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Por Beatriz W. De Rittigstein
Nuestra sociedad arrastra un patrimonio machista. Resulta común descalificar a las mujeres atribuyendo su éxito a "favores" sexuales, en menoscabo de sus méritos y capacidades. Lo peor es que, sin pruebas, se incurre en morbosidad y chismes. Por otra parte, la intimidad sexual es difícil de probar fuera de toda duda.
Estas difamaciones, además de destruir reputaciones por tratarse de mujeres, pueden acarrear episodios de violencia doméstica. Pero, en las sociedades islámicas radicales, la ley castiga el adulterio de la mujer ajusticiándola por lapidación, una forma arcaica y cruel de aplicar la pena de muerte. En Irán hay varios procesos; uno de ellos, el de Sakineh Mohamadi Ashtiani, impactó en Occidente, donde se desarrolló una campaña en pro de su salvación. Carla Bruni encabezó este esfuerzo y justamente por mujer, los ayatolas la colmaron de insultos referentes a su vida privada.
La presión internacional tuvo su efecto y la lapidación fue pospuesta. Sin embargo, las autoridades iraníes temieron que ello se interprete como un signo de debilidad, por lo que le dieron un giro artificial, acusando a Sakineh de complicidad en el asesinato de su esposo.
Debido al matiz geopolítico, Ahmdinejad aprovechó su estancia en Nueva York para denunciar el silencio sobre Teresa Lewis, una estadounidense que en esos días fue ejecutada por participar en el asesinato de su marido.
Lo insólito es que en su programa de radio, Maripili Hernández celebró la "ingeniosa" salida de Ahmadinejad al aludir el caso de la estadounidense. Para la periodista pudo más el gusto de criticar a una democracia perfectible, que emprender la defensa de una mujer vulnerable, víctima del ensañamiento y abuso de poder de la teocracia iraní.

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