Por George Chaya
Entre los objetivos marcados doctrinalmente por los principales defensores de la yihad figura la liberación de los lugares santos del Islam (La Meca y Medina) del yugo y la influencia de Estados Unidos, la liberación de Jerusalén de la ocupación de Israel, la recuperación de aquellos territorios (Al Andaluz, Cachemira, Chechenia) que ahora forman parte de Estados no islámicos y el establecimiento de Gobiernos islámicos en los que impere la shaaría en aquellos países musulmanes con ejecutivos laicos o apóstatas.
El terrorismo yihadista se apoya en la retórica violenta, revolucionaria, totalitaria, maximalista y opresiva, y con ello, proyecta y estimula la guerra a perpetuidad de creyentes contra infieles. Su principal objetivo es instaurar el gran Califato Mundial, en cuyo caso la aplicación total e irrestricta de la shaaría en el conjunto de la “umma" se impondrá sobre toda religión o ideología se trate de la socialista, comunista, capitalista o nacionalista que pueda ofrecer resistencia a instaurar la fe según la interpretan los integristas.
En su cosmovisión, el yihadismo plantea una lucha de la religión contra la decadencia y la degeneración, de lo correcto contra lo blasfemo. Se presentan como protectores de un orden moral fuera de cualquier negociación racional según pueda entenderse en la idiosincrasia occidental y son expertos en la propaganda sobre la sensación de impotencia que padecen los musulmanes esgrimiendo la necesidad de ejercer un poder arrebatado.
La creencia y la idea que alimenta el islamismo yihadista es que el profeta legó el mandato de que los musulmanes estaban predestinados a mantenerse inmersos en permanente conflicto entre el bien y el mal, entre la fe propia y las creencias de los infieles, ateos y agnósticos. En esta materia, según lo interpretan los integristas, el hombre sólo puede situarse en dos aspectos: el de creyente o el de infiel, el de la sabiduría o la ignorancia. No hay, ni puede haber término intermedio; o se hace la yihad y se ayuda al Islam con la palabra o la espada allí donde se les ordene o por el contrario se estará facilitando que el mundo islámico sea sometido al dictado de los infieles.
Ante esta situación es evidente que gran parte de a comunidad internacional se encuentra en un estado de yahiliyya (ignorancia) y los musulmanes en un estado permanente de debilidad motivado por la intimidación y el asalto de los infieles.
La guerra no es un fenómeno terrible en la mentalidad integrista, ni la paz es el estado natural de una sociedad para ellos; por el contrario, la guerra es la condición perpetua y el hombre está inmerso en una permanente batalla contra aquellos impulsos internos que le separan del verdadero Islam y contra los enemigos externos de la religión. Los defensores occidentales del terrorismo yihadista postulan como válido o exclusivamente válido la norma jurídica religiosa desarrollada históricamente por la escuela hambalí (la más rigurosa) que genera el más rancio rechazo a las sociedades abiertas y democráticas, y cuenta entre sus paladines con los clérigos y juristas más ultraconservadores de los países del Golfo Pérsico.
De acuerdo con los principios doctrinales defendidos por Ayman Al-Zawahiri y Osama Ben Laden, es imposible devolver a los musulmanes a su época de esplendor a través del juicio y la razón, del diálogo, la negociación, la coexistencia o el compromiso político con los infieles.
Contrario a ello, sostienen que sólo a través de la fuerza se les puede y se les debe llevar a los enemigos hasta la capitulación. Entre sus enemigos no sólo se identifica a judíos, cristianos o ateos sino a aquellos líderes musulmanes a quienes consideran apóstatas si no aplican la shaaría o si anuncian una legislación estrictamente islámica. Estos gobernantes se transforman automáticamente en blanco de los yihadistas por aplicar el paganismo que representa la cara opuesta del ideal de sociedad islámica pero también porque suponen una amenaza directa al orden religioso y moral que emana del mensaje del profeta. Por tanto merecen y deben ser castigados por creer en el dominio del hombre por el hombre y no en la sumisión a la voluntad de Alá.
La yihad se plantea como el único camino aceptable para recuperar los territorios en los que ha regido el Islam y para defender aquellas zonas en las que los musulmanes están en lucha: es un acto de autodefensa contra los que conspiran para socavar las bases de la sociedad, la religión, la cultura y los valores del mundo islámico.
Como señalan los sitios web islamistas de Afganistán, Indonesia y Egipto, la yihad es un deber desatendido y debe ser resucitado como pilar central de la fe.
“El que muere sin haber practicado la yihad muere en la hipocresía"; estas han sido palabras del ex mayor del Ejército americano Nidal Malik Hasán en su cama de hospital en la primera declaración que efectuó a los agentes del FBI según la revista alemana Der Spiegel y que no fue negado por las agencias informativas, aunque éstas mantienen un silencio absurdo sobre el tema, cuando lo real es que este hecho constituyó el primer y gran ataque yihadista en suelo americano luego del 9-11.
Desde el salafismo armado se entiende que la “yihad ofensiva" es una obligación colectiva que se pone en marcha cuando los infieles están desprevenidos o no están organizados, que es un deber librarla contra apóstatas y ateos si suponen una amenaza grave e inminente para la umma, así como para ampliar la comunidad islámica extendiendo el mensaje del Islam donde no ha llegado. La “yihad defensiva", de forma complementaria, se plantea como obligación individual: no se necesita el permiso de nadie para llevarla a cabo sino simplemente obedecer al mandato de Alá expulsando a los infieles del territorio musulmán, desde el más cercano al más lejano.
La teoría de la “yihad permanente" de Ben Laden, por su parte, establece que sólo caben dos opciones para el creyente: la primera es estar combatiendo al enemigo; la segunda, estar preparando futuros ataques por sorpresa para vulnerarlo.
El yihadista busca la fusión de todos los musulmanes en una única y dominante comunidad política. Se trata de un discurso que sostiene que los musulmanes están al final de una era de debilidad y abuso occidental y al inicio de otra de recuperación de la gloria, el honor y el renacimiento de su poderío, una nueva fase que sólo será apuntalada mediante la acción de la yihad. En la nueva etapa, los musulmanes pondrán fin a una estrategia que Occidente continúa sin interpretar mediante puntos básicos que proclama el liderazgo yihadista, a saber: a) estableciendo pequeños Estados islámicos para asegurarse que el mundo musulmán esté dividido, atomizado y debilitado; b) socavando mediante la propaganda y las acciones de guerra asimétrica el poder de Israel; c) garantizando el establecimiento de familias reales y emiratos frágiles en el área petrolífera del Golfo Pérsico, reservándose así el acceso directo a las riquezas ajenas; d) invadiendo ideológica, intelectual y culturalmente el mundo árabe para destruir cualquier vestigio de su estructura espiritual y su identidad religiosa; e) apoyando a falsos clérigos que difunden un Islam edulcorado que no se ajusta al mensaje de la yihad; y f) distrayendo al pueblo musulmán de sus verdaderos problemas y anulando su identidad religiosa.
Para cumplir esos objetivos, los yihadistas entienden que Estados Unidos y sus aliados no se valen únicamente de su poder militar, económico y político sino de instrumentos como las Naciones Unidas, las corporaciones multinacionales, los medios de comunicación o las agencias humanitarias, convertidas en eficaces y peligrosos vehículos de espionaje.
En otras palabras, en su apelación a la ideología para recurrir a la lucha armada con el fin de subvertir un orden mundial considerado injusto, Ben Laden no introduce ninguna novedad en la teoría de la toma del poder a través de la acción revolucionaria.
De manera análoga a la instrumentalización que el líder de Al-Qaeda ha hecho de la tradición yihadista, Lenin se valió de la teoría marxista para argumentar que un Occidente corrupto estaba intentando imponer a escala mundial los valores sociales, económicos y culturales del capitalismo. Ambos consideran que acabar con las sociedades abiertas es el único medio para abrir la vía tanto al Estado comunista como al Califato islamista. Ambos contemplan que el fin justifica, como medio para alcanzarlo, el uso necesario e irrestricto de la violencia.