Por Beatriz W. De Rittigstein
Uno de los principios básicos de la religión judía es el amor al prójimo, manifestado a través de la responsabilidad social, solidaridad, caridad y vocación de servicio. Cabe evocar que entre los sabios judíos está Hilel (70 a.e.c.-10 e.c.), cuya "regla de oro" surgió cuando un hombre, quejándose de la complejidad de los preceptos religiosos, le pidió que se los enseñe reduciéndolos a algún simple principio. Hilel le respondió: "Nunca hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti. Esa es toda la Torá. Lo demás son explicaciones".
También, para el judaísmo, la educación es la herramienta primordial del progreso. El mismo Hilel impulsó la enseñanza de la Torá, ya que "el estudio transforma y purifica al ser humano".
El judaísmo legó al cristianismo, la religión "hermana menor", ese concepto fundamental de amor al prójimo, y la importancia de la educación como elemento restaurador, por lo que encontramos movimientos como Fe y Alegría dedicados a la educación, especialmente de los sectores empobrecidos y excluidos para potenciar su avance personal y participación social. La visión de su fundador, el jesuita José María Vélaz y la colaboración de numerosas personas y organismos lograron cristalizar una labor comprometida con la educación como el camino fundamental para el florecimiento de los pueblos.
Hace pocos días, pudimos vivir una experiencia sin igual en una humilde barriada cercana a Lima, donde se inauguró un colegio donado por un benefactor judío, don Isaac, quien se adhirió a la obra de Fe y Alegría y en conjunto, uniendo los valores de ambas religiones, hicieron realidad la prédica de brindar una educación de calidad, la cual dará la oportunidad a miles de niños nacidos en la extrema pobreza, de lograr el justo ascenso social.