Por Eytan Gilboa
Desde el año 1948 y hasta 1967, Israel mantuvo una imagen y una reputación positiva en el extranjero. Asimismo lo hizo durante los pocos períodos de negociaciones constructivas del conflicto árabe-israelí, incluyendo el proceso de paz con Egipto entre 1977 y 1979 y las negociaciones de Oslo entre 1993 y 1994.
Durante la Guerra del Golfo en 1991, Israel también se ganó la simpatía de la comunidad internacional luego de que se abstuvo de responder a los ataques de los misiles iraquíes en sus principales ciudades.
Sin embargo, desde el estallido de la segunda intifada (o guerra israelí-palestina en septiembre de 2000), la reputación de Israel en el extranjero se ha deteriorado dramáticamente. Israel es la única nación en el mundo cuyo derecho de existir está constantemente amenazado y cuya capital milenaria, Jerusalén, es reconocida tan sólo por algunos países.
Los líderes israelíes usualmente son comparados con líderes de la Alemania nazi y las acciones israelíes contra los palestinos se describen comunmente como políticas nazis. Las condiciones en Israel y en los territorios palestinos son comparadas en muchas ocasiones con las del apartheid en Sudáfrica. El principal objetivo de estas comparaciones es el de demonizar, deshumanizar y deslegitimar a Israel.
Las Naciones Unidas y muchas otras organizaciones internacionales han discriminado sistemáticamente a Israel y han atacado desproporcionadamente sus políticas. Organizaciones No Gubernamentales, tales como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, frecuentemente critican a Israel mientras ignoran violaciones serias a los derechos humanos por parte de los árabes y los palestinos. Estados y organizaciones nacionales e internacionales han boicoteado el comercio y las relaciones académicas con el Estado judío y han iniciado campañas de retiro de inversión. Enemigos, oponentes y críticos, algunos de los cuales son judíos e israelíes, ven a Israel como el violador mundial de los derechos humanos, de las resoluciones de las Naciones Unidas y del Derecho Internacional.
Las políticas de Israel hacia los palestinos son comúnmente descritas como duras y sus medidas de defensa contra el terrorismo palestino como excesivas.
Políticos, diseñadores de los programas políticos, ONG, periodistas y académicos han adoptado frecuentemente términos árabes y palestinos usados para describir las dimensiones críticas del conflicto.
La cobertura de la guerra israelí-palestina en los medios, tanto del mundo musulmán como de Occidente, ha sido venenosa y antisemita.
Con la excepción de Estados Unidos, la mayoría de la opinión pública simpatiza más con los palestinos que con Israel.
Dada esta dura realidad, Israel debería luchar agresivamente en el terreno de Diplomacia Pública. Sin embargo, el Gobierno israelí ha fracasado en la prevención del deterioro de la imagen y la reputación de Israel en el mundo. La principal razón es la falta de conciencia y de entendimiento del papel crítico que la Diplomacia Pública juega en las relaciones internacionales contemporáneas.
En la era de la información, la reputación nacional se ha convertido en una ventaja crítica y “el poder suave” se ha vuelto un instrumento primordial en política exterior. Las comunicaciones, la educación y la persuasión son las principales técnicas de relaciones exteriores, no la fuerza militar. Incluso Estados Unidos, la única superpotencia, está aprendiendo esta dura lección en la guerra en Irak.
La reputación nacional es lo que la gente alrededor del mundo piensa sobre la conducta y el comportamiento de un Estado. Por lo cual, una buena estrategia en un conflicto internacional requiere de la integración y la aplicación de tres componentes fundamentales: fuerza, diplomacia y comunicaciones, con la salvedad que este último podría ser el factor decisivo.
Ghassan Khatib (político palestino) sugiere que “ambos, israelíes y palestinos respectivamente, han invertido grandes esfuerzos en tratar de convencer al mundo exterior que su causa merece apoyo y que la culpa la tiene el otro lado”.
Chris Galloway (profesor de Relaciones Públicas en Australia) apoya dicho argumento pero explica que es difícil determinar quien está ganando la guerra de la imagen.
Según Nashat Aqtash (consultor de medios de Hamás) oficiales palestinos y expertos de los medios piensan que “aunque la Autoridad Palestina no ha luchado por ningún plan de relaciones públicas, los palestinos están ganando la batalla en este plano”.
Ron Schleifer (especialista en guerra de información) concluye que “El fracaso del Estado de Israel en el ámbito de "Hasbará" especialmente en lo que respecta al conflicto israelí-palestino es un hecho comprobado”.
Sin embargo, Barry Rubin (director del Centro Gloria del Centro Interdisciplinario de Herzlía) argumenta que “Israel no puede ganar la batalla de la información porque Europa, los árabes y la mayoría del mundo intelectual no darán a Israel una oportunidad justa”.
En las últimas dos décadas, desde el estallido de la primera revuelta contra Israel en 1987, los palestinos han integrado los tres componentes de la nueva estrategia correctamente. Han luchado contra Israel en el campo de batalla y en los corredores de la diplomacia internacional, así como en la televisión y el internet.
Sin embargo, hay un vasto consenso sobre el argumento de que Israel no ha puesto énfasis suficiente en las comunicaciones y no ha integrado los tres componentes de la nueva estrategia.
En la mayoría de los casos, el objetivo de la Diplomacia Pública es el de crear una imagen favorable de las políticas de una nación, sus acciones y su sistema político y económico. Asimismo, cómo facilitar la presión doméstica interna en algún Gobierno del extranjero para alterar una política hostil o incluso facilitar el cambio de régimen.
La Diplomacia Pública usa diferentes canales que incluyen: la cobertura internacional; intercambios científicos y culturales de estudiantes, académicos, intelectuales y artistas; participación es festivales y exhibiciones; la construcción de centros culturales; la enseñanza del idioma; ligas amistosas y asociaciones comerciales.
Aunque los políticos y las acciones israelíes ocasionalmente merecen críticas legítimas y razonables, el ataque a la existencia y reputación de Israel en el mundo ha cruzado las líneas del criticismo razonable.
Israel no es el “peor” Estado del mundo, no es un Estado nazi y no emplea tácticas nazis en contra de los palestinos. No es un Estado apartheid, no está cometiendo crímenes contra la humanidad, no viola sistemáticamente los derechos humanos y no es la mayor amenaza a la paz en Oriente Medio ni en el mundo.
Sin embargo, mucha gente alrededor del mundo asocia a Israel con estos argumentos. Por esta razón, más que cualquier otra nación, en estos tiempos Israel debe diseñar un innovador y brillante diseño de Diplomacia Pública basado en los conocimientos más avanzados y la experiencia práctica en este ámbito.
Los judíos tienen el derecho a la autodeterminación y a tener un Estado como cualquier otro pueblo. La negación del derecho de Israel a existir es una discriminación contra los judíos y el señalamiento de estos para un trato especial.
Israel debe afrontar debates sobre su derecho de existir del mismo modo que el mundo judío confronta la negación del Holocausto, cuyos debates son vistos como ilegítimos y en algunos países son incluso ilegales y están sujetos a procedimientos criminales. Como la negación del Holocausto, el cuestionamiento del derecho de Israel a existir no es una práctica legítima del derecho democrático de la libertad de expresión. Representantes israelíes deben abstenerse de participar en debates sobre el derecho de existir y los ciudadanos israelíes que nieguen dicho derecho deben ser despojados de su nacionalidad.
Resoluciones ridículas y absurdas
La mayoría de las resoluciones y acciones de la ONU sobre Israel y el conflicto árabe-israelí han sido inequitativas, algunas incluso ridículas y absurdas. Debido a este patrón, Israel ha devaluado la importancia de la ONU por muchos años, pero no puede seguir haciéndolo. A pesar de ser una organización corrupta, ineficiente e inmoral, la mayor parte de la gente alrededor del mundo ve a las Naciones Unidas como la fuente de legitimidad, legalidad y normas internacionales, posiblemente debido a la ausencia de instituciones alternativas. Por esta razón, debates y resoluciones de dicha organización y sus afiliados son sumamente importantes.
Israel debería prestar mucha más atención a una campaña dentro de la ONU, para que redacte resoluciones y acciones más balanceadas. Si esta campaña no resulta en frutos satisfactorios, la solución estratégica sería exponer abusos de la ONU y desvalorar su imagen y reputación. Esta estrategia se ha empleado en las últimas dos décadas resultando en resultados limitados pero efectivos, tal como la abolición de la resolución que equipara racismo y sionismo. Sorprendentemente, ningún académico ha escrito un libro sobre la ONU e Israel.
Los medios occidentales y globales han adoptado puntos de vista críticos sobre Israel y sus políticas y han apoyado a los palestinos y a la campaña árabe. Israel tiene quejas válidas en contra de la prensa extranjera en Israel; sin embargo, no puede cambiar sus principios democráticos sólo porque muchos reporteros abusen de estos sistemáticamente. Los líderes israelíes y oficiales de lo medios deben aprender cómo lidiar efectivamente con los comentarios hostiles de los medios.
Israel debe establecer un equipo experto de rápida respuesta especializado en varios idiomas, que presente argumentos a los medios de manera coherente y persuasiva. El monitoreo rápido y acertado y la exposición de fracasos profesionales de periodistas son críticos. Los portavoces deben demandar correcciones inmediatas y adecuadas. Aunque existen organizaciones que monitorean los medios de Estados Unidos, el Reino Unido y parte del mundo árabe, no hay grupos que monitoreen la cobertura de otras partes del mundo.
Conceder becas de estudio
El Gobierno debería asignar becas de investigación y membresías a académicos que conduzcan investigaciones sistemáticas en cobertura de los medios sobre Israel alrededor del mundo. Las revelaciones pueden ser usadas para criticar expresiones de los medios y periodistas cuyos reportes son parciales y distorsionados.
Como muchos estudios han demostrado, la imagen de Israel y su reputación en Estados Unidos es muy favorable, encuestas demuestran que la mayoría de los presidentes, el Congreso y la opinión pública apoya fuertemente a Israel. Este sustento se fortaleció aún más después de los ataques terroristas del 9/11 a las Torres Gemelas y el Pentágono.
Podría discutirse que debido a la poderosa posición de Estados Unidos en el mundo, dicho apoyo es el único que importa. Desde la guerra en Irak, sin embargo, la posición de este país se ha debilitado y ocasionalmente ignora el interés de Israel de ganar apoyo en el mundo árabe y Europa.
Israel debe buscar la simpatía y la comprensión alrededor del mundo, en especial en el mundo árabe y Europa.
Asia debe ser el objetivo principal de programas intensivos de Diplomacia Pública, porque importantes naciones asiáticas, tales como China, India y Japón son las que probablemente tendrán más influencia sobre el escenario global en el futuro.
Israel ha descuidado la Diplomacia Pública y “el poder suave” (cultura, acciones sociales, medios de comunicación, diplomacia clásica), basándose primordialmente en “el poder duro” (acciones militares y económicas) para lidiar con la violencia árabe y palestina. Ya no puede seguir permitiéndose ignorar estos importantes instrumentos de política exterior.
Debe desarrollar un programa innovador de Diplomacia Pública y usar sabiamente una combinación de poder duro y suave para afrontar las amenazas futuras. Israel no puede depender más de iniciativas privadas limitadas y esporádicas, tiene que desarrollar su propio programa. La falta de un programa adecuado de Diplomacia Pública ha afectado significativamente la actitud estratégica y la libertad de acción de Israel.
Negligencias adicionales de la Diplomacia Pública no sólo restringirán las opciones estratégicas de Israel, sino que también perjudicarán su habilidad de sobrevivencia en un mundo cada vez más intolerante y hostil para el cual, sacrificar los intereses vitales de Israel, incluso al Estado mismo, serán un precio bajo a pagar para poner fin a la confrontación global entre el Occidente y el fundamentalismo islámico.