacífica, silenciosa, que comenzó hace algunas décadas. Debo aclarar que no me refiero a los que, como quien esto escribe, emigraron o emigran desde cualquier procedencia en busca de nuevos horizontes y de un mejor futuro y contribuyen al desarrollo y engrandecimiento del país que los acoge.
De esta suerte nos encontramos con el enfrentamiento de la fuerza y la inteligencia contra la indolencia, la molicie y la confianza que resultarán letales para los que se engañan con que ese enfrentamiento de media Humanidad contra la otra media es una lucha de culturas o de civilizaciones. Lo es en apariencia, pero de lo que se trata es de una lucha entre los que aman la paz y la vida y los que apuestan por la guerra y la muerte. Por esa senda, las potencias occidentales perderán el legado de su historia y el hilo que su cultura ha ido trazando a través de los siglos y los enemigos, prestos a destruirlos, como lobos encubiertos al acecho, las van cercando, acorralando, amenazando, aterrorizando, aprovechando su somnolencia, su estupidez, lideradas por ese pensamiento utópico de las izquierdas entregadas o vendidas que les hacen el juego. Idiotas y tontos útiles que despliegan una alfombra roja a los pies de sus enemigos para que pasen sobre ella y los aplasten a paso de vencedores. Las potencias medianas y países emergentes de cultura occidental caerán también por el efecto dominó. No se salvarán.
Alineados con el?pensamiento y la conducta de esas izquierdas entregadas o vendidas, descuellan intelectuales de relieve, periodistas, productores de radio y televisión, políticos venales y otros especímenes que, sin vergüenza y en gran número, se han aliado con los enemigos de su cultura y de su civilización. Estos son los que denigran del Sionismo y se muestran en toda circunstancia en contra del Estado de Israel, el Estado judío, el único Estado judío, restaurado en la tierra de sus antepasados, al que quieren destruir, la única democracia en el Oriente Medio, el hogar de un pueblo cuyo legado a la Humanidad de ayer y de hoy es patente e indiscutible, rico y enaltecedor.
Pues bien, ahí están los neo-imperios como el persa, hoy representado por la República Teocrática de Irán, que ayer sojuzgó y desterró al Pueblo Judío de su tierra y hoy pretende, aliado con otros oscuros poderes, destruir al Estado de Israel y “echar a los judíos al mar”. No lo conseguirá. Tampoco el imperialismo árabe-islámico radical apoyado en su mortífera e inhumana política de sembrar el terror indiscriminadamente, lo conseguirá. Sueñan con resucitar el viejo imperio desde el Índico hasta el Finisterre atlántico, el esplendor de los califatos de Bagdad, Damasco y Córdoba y, ¿por qué no?, dominar el mundo, liquidar a judíos y cristianos y a cuantos se opongan a sus designios.
Igualmente Turquía, el primer Estado islámico en reconocer a Israel y su aliado, miembro de la Alianza Atlántica y candidato a formar parte de la Unión Europea, desde el ascenso al poder del islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo, ha dado un giro dramático en su posición y, actuando acorde con la expresión de una mayoría parlamentaria compuesta por fundamentalistas musulmanes, ha permitido y auspiciado que un grupo radical con vínculos con el terrorismo yihadista organizara la “flotilla de la provocación” contra un Estado democrático, miembro de las Naciones Unidas y en favor de una organización terrorista aliada con Irán.
Así, tras años de ausencia como consecuencia del fin del imperio y de su opción por una modernización a lo occidental, Turquía, aspirando a ganar presencia en la arena internacional, echa por la borda una fructífera relación mutua con Israel de más de cincuenta años y se alía con quien proclama a los cuatro vientos que quiere destruir al Estado judío. Además, el colmo de lo absurdo: Turquía exige que Israel pida perdón por defender su derecho enfrentando a la “flotilla de la provocación”.
Por todo esto, se pude afirmar que los imperios persa, árabe-islámico y otomano quieren resurgir y volver a su papel dominante de otras épocas.