Por Rebeca Perli
A menudo, y generalmente porque no tenía otra opción, el Pueblo Judío ha debido emprender largos viajes, los cuales, no obstante, fueron siempre con retorno a su lugar de origen. Los más sonados son Israel-Babilonia-Israel, Israel-Egipto-Israel, Israel-el mundo-Israel, este último con una larga escala en países europeos y en Sefarad, donde, oh ilusos, pensaron que se podían quedar indefinidamente, pero de donde también debieron salir para iniciar una larga travesía cuyo itinerario, extracto de mi artículo publicado en el libro-objeto de arte El viaje, se narra a continuación.
El 31 de marzo de 1492, con el Edicto de Expulsión, alcanzó su cúspide la cadena de persecuciones que había comenzado cien años antes. Hicimos todo por quedarnos, algunos hasta fingimos renunciar a nuestro credo -que no obstante seguimos practicando en secreto-. Éramos los "criptojudíos", los "cristianos nuevos". Pero el Santo Oficio fue implacable: torturas, sambenitos, autos de fe… "¡Confiesa, judaizante!". "¡Danos nombres, marrano!". "Necesitamos alimentar el fuego purificador de las hogueras".
El 31 de julio de 1492 venció el plazo. Perplejos, dejamos España despojados de nuestras pertenencias, pero no así de nuestras vivencias. Bajo los propios ojos de los inquisidores nos llevamos las usanzas, el idioma, la música, las consejas y los sabores de Sefarad. Nos llevamos también las llaves de nuestras casas, porque hemos de regresar… Dejamos, en cambio, nuestras alhajas y otros bienes que habrían de financiar las travesías de aquel lunático llamado Cristóbal Colón, también de nuestra estirpe. ¡Cristóbal Colón y nosotros! Juntos iniciamos El viaje.
¡Turquía! ¡Qué gran recibimiento nos hizo el sultán Bayaceto II en Estambul! Florecimos al amparo del Imperio Otomano, donde se estableció, ya libre de retomar públicamente su Judaísmo, doña Gracia Méndez, "la Señora", quien osó amenazar con el boicot a Ancona si se enviaban "marranos" a la pira.
En Salónica, nuestro abolengo descolló por siglos irradiando luz desde sus escuelas, en las que se formaron rabinos de la talla de Joseph Caro, autor de Schuljan Aruj, y Salomón Alkabetz, creador de Lehah Dodi. Introdujimos la imprenta, y todavía hoy existe un libro sobre los códigos de Maimónides editado en nuestras prensas en 1515. La efervescente actividad del puerto se paralizaba los sábados hasta que, en 1942, fuimos inmolados en las cámaras de gas de Auschwitz, junto con otros judíos de toda Grecia.
En África nos expandimos por Arcila, Fez, Alcazarquivir, Tetuán, Larache, Xauén, Ceuta, Melilla y Gibraltar, llevando nuestro bagaje intelectual a cuestas. Enriquecimos el español con el hebreo y el árabe y lo hicimos jaketía, salpicándolo de farkas que evidencian nuestro sentido del humor, amargo y pícaro a la vez, y de términos melosos y posesivos, fruto de nuestro efusivo temperamento y de nuestro apego familiar: "mi dulce", "mi bueno", "mi reina", "mi rey". Nuestros fogones se impregnaron de aromas de cous-cous y de adafina, vestimos de berberiscas a nuestras novias y celebramos con alborozo las mimonas de finales de Pésaj.
A pesar de los guetos, vivimos etapas de holgura en Italia, donde ejercimos profesiones liberales y tuvimos acceso a predios aristocráticos y pontificios en calidad de consejeros y médicos de príncipes y papas. Nos alumbró el fulgor del Renacimiento y surgieron de nuestro seno científicos brillantes como Gabriel Falopio y Bartolomé Eustaquio. Sara Soulam, eximia poetisa, y Shlomo de Rossi, genial compositor, provienen de nuestra estirpe, y nos jactamos de que una romanza española que Verdi aprendió de amigos judíos figure entre las melodías de La traviata.
Las colonias neerlandesas fueron propicio trampolín para nuestro traslado a América: Paramaribo, Curazao, Recife, Nueva Ámsterdam (hoy Nueva York) nos acogieron abiertamente. Nos expandimos por Estados Unidos de Norteamérica, donde muchos personajes célebres emergieron de nuestro gentilicio. Tal es el caso de Uriah Levy, quien sirviera en la Marina norteamericana durante la guerra de 1812, llegando a ocupar el cargo de comodoro; de Joudah Touro, desprendido filántropo cuya generosidad hizo posible la creación de orfanatos y hospitales para judíos y gentiles en Nueva Orleáns; de Emma Lazarus, a cuya inspiración se debe el poema "El nuevo coloso" inscrito en la Estatua de la Libertad como bienvenida a quienes buscan refugio en el Nuevo Mundo: "Dadme vuestras cansadas, vuestras menesterosas,/ vuestras densas muchedumbres que anhelan libertad,/ al humano despojo de vuestras desbordantes costas/ ¡Yo alzo mi antorcha junto al portal dorado!"
Una influyente comunidad sefardí floreció en Curazao, donde Simón Bolívar fue huésped de don Abraham de Meza, y sus hermanas, Juana y María Antonia, huyendo de las garras de Boves, fueron cálidamente alojadas en la morada del confidente del Libertador, don Mordechai Ricardo, quien tiene la honra de haber sido el primero en escuchar, de boca de su autor, el Manifiesto de Cartagena. Nuestra comunidad en pleno apoyó la gestión emancipadora del insigne prócer americano, en cuya milicia se alistaron Juan Bartolomé De Sola y Benjamín Henríquez.
A Venezuela llegamos vía Coro, donde subsiste, como reliquia, el cementerio judío más antiguo en tierra firme suramericana. De nuestro linaje son los Curiel, De Sola, Henríquez, Ricardo, Fonseca, De Lima, López, apellidos de abolengo estrechamente vinculados a inestimables aportes a las letras, el comercio, la política y las ciencias del país.
Pero no siempre fue llano el camino en América: el Santo Oficio extendió su brazo inquisidor a México, Perú, Argentina, Brasil y Colombia, donde las opciones eran asimilarnos o sucumbir. Aún así nuestra huella quedó impresa: en algunos poblados enclavados en Los Andes existen viviendas que todavía ostentan es sus puertas una mezuzá, aunque sus moradores no saben lo que esto significa, y hay familias que encienden velas los viernes en la noche, "porque así lo hacían nuestros abuelos…".
El viaje que comenzó en 1492 en Sefarad nos dispersó a lo largo y ancho del planeta. De Nueva York a Los Angeles, de Panamá a Buenos Aires, de México a Melilla, de Londres a Estambul, de Toledo a Jerusalén…
En diciembre de 1968, el Gobierno español promulgó la orden de derogación del Edicto de Expulsión decretado por los reyes católicos, y en junio de 1982 se aprobó una ley que "concede a los sefardíes la posibilidad de obtener la nacionalidad española con un plazo reducido de residencia en España", una especie de Ley del Retorno.
La llave que nos llevamos en 1492 continúa abriendo puertas. En 1948 abrió las de nuestra patria ancestral, Israel.
(Texto introductorio de El viaje, libro portafolio de obras gráficas producido por el Museo Sefardí de Caracas "Morris E. Curiel", 1999).