Por Edu Zamo
De los más de 30 millones de refugiados y desplazados que se cuentan actualmente en el mundo, los cuatro millones de palestinos acaparan sin duda la atención pública. ¿Cuántos de nosotros podemos enumerar otros pueblos que han sufrido similar o peor destino? La ONU tiene una agencia que se encarga del tema en general (ACNUR), pero los palestinos tienen otra exclusiva para ellos (UNRWA). Las decenas de miles de desplazados que está generando actualmente la represión en Siria y Libia, no han despertado ningún interés en el mundo musulmán. Detrás de cada refugiado existe, sin duda, una tragedia humana digna de atención. Sin embargo, los árabes que abandonaron Palestina en 1948-49 -unos 700.000- pudieron ser absorbidos sin dificultad por las naciones vecinas a Israel, si hubiera existido la voluntad política de hacerlo.
En Europa, por ejemplo, tras la caída de Alemania en 1945, decenas de millones de personas fueron desplazadas de sus hogares y reubicadas. Stalin impuso destierros colectivos a los pueblos acusados de apoyar a los ocupantes nazis. Entre 1948 y 1953, Israel recibió unos 750.000 judíos expulsados de los países árabes, además de otros cientos de miles que escaparon del nazismo. Los casos abundan.
Afirmó el desaparecido escritor Edward Said, en cierta ocasión, que “no hay ciudad israelí desde la cual no se vean los restos de alguna aldea palestina abandonada”. Nada más alejado de la realidad histórica. Los hechos no pueden -o no deben- falsearse de este modo para defender una causa. Llama la atención, sin embargo, el eco que han logrado sus afirmaciones.
En 1947, la ONU votó la Partición de Palestina (no de todo su territorio histórico, pues el 75% lo ocupaba ya Jordania) en dos Estados: uno judío y otro árabe. Jerusalén sería internacionalizada. Los judíos aceptaron dicha resolución y proclamaron la independencia; los dirigentes árabes la rechazaron e invadieron al nuevo Israel. El llamamiento de los dirigentes musulmanes -entre ellos el líder palestino del momento, el Mufti de Jerusalén, que había colaborado con Hitler- invocó la “guerra santa“ para “echar a los infieles al mar”. Quería una guerra de exterminio. Las exhortaciones a la población árabe a abandonar sus hogares y sumarse a las fuerzas invasoras, fueron permanentes.
Pero el resultado de la guerra sorprendió al mundo, pues los judíos triunfaron y consolidaron su Estado. El grueso del territorio adjudicado al Estado árabe fue ocupado por Egipto (Gaza) y Jordania (Cisjordania y Jerusalén Oriental). Tras la derrota militar, los Gobiernos árabes impusieron a los palestinos la permanencia en campos de refugiados. Es decir: los -en aquel momento- 700.000 palestinos que abandonaron sus hogares, no fueron integrados al resto de la población de Jordania, Siria, Irak o Egipto. Y esto pese a que tenían la misma lengua y religión, además de sentirse parte de la “nación árabe”.
De aquellos campamentos, que ni siquiera los miles de millones de dólares producto del petróleo pudieron erradicar, surgieron todas las organizaciones terroristas palestinas, alimentadas en un odio irracional a “los cristianos, judíos y sionistas”. Más de medio siglo después, nadie puede afirmar seriamente que la falta de solución para dichos refugiados se debe a la carencia de medios. Fue en realidad la falta de voluntad árabe lo que ha mantenido a los refugiados en su triste situación. ¿Por qué? Simplemente porque de ese modo tuvieron por décadas un arma propagandística para oponerse a todo acuerdo pacífico.
Hablamos de más de 20 países árabes, con millones de kilómetros cuadrados de extensión, que obviamente poseían infinitamente más recursos que Israel para integrarlos. La diferencia es que los judíos, en menos de 30.000 kilómetros cuadrados, absorbieron en el mismo período a unos cuatro millones de inmigrantes, mientras los Gobiernos árabes utilizaron a los suyos como propaganda política permanente.
Una opción muy triste, decidida por los verdaderos culpables de la “Nakba” palestina.
Fuente: Aurora Digital