Por Rebeca Perli
Soy adicta al canal clásico de televisión y la última película que he vuelto a disfrutar es Heredarás el viento, basada en un hecho real acaecido en la década de 1920 y protagonizada por dos colosos de la cinematografía: Frederick March y Spencer Tracy, el primero en su caracterización de un popular político de Hillsboro, un pueblito retrógrado en el que la mentalidad fundamentalista de sus habitantes se rige estrictamente por las Sagradas Escrituras, y el segundo en su papel del abogado que asumió la defensa de un maestro de escuela enjuiciado por enseñar las teorías de Darwin.
En su posición de fiscal, March se aferra al contenido de la Biblia cerrándose a cualquier otro argumento, por más lógico que éste fuera, y es apoyado por la población en pleno que pide la cabeza del "insolente" y atrevido maestro. Por su parte Tracy, intenta, por todos los medios, demostrar la sensatez de la teoría científica lo que conduce a un enfrentamiento entre ambos litigantes, otrora excelentes amigos. Pero el sentido común prevalece y Tracy logra derribar la posición fundamentada en el fanatismo religioso, lo que hace que el juez dicte una sentencia inocua que permite al acusado continuar ejerciendo su profesión.
La magistral interpretación de March y de Tracy, cada uno en defensa de su posición, mantiene en vilo al espectador, pero más allá de quién tiene la razón, si el Creacionismo o el Evolucionismo, la trama es una clara demostración de los peligros de prohibir la disidencia y un llamado a la diversidad y al pluralismo. El mensaje de mayor impacto está en la escena final en la que Tracy se retira de la corte llevando en sus manos, uno al lado del otro, un volumen de la Biblia y uno de El origen de las especies.