Por Max Sihman
Siendo un joven perteneciente a la comunidad hebrea de Maracaibo, en varias ocasiones había venido a Caracas en las vacaciones universitarias y, en consecuencia, me había “coleado” en los festejos que se celebraban en la Unión. Uno se enteraba ocasionalmente de las bodas debido a los comentarios que en San Bernardino se oían, específicamente en el pórtico del Edificio Quilmes, por los amigos que estaban ahí reunidos en las tardes.
Sin ningún temor a ser desalojado de las fiestas, pasábamos inconfesables episodios en el baile, cena y bebidas, por los que nosotros, los maracuchos, podíamos apreciar la majestuosidad del lugar, admirando la belleza de la sinagoga y la amplitud de la sala de fiesta. Debo admitir que antes había asistido, igualmente coleado, a varias bodas en el Círculo Militar, en el Hotel Ávila y un a Bar Mitzvá en el Hotel Potomac, cuando aún no había concluido la construcción de la Unión.
Personalmente, la distinción y figura del rabino Brener me había impresionado, y, sin hacer ninguna alusión comparativa con las celebraciones en Maracaibo, idealizaba poder algún día casarme en la Unión. Cada vez que se presentaba la oportunidad, y en conocimiento de bodas en Caracas, buscaba la manera de pedir “colitas” a los viajeros que se encontraban en la ciudad. Recuerdo haber venido desde Mérida y haber dormido en Barinas para colearme en una boda.
Ya era harto conocido por los vigilantes, quienes me dejaban entrar sin reproche: siempre llevaba el mismo flux azul oscuro, pero cambiaba de corbata para cada ocasión. Pasaron los años antes de que pudiese presentarme como un mench en la entrada de la Avenida Vollmer, ya que por fin recibí una tarjeta de invitación personalizada. Desde entonces, y por influencia desconocida, me llegaban las invitaciones.
Después de un corto noviazgo con Doris (mi esposa), decidí ir a Caracas dispuesto a comprometerme en matrimonio, para lo cual, haciendo honor a mi deseo y con una dosis de creatividad, llevé conmigo el anillo a la boda de Daniel y Pichi Benarroyo, a la cual estábamos invitados. Durante la ceremonia, y en el momento en que el rabino pronunciaba la frase mediante el cual se sellaba la unión conyugal, yo le entregaba el anillo a Doris pidiendo que se casara conmigo. En términos litúrgicos y de costumbre, le di veracidad y autenticidad a mi petición, y en lo que respecta a practicidad, “me aproveché de la Unión”.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita / www.nmidigital.com