Por Rebeca Perli
Tras 8 años de continuos ataques terroristas, Hamas violó una tregua de 6 meses que había traído una relativa paz entre israelíes y palestinos, para continuar bombardeando desde Gaza sus nefastos cohetes. Esto a pesar de la reunión del Encargado de Asuntos Políticos del Ministerio de Defensa israelí con el Jefe de Inteligencia de Egipto, y de la Canciller Tzipi Livni con el presidente Mubarak, en las que se expuso la propuesta de Israel de persuadir a Hamas de extender el cese al fuego. Lejos de encontrar eco a esta iniciativa, secundada por el presidente de la Autoridad Palestina, la reacción de Hamas fue seguir disparando cohetes uno de los cuales dio muerte a dos niñas, no judías, sino palestinas.
Este tipo de enfrentamiento no se puede comparar a un partido de tenis en el que uno de los contrincantes tira la pelota y el otro la devuelve. Se trata de la seguridad de un pueblo asediado por un terrorismo constante y persistente, hasta que, agotada su paciencia, responde con determinación a fin de extirpar los focos de agresión y desmantelar los mil túneles subterráneos por los que Hamas transporta armas desde Egipto. La acción de Israel no es en contra del pueblo palestino como lo demuestra la relación con Cisjordania a donde debieron huir los palestinos expulsados por Hamas de Gaza.
Antes de pedir a Israel que cese los ataques, es prioritario exigir a Hamas que deponga sus armas y se comprometa a la no agresión. Mientras tanto Israel tiene dos opciones: Permitir que Hamas continúe acosando a sus ciudadanos a cambio de proyectar la imagen que el mundo le exige, o erradicar de raíz estos actos terroristas, tal como se extirpa todo tumor maligno, aún cuando el costo sea quedar como "el malo de la película".
Israel se decidió por la segunda opción.