Por Elias Farache S.
Los judíos somos muy sensibles ante el tema de Irán y su Presidente. No es para nosotros un tema trivial, ni superficial. Es la reconstrucción de los odios y situaciones que antecedieron masacres de nuestro pueblo, en todas las épocas donde nos tocó vivir.
No es la primera vez que un gobernante, de un país seriamente establecido, con mucha historia y cultura, profesa su sentimiento en contra de los judíos. Esta vez, de manera muy pública, no a través de informaciones de terceros o interpretaciones que pudieran tener algún doblez. El presidente de Irán pública y repetidamente, ha expresado que niega el Holocausto y llama a borrar del mapa al Estado judío, Israel. Lo ha hecho en su país, en foros internacionales, en entrevistas a publicaciones occidentales y no occidentales. Su odio a los judíos, a Israel, a los sionistas es solo comparable a su sinceridad en expresarlo.
El presidente de Irán resulta así un personaje poco querido por los judíos. Su presencia en cualquier sitio donde hayan judíos, como es el caso reciente de Brasil y de Venezuela, nos incomoda en lo personal y lo comunitario. Nos molesta y también nos asusta. Nos asusta no físicamente. No. Nos asusta que sus posiciones al no ser tomadas con la seriedad y preocupación debidas, lleven a banalizar temas tan importantes y vitales para los judíos con el Holocausto y el derecho de los judíos a tener un Estado. Podemos todos tener matices de opinión respecto a la política petrolera de los países productores, los enfrentamientos Norte-Sur, las diferencias entre los liberales y los conservadores, los derechos del tercer mundo, el Islam y su influencia en el mundo… de cualquier tema estamos abiertos a discutir, ganar o perder en el debate. Pero no tenemos contemplación con quien odia a nuestro pueblo, lo amenaza y además tiene cancha y escenario en este mundo para predicar tan nefastas posiciones.
Quienes lo toleran, independientemente de sus condiciones previas, de sus atributos y defectos, nos resultan muy antipáticos y nos decepcionan. Como aquellos presidentes que lo reciben en sus países, le hacen honores de Estado. Como aquellos diplomáticos que asisten a los foros en los cuales se presenta, y se quedan en las intervenciones donde el presidente de Irán dice esas cosas tan desagradables, ofensivas y peligrosas.
Algunos nos llaman exagerados y paranoicos. Como somos los herederos de las víctimas nunca resarcidas del Holocausto y la Inquisición, de los progroms y las discriminaciones, tenemos muy sensible la piel y aplica aquello que "no se habla de soga en casa del ahorcado". Pero va mucho más allá de eso. Muchos de los que predicaron en el pasado, reciente y lejano, contra los judíos y las instituciones judías, cumplieron con hechos sangrientos sus amenazas. El régimen que preside Ahmadinejad es el mismo que apoya, financia y arma a Hezbolá en el Líbano y Hamas en la Franja de Gaza. Es el mismo que tiene un ambicioso plan nuclear con llamados fines pacíficos, manifestados en los mismos términos y ambientes donde se proclama la triste iniciativa de borrar a Israel del mapa. De las palabras a los hechos hay mucho trecho. Pero ya muchos lo han recorrido en esto de agredir a los judíos… ¿O no?