Por Diego Martínez
Cuando Kafka murió (en el año1924) había en el mundo 15 millones de judíos, la mayor parte de ellos en Europa. Vivían diariamente la sensación del exilio: formaba parte de su vida cotidiana y de su lamentación. Hoy parece que hemos vuelto al pasado: angustia dentro de su propio Estado. Una historia cruel que es parte de la historia del mundo en pleno siglo XXI, alimentada por el cuarto poder.
La Guerra de Iom Kipur (octubre de 1973) fue el pistoletazo que señaló la arrancada de la violencia, con la permisividad política y económica de Occidente. Una tolerancia excesiva que "nos conduce irreversiblemente", dicen, a vivir en una crisis permanente. Esta es la expresión más frecuente en los discursos y declaraciones de los políticos occidentales, que defienden sus intereses a través de unos medios de comunicación domesticados.
Es fruto de la funesta lógica mediática (de la tiranía de la comunicación), de la escasa o desapercibida existencia de información alternativa o de la alarmante connivencia de la opinión pública. Póngase el acento donde se quiera. El caso es que existen contextos de crisis, y personas o Estados de primera, de segunda, e incluso de tercera. Si no, ¿cómo se explica el tratamiento informativo a los últimos acontecimientos de la Franja de Gaza o de ayer mismo? ¿Por qué esa falta de equidad a la hora de informar? La incoherencia de Occidente, apoyando las aspiraciones políticas islamistas excluyentes, ayuda a avivar aún más, si cabe, los propósitos de aquellos que no quieren reconocer el Estado de Israel. Aquellos que, como Hamás, utilizan a la población civil como "escudos humanos".
Difícil ejercicio, sin embargo, el de descubrir la otra cara de la moneda, aquella que revela los intereses políticos, económicos o geoestratégicos que se esconden tras una conducta perversa de muchos dirigentes de los países del viejo continente. Entre otras cuestiones, porque las políticas llevadas a cabo por la Unión Europea no caen del cielo de Bruselas: son decididas por los Gobiernos de los Estados miembros. De ahí, las prisas del Gobierno español en apoyar a Mahmud Abás, líder de Al-Fatah, "ocultando" información sobre un posible fraude electoral.
Pero nada se dice si un misil de Hezbollah cae (¡por error!) en un pueblo israelí, matando a varias personas. Ya sabemos que a los políticos occidentales no se puede pedir, hoy por hoy, que digan la verdad; ni que defiendan algo más que sus "intereses vitales", pero al menos habría que exigirles que argumenten con inteligencia.
Nunca como hoy, los grupos de poder se dieron a la tarea de manejar medios de información para desestabilizar esquemas que perturban sus intereses más concretos (los energéticos y el control de la zona, entre otros). En el conflicto de Oriente Medio padecemos (en España, por ejemplo) una información mediática sin precedentes. Donde, el desequilibrio motivado por algunos medios, con versiones que sólo narran un lado de los acontecimientos, todo lo israelí es perverso.
En este proceso, gran parte de los medios de comunicación muestran lo que quieren mostrar e informan sólo aquello que no es ofensivo para las reglas del juego establecidas por el orden. Esta es, sin duda, una estrategia perversa que tiene en el vehemente poder político y económico de Occidente su único sustento. Sin embargo, en todo lo relacionado con lo anti israelí, hay que reconocer que lo están haciendo de manera tan recurrente, y a veces tan obvia, que la manipulación de la información ya no pasa desapercibida.