Por Beatriz Poler
Llega el tiempo en que los hijos crecen (de repente y sin pedir permiso) y les toca salir a conquistar al mundo e independizarse como lo hicimos nosotros cuando teníamos esa edad. Ahora nos toca verlos partir, como nos vieron nuestros padres, sintiendo que aún no hemos agotado nuestro tiempo con ellos y además sabiendo por experiencia propia que lo hacen de forma alegre y sin remordimientos.
Este artículo es para los padres cuyos hijos están por irse de la casa, ya sea porque se graduaron y se van a estudiar afuera, o se casan o simplemente se mudan; lo escribo porque sé que la salida de los hijos moviliza muchas emociones encontradas: alegrías y orgullo por sus éxitos, mezclados con tristezas por la separación, una especie de coctel que puede llegar a abrumar. Una vez escuche cómo un padre, en una reunión de graduación del colegio, decía con orgullo que su hijo había sido aceptado en una renombrada universidad fuera del país, pero con tristeza se preguntaba: “¿Lo crié para que se vaya?”.
La respuesta es sí, los vamos educando para que poco a poco conquisten la independencia, porque el crecimiento de los hijos es ley de vida, es un proceso indetenible y más aún en un mundo hoy por hoy tan globalizado. Abandonan nuestro hogar para poder, eventualmente, hacer su propio nido, aunque para ello tengan que dejar el nuestro vacío.
Por largos años nuestro eje central se inclina hacia ellos, gran parte de nuestro tiempo es dedicado a su cuidado, a forrar cuadernos, a hacer menús de comida sana, citas con los doctores, partidos de fútbol, ballet, etc. Y es que por veinte años o más estamos rodeados de hijos que son el centro de nuestras vidas y ahora su salida nos indica que tenemos que volver a enderezarnos, y, claro, después de haber estado uno inclinado por tanto tiempo, enderezarse es doloroso, y no muscularmente hablando; la salida de los hijos produce importantes sentimientos de tristeza, ansiedad y hasta desinterés en nuestra vida cotidiana, síntomas que se conocen bajo el nombre del síndrome del nido vacío. Estos sentimientos son absolutamente normales, y en la medida en que no se transformen en pensamientos continuos y obsesivos duraderos, le suceden a todos aquellos padres que están en el proceso de ver a sus hijos partir. Puede comenzar antes de que el hijo se vaya, cuando intuimos que ese momento está por llegar. Se presenta porque implica un cambio difícil en nuestra vida, no sólo nos enfrenta con el crecimiento de ellos y el duelo por su salida, sino que además nos enfrenta con nosotros mismos, con nuestra individualidad, con el tiempo, con el ciclo vital y con nuestro matrimonio, si lo hay. A veces no nos damos cuenta de por qué estamos tan deprimidos y lo atribuimos a muchas cosas: menopausia, hormonas, el país; por ello lo primero que tendremos que hacer es identificar nuestros sentimientos y reconocer que estamos experimentando una pérdida, que sufrimos por ella para poder así hacer el duelo y poco a poco elaborarlo. Hay veces en que todo esto resulta demasiado difícil y se precisa de ayuda psicológica; esto no es algo para avergonzase, ya que no es fácil redefinir los objetivos de vida y entender quiénes somos para nuestros hijos en este momento y quiénes somos sin ellos.
Pero no todo es tan obscuro. Si bien es cierto que todo cambio trae desequilibrio, es importante reconocer que las crisis pasan y nos brindan el chance de una nueva oportunidad para revisarnos y redefinir nuestras metas; es decir, sacar de nuestra maleta lo que ya no es necesario para aligerarnos un poco. La psicoanalista Marianne Eckard señala que el conflicto fundamental en la vida está en seguir adelante o detenerse. A veces deseamos que el tiempo no pase pero es necesario comprender la inevitabilidad del mismo; si esto se logra, será más fácil manejar la idea.
Cuando los hijos se independizan del hogar es el comienzo para el desarrollo de uno mismo y de la relación de pareja, de las actividades que antes no podían realizarse porque se paralizaron ante las ocupaciones por los hijos.
Hay veces que este síndrome es vivido con demasiada tristeza, lo que se debe a que intuimos que algo pasa con nuestro matrimonio, y tanto es así que hasta los hijos se dan cuenta y no logran salir de la casa por sentir que su misión es sostener a la pareja de padres, o a la madre o al padre por separado. Un matrimonio que vuelve a encontrarse frente a frente inevitablemente se preguntará el sentido de seguir juntos. Esta nueva situación exige reacomodamiento, todo vuelve a ser de a dos: la cena, la hora de mirar televisión, las conversaciones cotidianas. Pueden aparecer viejas peleas, discusiones postergadas por cuestiones más urgentes. ¿Significa esto que inevitablemente el matrimonio ha llegado a su fin? No; éste puede ser el comienzo de una forma de la relación, mucho más profunda e intensa. Si se aprende a disfrutarla puede desarrollarse algo más sólido: la capacidad de dialogar juntos, de tolerar mejor las diferencias, de reírse de los mutuos errores, de iniciar juntos alguna actividad. Es la ocasión para ser creativos y encontrar nuevos desafíos a la vida matrimonial.
Individualmente, esta “liberación” de estar siempre pendiente de los hijos puede transformarse en un tiempo para crecer. Jung señalaba, al contrario de algunos psicoanalistas, que el proceso de la individuación se retoma en la etapa media de la vida y la llama el “mediodía de la vida”. La mediana edad es un tiempo especialmente propicio para el desarrollo de uno mismo. Actividades que antes no podían realizarse pueden comenzar en este momento. Se dispone de más tiempo y de más experiencia. Se pueden retomar viejos hobbies o adoptar nuevos, empezar a practicar un deporte o ir al gimnasio, participar de grupos de interés común o en actividades intelectuales o de ayuda social, lo importante es darle un nuevo sentido a nuestras vidas.
Y después de que pasa la crisis y superamos nuestros cambios, nos daremos cuenta de que nunca se deja de ser padre, simplemente nuestro rol cambia, nos convertimos en padres de adultos que nos siguen necesitando, sólo que de una forma diferente.
Programa de Prevención Comunitaria
Proyecto de Vida
Fuente: Nuevo Mundo Israelita