Por Beatriz W. De Rittigstein
No cabe la menor duda que la paz estable y duradera entre palestinos e israelíes llegará con el nacimiento del Estado palestino que, más de seis décadas después de exigido por la ONU, concretaría la partición de la mal llamada Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío. Aceptada de inmediato por los judíos que ya tenían construidas las estructuras propias de una nación y rechazada por los árabes, que aún no sentían lo que sería en el futuro la identidad palestina.
La realidad de dos Estados conviviendo en armonía es la solución que Israel y el mundo democrático aspiran. Pero, ¿es ese el deseo de la teocracia iraní, de los terroristas de Hezbollah y Hamas? ¿De los trasnochados de la ultraizquierda? Los episodios maximizados acusando a Israel muestran que la idea de los radicales es deslegitimar a Israel, su destrucción, y sobre sus ruinas liquidarse entre ellos, pues de ese modo no edificarán nada, sumando la violencia extrema entre Hamas y Al Fatah.
Por otra parte, la Liga Árabe y Abbás pretenden evadir las negociaciones con apoyos logrados gracias a la ingenuidad, ignorancia o intereses de gobiernos sudamericanos que intentan dar por un hecho cumplido, impuesto a nivel internacional, sin tomar en cuenta los argumentos israelíes, tales como la ilegitimidad de Abbás y su gobierno para representar a la población palestina. Y el enorme fraude que significa "las fronteras de 1967", las cuales nunca pertenecieron a un inexistente Estado palestino, sino que son producto de un armisticio entre Israel, Egipto y Jordania.
Sin negociaciones en las que cada parte ceda a favor de la otra, no se alcanzará algo perdurable. El Estado palestino surgirá del diálogo bilateral, de los acuerdos y del mutuo compromiso.