Por Pilar Rahola
Uno no puede hablar de alianza de civilizaciones y no entender que la civilización se basa en la Carta de los Derechos Humanos. Que no se trata de religiones, sino de libertades. Obama le regala el segundo discurso de Abraham Lincoln en fascímil y Rodríguez Zapatero le regala una guía de Barcelona. Espectacular. Imposible igualar de forma más certera la lectura del gran político norteamericano con la apasionante e ilustrada lectura de una guía turística. ¿Era la guía estándar, o la que incluye el itinerario internacionalmente valorado de señoras con ropa ligera ofreciendo sus servicios por Barcelona?
Aquello del “fer homes”, que decía delicadamente la señora Rius. ¡Oh, my God! ¿Pues qué le habrá regalado al presidente de Siria, ahora que se pasea por Oriente Medio? ¿La antología de Mortadelo y Filemón? En fin, Zapatero ha estado en Siria, ha repartido su buenismo retórico y se ha ido tan contento hacia Tierra Santa, donde sin duda habrá explicado lo inmensamente neutral que es España. Déjenme adivinar el regalo que le ofrecerá a Bibi Netaniahu. ¿Su foto con la kefiá palestina en plena Guerra de Líbano? ¿O el dossier de la Anti-Defamation League sobre el creciente antisemitismo español, actualmente el más alarmante de Europa? Finos regalos aparte, y a la espera de saber qué ha dicho a israelíes y palestinos, lo de Siria merece una reflexión, y no sólo por las palabras del presidente, sino también por sus silencios. Rodrígues Zapatero va a Siria, bien. Discursea sobre la bondad de las religiones en la preciosa mezquita de los Omeyas, bien.
Se ve con Bashar el-Asad y le habla de lo bonita que es la paz, bien. Y durante todo el viaje ondea su bandera de la alianza de civilizaciones, bien. ¿Bien? ¿No falta nada? Lo digo porque uno no puede hablar de pacto entre religiones y no recordar que las religiones no deben ser arietes contra los derechos fundamentales.
¿Le ha explicado al imán lo de las mujeres? Tampoco; uno no puede estar ante un dictador implacable como Asad y no pedirle que deje de financiar a grupos terroristas que atentan contra Israel. ¿Le ha dicho a Asad que es responsable directo de la situación violenta endémica en la zona? ¿Le ha preguntado por los derechos fundamentales de sus propios ciudadanos? ¿O por lo bonito que es ocupar durante años el Líbano y continuar injiriéndose en su política interna?
Finalmente, uno no puede hablar de alianza de civilizaciones y no entender que la civilización se basa en la Carta de los Derechos Humanos. Que no se trata de religiones, sino de libertades. Ese es el problema del discurso de Zapatero: que se trata de una retórica vacía que suena bien porque no obliga a nada. Hasta Hamás, que practica el fanatismo religioso más violento, podría suscribirlo.
Total, cuando todo el mundo es bueno, qué importan unos miles de misiles, unas mujeres esclavizadas, unos opositores asesinados, unos niños fanatizados. Es lo que tiene elegir la diana equivocada, y no entender que no es una lucha entre civilizaciones. Es una lucha entre la civilización que tenga el acento, la religión o la cultura que tenga y la barbarie.
Mahmud Abás, la hora derrotada
Abás es el líder necesario para una nación que quiere tener futuro. Pero este líder, decidido y dialogante, no tiene presente.
No es la primera vez que expreso mi simpatía con el líder de Al Fatah y actual (y precario) presidente palestino. Durante el largo periplo del conflicto palestino-israelí, Abás siempre se mostró como un hombre firme en la defensa de su pueblo pero, a la vez, pragmático, dispuesto a consolidar puentes de diálogo seguros, y contrario a las vías muertas de la violencia sectaria y la confrontación permanente. Es cierto que en su pasado planea la sombra de una tesis doctoral y un libro (“El otro lado: la relación secreta entre el nazismo y el sionismo”), donde se coquetea abiertamente con el negacionismo, pero también es cierto que pidió disculpas, acotó sus afirmaciones y, en una famosa entrevista en el Haaretz israelí, aseguró que “el Holocausto era un crimen indiscutible contra la humanidad”. El hecho es que este hombre, que acompañó a Arafat durante el exilio de Jordania, el Líbano y Túnez, y fue el contacto clave en la creación de una red árabe de espionaje a favor de los palestinos, también fue el cerebro gris de los Acuerdos de Paz de Oslo y en el proceso de Camp David se opuso a la inflexibilidad obtusa de Arafat.
En el largo periplo de violencia terrorista, Abás se enfrentó a los sectores violentos, y de las muchas frases para la historia, recojo esta expresión nítida: “El pueblo palestino tiene derecho a expresar su rechazo a la ocupación por métodos populares y sociales, pero utilizar las armas hace daño y es urgente pararlo”.
Gente muy bien informada me explica un aspecto significativo del carácter de este político que podría haber sido el estadista que los palestinos nunca han sabido tener.
Minutos después de la caída de las Torres Gemelas, y con Mahmud Abás de viaje a Estados Unidos, despertó a Arafat, le dijo que aquello era un desastre, que tenían que ser inequívocos en el rechazo frontal a esa locura, y que era necesario parar, de cuajo, la intifada. El “rais” no le hizo ningún tipo de caso, continuó permitiendo y alentando los actos de terrorismo, y tardó pocas horas en organizar manifestaciones de celebración, a favor de los terroristas del 11-S, en las calles de Gaza. Dicen los más entendidos en los intringulis palestinos, que Abás se sintió profundamente derrotado. Este hombre que finalmente detenta la Presidencia palestina, que tiene una visión inteligente y pragmática del futuro de su pueblo, y que podría ser el artífice de una solución definitiva, ha llegado al lugar oportuno en uno de los tantos momentos inoportunos de la historia palestina.
Lejos de poder gobernar a un pueblo con horizontes lejanos, se ha visto imposibilitado de gestionar el pesado lastre de la herencia de Arafat, una herencia de corrupción generalizada, militarización masiva, adoctrinamiento fanático de los ciudadanos y éxito del fundamentalismo islámico, alimentado durante décadas por las enormes irresponsabilidades de los países del entorno, y del propio Arafat, un líder funesto para un pueblo errático.
Abás es el líder necesario para una nación que quiere tener futuro. Pero este líder, decidido y dialogante, no tiene presente. El drama de Abás es el drama de Palestina, un pueblo usado y manipulado por todos los países árabes, secuestrado por la locura fundamentalista islámica y abandonado al callejón sin salida del odio generalizado.
La situación actual no es su culpa, pero es la culpa de la suma ingente de graves irresponsabilidades que han cometido los palestinos a lo largo de la historia. Recordemos la cita del histórico Aba Eban según la cual, “Los palestinos nunca han perdido una oportunidad para perder todas las oportunidades”. Nuevamente se repite la trágica historia.