Por Moisés Garzón Serfaty
Todos los días se levanta el telón del bochornoso escenario del teatro occidental en el que se repite y aplaude la tragicomedia de atacar a Israel y al Sionismo, lo que equivale a atacar al Pueblo Judío, mientras se contemporiza con —y hasta se alienta— la presencia de radicales islámicos exigiendo derechos en nombre de la tolerancia, que llegan en oleadas en una operación de invasión indetenible, silenciosa, sin disparar un tiro, para intimidar más tarde a los que les brindan hospitalidad y cada día ceden más terreno para que no se les acuse de intolerantes. Sufren el complejo de culpa colonialista, como si la colonización no hubiese aportado ningún beneficio a los colonizados. Sigan en su sopor y con su complejo que los tiros vendrán después.
Y así se dejan pisotear, amedrentar y ofender, casi sin protestar, en una actitud que pudiera calificarse de masoquista. La última o, mejor dicho, la más reciente de las ofensas es el caso de “la mezquita de la discordia”.
Gracias a los musulmanes del imán Feisal Abdul Rauf, todo el mundo ha tenido conocimiento de la polémica desatada por la pretensión de construir una mezquita en las cercanías de las desaparecidas Torres Gemelas en la Zona Cero de New York, lo que vendría a ser efectivamente una ofensa a las inocentes víctimas civiles del sangriento atentado terrorista y al pueblo norteamericano, al mismo tiempo que un homenaje a los desalmados asesinos.
En Estados Unidos y Europa hay un considerable número de mezquitas. ¿Por qué pretender erigir una más en ese lugar? ¿Acaso es permitido construir una iglesia o una sinagoga en Arabia Saudita, que financia la construcción de mezquitas en todo el mundo?
Es inconcebible ese sopor profundo que tiene postrado a Occidente con un rico patrimonio histórico y cultural enraizado sólidamente en el helenismo y en las tradiciones ético-morales del Judaísmo y del Cristianismo.
La mayor parte del público que asiste a ese vergonzante teatro antes mencionado cree en las mentiras y tergiversaciones de los medios de comunicación mercenarios, en la propaganda manipuladora que hacen aparecer siempre a Israel como el malo de la película. Cuando se descubre la mentira, nadie pide disculpas, incluyendo la ONU y otros organismos internacionales, que cierran ojos y oídos ante la incesante y creciente campaña de satanización de Estados Unidos, Israel y los valores de la civilización occidental que proclaman caducos, agotados.
La tolerancia a ultranza, sin límites, está cobrando el alto costo de la pérdida de identidad y de la propia cultura al equipararla con otras culturas, sacrificándola en el altar del pluriculturalismo y la Alianza de Civilizaciones.
En este punto, las preguntas que hay que hacerse son: ¿Por qué se pide tolerancia a Occidente? ¿Acaso los países islámicos dan alguna a cambio? ¿Por qué hay que pedir perdón al Islam? ¿Acaso éste pide perdón por todas las guerras de conquista llevadas a cabo, por los territorios apropiados por la fuerza, por las conversiones forzadas y las poblaciones esclavizadas?
Occidente y los sectores más avanzados del Islam, que también son sus víctimas, deben reconocer que están en guerra contra fuerzas despóticas, oscurantistas, retrógradas, que quieren destruir los sagrados valores de la libertad, la democracia y los Derechos Humanos. Si no lo reconocen y actúan en consecuencia, el despertar será amargo.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita