Elías Farache S.
Un célebre cuento de Mark Twain, el célebre humorista y escritor americano, relata que un vendedor de seguros quería vender pólizas para camas. Su argumento, estadísticamente cierto, era que la mayoría de las personas mueren en la cama, siendo esta entonces un lugar de alto riesgo.
Hace unas semanas, una bomba hizo añicos un autobús en la estación central de Jerusalén. Varios heridos, una víctima mortal. El atentado terrorista significó la vuelta a la escena de este tipo de incidentes, muy frecuentes hace unos años en Israel, cuando homicidas-suicidas se explotaban en la acción de morir matando.
El jueves 7 de Abril de 2011, un misil anti-tanque fue disparado desde Gaza a un autobús amarillo que debía transportar eso que transportan los autobuses amarillos en muchas partes del mundo: niños y adolescentes estudiantes. Por suerte, el autobús había dejado a su valiosa carga unos minutos antes, pero un adolescente de 16 años fue herido de gravedad. En paralelo, varias decenas de cohetes estaban siendo lanzados desde Gaza a Israel, en forma aleatoria, como una ruleta que no se llama rusa, pero cuyos ganadores son en definitiva los perdedores de sus vidas.
Los autobuses son en Israel objetos de alto riesgo. Los terroristas los hacen blanco de atentados homicidas-suicidas, de bombas a control remoto, y ahora, de misiles anti-tanque que son disparaos con algún mecanismo de alta precisión. Estos atentados se originan en Gaza, cuyos dirigentes y líderes saben que los mismos deben producir represalias de rigor, acciones defensivas que impidan que los atentados se sigan perpetrando. También saben que los autores de los atentados están en zonas donde hay civiles inocentes, que no necesariamente están de acuerdo con su política de terror total para con el enemigo israelí, y que pueden ser parte de lo que cínicamente se llaman daños colaterales.
La intención en estos momentos parece ser provocar una reacción de Israel que signifique un ataque a Gaza para destruir o minimizar la infraestructura de lanzamiento de cohetes. Cohetes que son cada vez más potentes, algo más certeros e igualmente mortales. Intimidantes y aterrorizantes. La reacción mediática en contra de Israel no se hará esperar, y no faltará quien afirme que la respuesta israelí es desproporcionada. Y se esgrimirá como causa de todo el drama del pueblo palestino. Un pueblo que tiene una dirigencia que no reconoce Israel de ninguna manera, que no acepta negociar con el estado judío, y cuya dirigencia moderada, aquella que se asienta en la Margen Occidental no reconoce el carácter judío del Estado de Israel. ¿Quién no reconoce a quien?
La situación de los ciudadanos de Israel es delicada. Están sometidos a cualquier ataque aleatorio en los medios donde se desenvuelve la vida normal de civiles normales: calles, cafés, autobuses. Disparar a un autobús amarillo es una acción de asesinato selectivo a los que son más inocentes de todo, a aquellos que ni siquiera tienen opinión ni posición, con la intención de sembrar terror, odio… y reacciones.
Es evidente que existe la intención de explotar un polvorín en Israel, con sus vecinos. Un desbarajuste que provoque condenas, sangre, mucha cobertura de prensa, gran cantidad de imágenes y profusión de corresponsales. Así, el drama que se vive en todo el Medio Oriente, con poblaciones protestando en contra de regímenes de facto tenderá a pasar algo desapercibida. En Libia, Siria, Yemen, Irán… en general en países donde por razones obvias hay menos corresponsales de prensa, menos cámaras y menos información, una escalada del conflicto palestino-israelí será bienvenida, constituirá un alivio a la presión mediática. Lo de la reacción israelí a los ataques de Gaza, se puede provocar y controlar, a diferencia del terrible terremoto en Japón que copó los titulares durante un breve pero intenso tiempo, distrayendo por momentos la atención de algunos.
Israel ha de ser condenado y vilipendiado. Su deber de estado, para con sus ciudadanos todos, judíos y no judíos, es garantizar que las camas y los autobuses, además de otros ambientes, sean lugares seguros.
Algún buen negocio se le hubiera ocurrido al personaje de Mark Twain.