Por Alberto Jabiles
Hezbolá, literalmente “Partido de Dios”, es un grupo terrorista libanés fundado en Irán en 1979 bajo la inspiración del ayatolá Jomeini con el propósito de expandir el integrismo islámico chií en El Líbano. Cobró fuerza a partir de la invasión israelí de 1982, teniendo, desde ese entonces, un rol preponderante en la vida política del país de los cedros.
Armados, entrenados y financiados por la Guardia Revolucionaria iraní, los terroristas de Hezbolá operan con absoluta impunidad gracias a la protección que reciben de Siria, país que por espacio de veintinueve años ocupó militarmente El Líbano hasta que se vio obligado a retirarse tras la “revolución de los cedros” del año 2005, que estalló a raíz del asesinato del entonces primer ministro libanés Rafik Hariri, presuntamente a manos de Hezbolá y de los servicios secretos sirios, circunstancias que hoy están siendo investigadas por un Tribunal Internacional (TI) nombrado por las Naciones Unidas y que, ante la proximidad de un evidente veredicto culposo en contra de Hezbolá y Siria, ha desencadenado una ola de tensiones en el país que antes era conocido como la “Suiza del Medio Oriente”.
El Líbano, crisol de culturas y etnias, independiente desde 1943, vive nuevamente momentos de zozobra que amenaza tanto su frágil unidad como estabilidad nacional. Por ley, la presidencia recae en un cristiano maronita, el puesto de primer ministro en un suní y el del presidente del Parlamento en un chií. Los cristianos maronitas, que representan el cuarenta y un por ciento de la población, se oponen tanto a la injerencia siria como a la iraní en sus asuntos nacionales y apoyan los trabajos del TI. Por otra parte, la población de origen suní y chií, que representan al cuarenta y seis por ciento de la población, se opone junto a sus aliados drusos, doce por ciento de la población, a la investigación del TI a quien incluso han tildado de trabajar bajo las órdenes de Israel con el propósito de sembrar la discordia entre los libaneses, cuando lo que está tratando de hacer es encontrar al responsable, intelectual y material, del magnicidio del año 2005.
En el centro del rompecabezas libanés se encuentra Hezbolá con sus protectores sirios e iraníes. Amparado en su poderío militar, impone términos inverosímiles en otras latitudes como el de no desarmarse y tener poder de veto en la coalición de gobierno de la cual forma parte desde el año 2009 y que permitió a Saad Hariri, hijo del asesinado Rafik, lograr conformar un gobierno de unidad nacional que llegó a su fin recientemente tras la renuncia intempestiva de los once ministros de Hezbolá y sus aliados opuestos al trabajo del TI y su inminente resolución condenatoria.
Fuertes presiones han sido ejercidas sobre el joven primer ministro Hariri. Están no sólo las provenientes de Damasco, Teherán y Hezbolá, que incluso han acusado sin prueba alguna a Israel por el magnicidio ya señalado, sino que también sumamos las presiones de Riyad, aliado tradicional de la familia Hariri que busca impedir nuevos hechos de violencia, y las de Washington y París, que trabajan para que el dictamen del TI sea acatado y los responsables procedan a ser llevados ante los órganos de justicia competentes, situación por demás no deseada por los presuntos culpables que, en base al chantaje armado, mantienen secuestrados a los cinco millones de libaneses bajo una constante amenaza de nuevos enfrentamientos que pudieran llevar a las partes a una nueva guerra civil como la vivida entre 1975 a 1991.
Hezbolá, Siria e Irán sostienen una verdadera actitud delincuente, similar a la asumida por los cuatreros del lejano oeste, que a punta de pistolas imponían la ley del más fuerte ante los indefensos pobladores amantes de la paz. Han asesinado a ciudadanos inocentes no sólo en El Líbano, sino también en Argentina, planificando y ejecutando el atentado perpetrado por sus agentes contra la sede comunitaria judía Amia, y son señalados de estar involucrados en el atentado contra el vuelo de Alas Panamá pocos días después. De una vez por todas, debe imponerse la justicia y que la verdad salga a flote. Hezbolá debe ser desarmado, sus líderes encarcelados y, por último, debe anularse la acción perturbadora tanto de Siria como de Irán en los asuntos internos libaneses.
Llegó la hora en que El Líbano sea dueño de su propio destino para que así pueda volver a ocupar el lugar que la Historia le ha deparado.