Por Hilel Resnizky
La historia aseveró trágicamente al carácter irracional del antisemitismo. El pueblo que llevó a la práctica, racional y sistemáticamente, el exterminio de los judíos fue el pueblo de Kant. Los campesinos rusos ignorantes fueron capaces de pogroms. Sólo los egresados de las universidades germanas fueron capaces de erigir los campamentos de muerte y dirigir la logística del exterminio. Desde ya que el nazismo no es ni una consecuencia ni una prolongación de la “Critica de la Razón Pura” de Kant. El nazismo y su contenido, el antisemitismo, son un salto al vacío y una evasión a la razón. El antisemitismo es una especie de suicidio de la razón, es la sumisión del raciocinio a fuerzas subconscientes.
La discriminación étnica, no sólo la de los judíos, también por ejemplo la de los árabes, es no sólo inmoral, sino también imbécil. Porque implica el infra desarrollo de las potencialidades individuales. En vez de multiplicar el potencial lo traducen a fracciones de uno o a cero.
La expulsión e los judíos de España en 1492 y un siglo más tarde la de los moros, despojó al país de sus sectores emprendedores. España se llevó el oro y la plata de Indoamérica, pero estos sólo pasaron de tránsito por la península, hacia Inglaterra y Holanda, que habían recibido a los judíos expulsados.
La eliminación de los judíos de sus puestos clave en Alemania fue una de las razones del colapso nazi. ¿Cuál habría sido el desarrollo de la historia con los judíos alemanes siguiendo en sus funciones? Pero el antisemitismo era una parte sustancial del nazismo, heredero no de Kant, sino de la canción de los Nibelungos.
La comparación entre el nazismo y el franquismo, que comparten concepciones autoritarias, pero difirieron en su actitud antes los judíos, resulta aleccionadora. Franco murió dejando a su régimen en pie, el maldito se suicidó en medio de la hecatombe y el desastre nacional al que llevó a su pueblo. El antisemitismo y el racismo son irracionales y reducen el potencial de cada nación.
El nazismo sucumbió, pero el antisemitismo irracional sigue en pie en el subconsciente de sus adeptos. Claro, después de la debacle nazi pocos desean embanderarse con el antisemitismo de viejo cuño. No queda bien.
El viejo slogan “Haga Patria, mate un judío”, está desprestigiado.
Mucho mejor es una pancarta que dice: “Viva el Socialismo. Muerte a Israel”:
Los nazis y los fascistas ensalzaban la muerte. El socialismo es una concepción vitalista. El socialismo es un movimiento humanista, desvirtuado por Stalin. Pero como dijimos, el antisemitismo es en su esencia irracional, un potro salvaje que no se deja dominar por los hechos. Ni por el humanismo.
Al antisemita le resultaban anómalos los éxitos de los judíos pese a su discriminación secular. De acuerdo a su modo de ver el pueblo deicida tendría que haber perecido o por lo menos ser “el judío errante” perseguido y doliente. La realidad, judíos en puestos clave en la política, en la economía, en la ciencia, le resultaba una violación de las leyes naturales. Todos sus esquemas estaban amenazados.
El nazismo devolvió a los judíos a su “condición natural” como la veían los antisemitas. El campo de concentración no fue, para ellos, una aberración moral, sino una corroboración de las tesis ancestrales con respecto al pueblo maldito.
El desastre nazi le restó vigor al antisemitismo. Sí, mataron a un tercio del pueblo maldito pero también los justos, los alemanes, pagaron con los pecadores, con sus vidas y con el desmembramiento y la mutilación de la patria.
De modo que el antisemita se desdice del antisemitismo. Está dispuesto a conmemorar (anímicamente a celebrar) el Día de la Shoá. Un minuto de silencio. ¡Pero que queden muertos!
Aquí aparece Israel.
Con la anomalía monstruosa de la victoria, la victoria militar judía.
Para el antisemita el héroe judío deseado es Mordejai Anilevich, muerto en combate, héroe pero muerto.
Un combatiente judío vivo y victorioso es un despropósito, un insulto a la historia, un eclipse de sol. Israel, país monstruosamente victorioso, debe desaparecer.
En esa reacción aparecen los judíos renegados o auto negados. Los que prefieren llamarse Goldstone y no Goldstein, que es lo mismo en el idish de sus antepasados. De modo que el señor Goldstein, ahora Goldstone, se puede presentar como un anglosajón de pura cepa, mejor dicho “de pura cepansky”. La raíz eslava raz implica corte, como en la palabra inglesa “razor”. De modo que yo, como judío negado podría llamarme Hernán Cortés en lugar de Hilel Resnizky. Mi padre era un hombre de bien y un judío orgulloso, me negó esa oportunidad.
Con sus apellidos renovados o con los anteriores los judíos renegados y vergonzantes pueden ahora ser anti sionistas, es decir, antisemitas.
“Así que usted está en contra de la agresión israelí, señor Molina Ocampo”, dice el doctor Cortés o el profesor Stonberg. Yo también repudio y denuncio a Israel”.
El renegado no recuerda o prefiere ignorar que el distinguido colaborador y correligionario socialista o su padre fue miembro de la Alianza Libertadora Nacionalista. La profesión de fe anti israelí le permite codearse con la “flor y nata de la sociedad”, es decir, con la oligarquía más pura.
A sus “correligionarios” les molesta que los que se enfrentaron con el colapso del capitalismo antropófago hayan sido el negro Barack Obama y el presidente del banco, Benshalom (!!!) Bernanky. Dos miembros de las razas inferiores. Aunque Obama sea dolicocéfalo como lo prescribe la teoría racista alemana. Pero como, dentro de todo, los dos le salvaron la plata (en parte la tenían en bancos americanos), el antisemita anti sionista despotrica en contra de Israel.
Puede ser que alguna de sus críticas sea correcta. Israel no es perfecto, así como Cuba no lo es. Lo que es extraño y les quita, por eso, validez, es la ausencia de toda crítica a las injusticias y crueldades en otras partes del mundo, incluso el Cercano Oriente. En los países islámicos siguen lapidando (no es una forma de decir sencillamente las matan a pedradas) a las mujeres adúlteras. ¡No hay hombres adúlteros! Matan a los homosexuales, privan de sus derechos nacionales a las minorías étnicas como en Turquía, matan a quienes disienten en religión o política como en Irak, disparan a mansalva contra población civil como lo hicieron las “pobres victimas” del Hamás en Gaza, los protegidos del Dr. Goldstein (Goldstone).
S2lo Israel es la capital del mal. Solo en Israel existe el Mal Absoluto, que justifica su aniquilación como Estado. Casualmente es el Estado del Pueblo Judío, del pueblo que es apátrida por condición metafísica, del pueblo fantasmagórico que debe, para los antisemitas anti sionistas, volver a su condición dos veces milenaria. Pero eso si no son antisemitas. Son sólo “anti sionistas”. ¿Hay otro movimiento político en el mundo, aparte de los islamofascistas y sus compinches, que proponga no la reivindicación de sus derechos nacionales o religiosos ni una nueva delineación de sus fronteras, sino sencillamente la aniquilación de un Estado Nacional? Los anti yanquis de América Latina ¿proponen la aniquilación de Estados Unidos como nación?
Los “anti sionistas” condenan la muerte de niños de Gaza, usados por los palestinos. No tuvieron ojos ni conciencia para los niños israelíes, también árabes, muertos en ataques suicidas, en bombardeos o por las raquetas de Hezbollah y Hamás.
Hay un dato que les quita el sueño. Los siete millones que habitan Israel son sólo un milésimo de la población total del mundo. En un radio de 1.500 kilómetros, Israel es la potencia militar. Como puede ser eso si los líderes y maestros enseñaron la inferioridad y la cobardía de los judíos. Sólo un complot universal puede explicar, no sólo la supervivencia sino las victorias de Israel, repetidas como lecciones para infradotados. Para los antisemitas la existencia de Israel es un ataque a su identidad, una vulneración del ego y sobre todo del subconsciente.
Los anti sionistas, con sus colaboracionistas judíos, del tipo Goldstone, son antisemitas.
Nuestro padre nos enseñó a definirnos como “judío y a mucha honra”.
Es hora de que los anti sionistas se presenten a cara descubierta como antisemitas vergonzosos.