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Por Max Sihman
La conducta de cualquier persona obedece a una serie de factores propios de su educación durante la niñez, los principios y valores que se imparten desde su hogar, las relaciones y amistades que se generan desde el colegio y fundamentalmente la guía espiritual que pudiese tener de acuerdo a su religión.
Al transcurrir los años, la persona se va adaptando como animal de costumbre a las circunstancias de su entorno. En esta breve reflexión uno se pregunta quién escoge el escenario más apropiado para el crecimiento y la educación. Lamentablemente no hay una respuesta concreta que pueda definir el destino de cada quien. Hay quienes hablan de la suerte como elemento pivote del futuro, otros hablan de los méritos que por azar le corresponde, hay quienes inclusive hablan sobre la teoría de la determinación y es lo que está previsto por Dios. Todo lo descrito anteriormente son meras suposiciones que escapan de la verificación y comprobación intelectual, pero lo que sí es cierto es que todos podemos rectificar o cambiar el rumbo de nuestras vidas con el deseo de hacerlo y buscando las maneras legítimas para ello.
¿Quién tiene la potestad para juzgar la conducta de otro desconociendo el pasado? ¿Las razones sociales o en definitiva su mente? Nadie es capaz de pronunciar una sentencia condenatoria por la conducta de otro de manera ligera; ello es sencillamente desvirtuar la naturaleza humana y hasta ahora no existe otro código de enjuiciamiento diferente al del ser supremo para los creyentes.
Las personas tenemos una necesidad imperiosa de satisfacer deseos sin importar la edad ni condición social. El estilo cambia, por supuesto, según las costumbres, lo que es normal para algunos puede significar un abrupto para otros; allí aparece el factor de madurez y tolerancia. Las normas y regulaciones de la sociedad lo que hacen es blindar los efectos del mismo para respetar los derechos de privacidad, ética y decoro a la vista de los demás; lo que acontece en privado, respetando las normas ajenas es perfectamente válido.
La intención de este corto ensayo es reconocer la importancia de nuestros códigos de vida a través de los legados y principios del Judaísmo, cuya sabiduría nos ofrece una filosofía de conducta debidamente comprobada para una sana existencia escoltando nuestros procederes. El tratado del Pirkei Avot —las enseñanzas de nuestros padres— nos ayuda a conducirnos con la frente en alto y no con la frente en los pies.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita

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