Por Natalio Daitch
Rabi Shimón Bar Yojai decía: “Tres grandes regalos ha dado Dios Todopoderoso a Israel, y todas fueron otorgadas con sufrimiento: la Torá, la Tierra de Israel, y el mundo venidero”(Berajot 5, a). “Darse cuenta” es el título de una película argentina, y si bien no viene al caso ocupar espacio en contar el argumento de la misma, me es útil a los fines de condensar el sentido de todas estas líneas. No hay palabras que puedan expresar todo lo que sentimos los judíos y puede que también muchos gentiles ante la matanza perpetrada en el asentamiento de Itamar.
Lamentablemente y a pesar de todo lo que esto oprime nuestro corazón y todas las lágrimas que se puedan colectar, no es este el primero y seguramente no será el último de los que debamos sufrir los judíos en todo el orbe. Por una cuestión de similitud, aunque con diferencias, el asesinato de los cinco miembros de la familia Fogel disparó en mi cabeza asociar o recordar el ataque perpetrado por terroristas islamistas perpetrados en el Beit Jabad de Mumbai, India, en noviembre de 2008.
En esa oportunidad fueron asesinados el rabino Gabriel Holtzberg y su señora Rivka (foto) junto a otros israelíes que se hospedaban en la Casa Nariman. No cabe duda que si continuáramos recordando atentados y víctimas de árabes-palestinos e islamistas esta carta tendría que ocupar el espacio de un libro.
Y por el momento esto no es posible, aunque en algún sentido sería deseable a los fines de recordar a otros y recordarnos a nosotros mismos con quién estamos tratando y que es lo que podemos esperar de nuestros jurados enemigos. Pero ¿qué quieren lograr los terroristas? ¿Cuáles son sus objetivos? ¿De dónde abrevan tanto odio? Y ciertamente las respuestas podrían ser: la guerra que ellos entienden libran con Occidente, Estados Unidos e Israel. La guerra de los musulmanes contra los infieles, o contra todos aquellos que no son musulmanes. La guerra con la que aspiran a instalar el gran Califato mundial, etc. Y la fuente de todo este odio y maldad obviamente podría ubicarse en su cultura e historia o tradición con tintes violentoso para algunos (otros no) como una interpretación tergiversada del Corán y sus enseñanzas.
Pasando al segundo bloque de esta reflexión, para nosotros los judíos debería quedar claro que nuestros primos árabes y musulmanes en su gran mayoría no desean la paz con nosotros y estos actos adquieren diferentes significados si son cometidos en la propia Tierra de Israel o en la diáspora, pero apuntan a un mismo fin. Vengarse de los judíos, minar la convivencia entre los judíos y los pueblos vecinos. Vengarse del judaísmo (religión de paz). Exterminar vidas y en Israel intentar su destrucción alentando el desmantelamiento de los asentamientos, a fines de ganar territorios y desde allí continuar atacando a Israel para tratar de destruir al Estado Judío en cómodas cuotas.
Bien se dijo en el funeral de la familia Fogel: “La mejor venganza para Israel es seguir el camino que más irrita a los árabes, que sería el de ampliar los asentamientos y la presencia judía en Judea y Samaria. Sería tropezar con la misma piedra y a una escala mayor y de consecuencias más terribles e imprevisibles para Israel retirarse de Cisjordania como lo hizo Sharón de Gaza”.
Queda claro por las consecuencias que el experimento fue inútil y terminó en un peligroso fiasco, evidenciando lo que ya todos sabíamos: que la calle árabe no desea la paz con Israel. El control casi inmediato de la Franja de Gaza por Hamás, y una lluvia de misiles Kasam sobre las ciudades y localidades del sur, fue la respuesta al enorme esfuerzo humano y colectivo de resignar derechos. La tentación a la revancha y a la venganza es siempre enorme, pero nosotros los judíos tanto en la diáspora como en Israel debemos intentar ganar esta guerra aún perdiendo ciertas batallas. Y no tengo dudas que esta guerra entre civilización y barbarie será ganada por nosotros si demostramos que aún bajo la amenaza del cuchillo de los ismaelitas y de tantas atrocidades cometidas contra nosotros, que a pesar de hacernos padecer lo peor que pueden hacerle a un ser humano, con todo esto somos capaces de ejercitar la resiliencia (salir airosos de vivencias muy traumáticas) y devolver a la vida lo mejor de nuestro potencial que obviamente emana de nuestra cultura y tradición judía. De nuestras fuentes eternas y santas: la sagrada Torá y todas las enseñanzas que de ellas emanan.
En definitiva: los terroristas destruyen vidas y mundos, nosotros construimos vidas y mundos. Ellos viven ahogados en su odio, su propio infierno en la tierra. Nosotros por el contrario podemos hallar el paraíso terrenal en nuestra enorme capacidad de amar la vida.
No es cierto lo que ellos (los terroristas) afirman: que se requiere valor para morir. El verdadero valor es aquel que se necesita para vivir y afrontar todas las vicisitudes de la existencia. Y termino citando a mi madre, Aida Daitch z”l. Ella siempre me decía: “En la vida estamos expuestos a todo”, y “para vivir hay que ser un héroe”. Y como siempre, mi querida madre tenía razón.
Fuente: Aurora Digital