Abraham Levy, eminente servidor del prójimo

Por Moisés Garzón Serfaty
Cuando alguien hace las cosas bien, el reconocimiento de los demás es espontáneo. De ninguna manera forzado por quedar bien, según la costumbre y otras zarandajas por el estilo que, en realidad, tienen cierto tufillo a hipocresía.
En el caso del homenaje que un grupo de amigos, fuera de cualquier marco institucional, ofrece a Abraham Levy Benshimol, es indudable que la espontaneidad es notoria, así como la sinceridad del gesto, fruto de la admiración que despierta en los que lo conocen y han seguido su brillante desempeño en la dirigencia comunitaria.
Servir a la comunidad es un privilegio, además de un deber. Este insoslayable servicio honra a quien lo cumple y le da prestigio. Las instituciones prestigian a sus dirigentes, a los que con ellas colaboran, pero hay casos en los que el dirigente, a su vez, prestigia a la institución, a la comunidad. Esto ocurre con Abraham Levy Benshimol. Él tiene un bien ganado prestigio, pero también prestigia a la comunidad. Esto hay que reconocerlo, porque es justicia.
También son notorios su entrega abnegada al trabajo voluntario, su sentido de la responsabilidad, su proceder recto, honesto, equilibrado, sus razonadas opiniones y sus decisiones mesuradas en situaciones delicadas cuando hay que tener la mente despierta —vulgo la cabeza fría—, el corazón caliente y la pasión domada, porque la hora, el momento, es de enorme trascendencia y hay que actuar con mesura.
Así actúa siempre Abraham Levy Benshimol, eminente servidor del prójimo, cabal simbiosis del científico y del humanista, y quien esto escribe es testigo de primera línea, compañero, por muchos años, de afanes y de logros, con espíritu de buen judío, de sionista y defensor del Estado de Israel y de cuanta causa justa se le presente para defender.
Abraham Levy Benshimol merece este reconocimiento, los que ya se le han hecho y muchos más.