Por Jacqueline Goldberg
Esta es mi última edición y mi último artículo como directora de Nuevo Mundo Israelita. Me despido tras doce años en los que paralelamente a mi trabajo —y gracias al respeto y la libertad que siempre tuve aquí— he conseguido acatar el proverbio chino según el cual en la vida todo hombre debe sembrar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. En estos ciento cuarenta y cuatro meses entrañables, familias amigas han sembrado por mí muchos árboles en Eretz Israel, he tenido un maravilloso hijo de ojos color albahaca por el que doy gracias a Dios todos los días y he escrito algo más de una docena de libros, no pocos de ellos desde y para esta kehilá.
Me voy con la serenidad y la satisfacción que me otorgan haber dirigido por tres años un semanario que nuestra comunidad aprecia y gracias al que aprendí infinidad de cosas que se quedan conmigo por siempre. También parto con un guayabo tremendo, un duelo que supongo natural. Por más que mi retiro se produzca con alegría y por absoluta voluntad, no puedo negar que extrañaré todo: a mis compañeros de la sala de redacción, solidarios, apasionados por el periódico que juntos producimos cada semana; a Gustavo Arnstein, quien como director honorario nos visita puntual martes y jueves; el pasillo de los “buenos días”; los amigos de la CAIV, siempre ofrendándome con el chocolate que aplaca mis sobresaltos de media tarde; al rabino Brener, maestro cálido e incondicional; a Ena Rotkopf, en cuya humeante oficina me refugié tantas veces para reír y llorar; a Mery Truzman y su combo cocineril; a Anita Mizrahi, con quien me carcajeo imaginando negocios futuristas… En fin, a cada una de las personas junto a las que he construido una cotidianidad que al principio me será difícil trastocar. Extrañaré, sin duda, esta página y los muchos gratos halagos que por ella he recibido de personas e instituciones amigas y que en ocasiones fue el único estímulo para seguir adelante. Las discusiones y unos pocos regaños los he olvidado, me llevo sólo lo bueno.
Por pura casualidad dejo NMI tras haber cumplido el pasado mes de febrero exactamente una docena de años aquí. Pero no hay casualidades, al menos quiero creer en eso. Y el número doce es muy simbólico: doce son los meses del año, las horas de sol y oscuridad, los signos del Zodiaco, las Tribus de Israel, las puertas de Jerusalén, los principales dioses griegos, los años de un buen whisky, las estrellas de la bandera de la Unión Europea, que simbolizan perfección y unidad.
La inútil contabilidad del párrafo anterior, confieso, no es más que una excusa para no ponerme lacrimosa y cursi, aunque la ocasión lo amerite y pueda ser disculpada por ello. Igual no es esto una despedida ni un hasta luego ni el breve adiós de la canción, ya me verán por ahí, en otros asuntos, en más sosegados menesteres y de vez en cuando como articulista de estas queridas páginas.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita