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Por Beatriz W. de Rittigstein
Se debe concretar el retiro de su respaldo al terrorismo.
A pesar de culpar a Israel, la realidad cotidiana e histórica muestra que el gobierno perenne de Siria no está dispuesto a negociar la paz.
Desde hace cuatro décadas, Siria, sometida al régimen despótico que Hafez Assad legó a su hijo Bashar, domina el país y permanece inmune a corrientes modernizadoras.
En su guerra contra Israel, apoya a grupos terroristas concentrados en la destrucción del Estado judío, especialmente los radicales islámicos, Hezbolá y Hamas.
La alianza con Irán y la clandestina cooperación nuclear de Norcorea, convierten a Siria en un país escabroso. De hecho, informes de inteligencia israelí notificaron la presencia de científicos y técnicos norcoreanos en territorio sirio y advirtieron la llegada a Tartus de un barco procedente de un puerto norcoreano, con material nuclear. Por ello, el 6 de septiembre de 2007, aviones israelíes atacaron la planta nuclear Al Kibar, establecida con asesoramiento norcoreano, cerca de la frontera con Turquía.
En la actualidad, Siria se encuentra en el centro del tráfico de armas entre Irán y Hezbolá. En días recientes, la Armada israelí capturó un buque, el Francop, con destino a Siria, cargado de armas en contenedores de la flota mercante iraní.
El diálogo con Damasco implica dificultades, pues una dictadura hereditaria no cuenta con legitimidad y genera dudas. Si a estas circunstancias que caracterizan la realidad siria se le suman sus acciones criminales, la interlocución se torna imposible.
En definitiva, si Assad, con honestidad, anhela una convivencia armoniosa en la región del Medio Oriente, su régimen debe asumir responsabilidades: concretar el retiro de su respaldo al terrorismo, preparar la política nacional para su transformación en una democracia y respetar la soberanía de sus vecinos.

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