Por Beatriz W. De Rittigstein
Desde que se inició la ola de rebeldía que va teniendo efecto, uno a uno, en varios países árabes, observamos la forma malévola y engañosa que determinados grupos, con intereses claramente definidos, aprovechan la situación para señalar una inexistente responsabilidad de Israel, con la pretensión de deslegitimarlo. En realidad, el Estado judío no tiene competencia en los acontecimientos.
Más bien, con sus características específicas, las rebeliones constituyen reacciones internas de los pueblos para exigir cambios frente a gobernantes perpetuos, hereditarios, opresores, corruptos, que no velan por la prosperidad de sus ciudadanos, sino que utilizan la hacienda pública para su bienestar personal y el de su entorno.
Así, el régimen sirio acusó a Israel de provocar las manifestaciones contra Bashar Assad, que se multiplican en la geografía siria. En sintonía con la falaz excusa, una analista árabe, desde México, respondió a la periodista de CNN, afirmando que, al igual que Irak hace unos años, Siria está en la mira de Occidente por apoyar la causa palestina en su contencioso con Israel; insistió que por esa razón se procura derrocar a Assad y aislar a los palestinos.
La dictadura de la familia Assad ya demostró disposición a masacrar a su pueblo con el propósito de aplacar los disturbios. El desconocer los genuinos motivos de la agitación popular: las necesidades de libertad y mejora del nivel de vida, no contribuye a frenar la violencia. Peor aún, el culpar a otros por las torpezas propias, sin asumir el compromiso con el verdadero progreso de su país, atrasa el arranque de correctivos, mientras los islamistas radicales pueden adueñarse de la revuelta, transformándola en una avalancha de furia y desolación.