Se fue Mubarak, ¿y con él también la paz?

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Por Samuel Auerbach
El mundo celebra la caída del “faraón” Hosni Mubarak. Hasta sus amigos americanos, de los cuales recibía una suculenta ayuda anual, están contentos con su renuncia. Desde el comienzo de los disturbios, le aconsejaron que abandone el poder y deje que el pueblo determine democráticamente su destino. Mubarak se sintió solo, dentro y fuera de su país. Se fue el dictador y todos muy contentos.
Pero no es regla indefectible que a toda dictadura le suceda una democracia. No todos los pueblos están preparados para que una democracia los gobierne. No creo que el pueblo de Egipto se diferencie mucho de los demás pueblos árabes en donde el fanatismo islamita se destaca. Ese es el motivo que hace temer por el tipo de Gobierno que reemplazará a la pacífica dictadura de Mubarak. Es posible que las elecciones libres y democráticas en Egipto premien al mundo árabe con otra teocracia agresiva más en la zona, que se reunirá con sus hermanos en el esfuerzo de borrar del mapa a Israel y, por medio de la “Jihad”, en la santa labor de hacer que todo el planeta adore a su Corán.
Las democracias occidentales, tan amantes de la paz, no se dieron cuenta que con su apoyo a la revuelta, han incre- mentado la posibilidad de una guerra en Oriente Medio. Arabia Saudita mostró más visión de futuro cuando declaró que está dispuesta a reemplazar la ayuda que los Estados Unidos suministra a Mubarak, si ellos lo abandonan.
Es innegable que la renuncia del presidente de Egipto se debió a la firmeza, constancia e inflexibilidad de su pueblo, que hicieron volcar al Ejército a su favor. Pero no debemos subestimar el papel que tuvieron las declaraciones de sus aliados en el exterior. Mubarark se sintió solo, no querido por su pueblo y abandonado por sus amigos occidentales. Esa es la razón por la cual las declaraciones de la Administración Obama, deben ser consideradas como una flagrante ruptura del principio de no intervención y, posiblemente, un intento de conquistar simpatías en el futuro Gobierno egipcio. Creo que esto último los Estados Unidos no lo conseguirán.
La educación que los jefes espirituales y políticos han inculcado y siguen inculcando a su pueblo, le ha despertado un odio muy difícil de desarraigar, tanto hacia ellos como a Israel y a todo aquello que se aleje del Islam. Ojalá me equivoque, ojalá que los partidos extremistas en Egipto, si es que no asumen el poder, tampoco lleguen a alcanzar la fuerza necesaria para imponer su ritmo y sus leyes después de las democráticas elecciones.
En este momento pienso que es difícil saber si la historia de Irán no se repetirá en Egipto.
Fuente: Aurora Digital

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