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Por Moisés Garzón Serfaty
El virus antiisraelí y la droga que obnubila la razón y la inclina hacia la sinrazón se están apoderando de algunos países de América Latina que, irresponsablemente, están apoyando el reconocimiento de un Estado palestino dentro de las fronteras previas a 1967. Hasta ahora, se inscriben en esa lista Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador y tal vez se sume Chile, cuyo Congreso está a punto de debatir el tema para cuando escribo estas líneas. Tiempo atrás, Venezuela reconoció a la Autoridad Palestina sin aludir al tema de las fronteras.
En un artículo titulado “La legitimación del antisemitismo en Sudamérica”, publicado en El Reloj, el 24 de diciembre del 2010, José Brechner señala las siguientes atinadas observaciones. Cito:
La política promusulmana de los socialistas es parte de la enfermedad antisemita.
Israel y el Pueblo Judío son uno. Desaparece uno y desaparece el otro. Los antisemitas eso lo tienen claro. Los que no llegan a comprenderlo son los judíos izquierdistas que no incorporan a su esencia un hogar originario histórico-cultural y espiritual en Israel. Casi como que no tienen madre.
Los progres son la vanguardia del oscurantismo totalitarista que al abrirle las puertas a los musulmanes ponen en riesgo a los judíos y también a los cristianos. El reconocimiento de un Estado palestino inexistente es el peor precedente diplomático antiisraelí y antioccidental, y es la legitimación del antisemitismo contemporáneo que se manifiesta encubierto como antisionismo.
Que Bolivia reconozca un Estado palestino es tan relevante como que Tonga reconozca el derecho de Bolivia a una costa en el Pacífico. Lo mismo corre para Argentina y su soberanía sobre las Malvinas; perdón, usemos el único nombre “reconocido” oficialmente, “Falkland Islands”. ¿Uruguay? Si Jerusalén puede ser árabe, Uruguay podría volver a ser la Provincia Oriental de su vecino rioplatense.
Los progres, tal como los palestinos, viven del conflicto interno y externo. Internamente apuntalan a los piqueteros, okupas, delincuentes, narcotraficantes y vagabundos, pues de ellos obtienen su voto. Simultáneamente, empobrecen a las clases medias que son sus víctimas indefensas. Externamente son socios de los musulmanes radicales.
Fin de la cita.
El portavoz del Departamento de Negociaciones de la OLP, Abu Eid, dijo que “el reconocimiento de la frontera de 1967 es una respuesta de la comunidad internacional para salvar la solución de dos Estados y recordar a Israel que en el siglo XXI las fronteras se definen por el derecho internacional y no por empresas coloniales”, añadiendo que “América Latina tiene una conexión muy fuerte con Palestina, históricamente, a nivel político y social, y con este paso está aportando a la paz en Medio Oriente”.
Es indispensable aclarar que Israel no es una empresa colonial y que su declaración de independencia para restaurar la soberanía judía en la tierra de Israel fue respaldada por la gran mayoría de las naciones representadas en la ONU que reconocieron al nuevo Estado basado en la previa resolución de las Naciones Unidas o Plan de Partición que Israel aceptó y los árabes rechazaron, atacando a Israel a las pocas horas de la declaración de su independencia y soberanía en el territorio que el mencionado Plan de Partición le había asignado, siendo derrotados. ¿Por qué los árabes no aceptaron y crearon un Estado árabe para los “palestinos”? También es oportuno recordar que la resolución de la ONU menciona que la partición es para crear un Estado árabe y un Estado judío. No un Estado palestino, y que, años antes, la potencia mandataria creara el Emirato de Transjordania, atribuyéndole la mayor parte del territorio a los árabes de la llamada Palestina. Hoy, ese territorio es el del Reino de Jordania que, por cierto, nunca se preocupó por sus hermanos “palestinos” y hasta los masacró en el conocido “viernes negro”. Este Reino sí fue creado por una empresa colonial.
A través de los años, los árabes no reconocieron a Israel ni su derecho a existir, rechazaron numerosas resoluciones de la ONU, desataron varias guerras contra Israel y las perdieron. De pronto, el conflicto árabe-israelí se convirtió en el conflicto entre Israel y el “ente palestino”, cuando Nasser ayudó al egipcio Yasser Arafat a crear la organización terrorista OLP que tantos daños y víctimas causó.
No olvidemos que Israel se retiró unilateralmente de la Franja de Gaza y del sur de El Líbano, que había conquistado en las guerras que sus enemigos emprendieron contra el Estado judío. En la actualidad, Israel no ocupa ningún territorio del “ente palestino”.
En las conversaciones de paz, directas e indirectas, los árabes no han demostrado nunca su voluntad política de llegar a un acuerdo que garantice la seguridad de Israel y se le reconozca como Estado judío.
El primer ministro israelí Ehud Barak, en las conversaciones con Yasser Arafat en presencia del Presidente Clinton, ofreció “lo inofrecible”, pero el líder terrorista no aceptó.
Otro elemento a tomar en cuenta es la división interna entre los grupos palestinos. Hamás actúa por su cuenta y no reconoce a Israel. ¿Qué confianza puede ofrecerle al Estado de Israel una paz con un grupo mientras otro grupo lo agrede y la Autoridad Nacional Palestina, el actual interlocutor, no lo puede controlar?
Cabe también mencionar al otro grupo terrorista Hezbolá, que tiene secuestrado a El Líbano y que es apoyado por el Estado teocrático totalitario iraní, enemigo jurado de Israel, y por países árabes considerados “moderados”.
Conviene que Latinoamérica conozca las raíces y el desarrollo de este conflicto para así poder adoptar una posición más acorde con la justicia, la moral y en defensa de la libertad. De otro modo no ayudará al triunfo del bien sobre el mal y al logro de la paz.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita /
www.nmidigital.com

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