Por George Chaya
La sociedad patriarcal se caracteriza por tres rasgos distintivos. La fragmentación social, su organización autoritaria y finalmente, el paradigma de lo absoluto. Estos elementos se contraponen con los rasgos más elementales de la corriente de democratización de los años ‘80 y ‘90 y por supuesto de las ideas de aquellos intelectuales que sostienen que allí se haya alcanzado algún ideal democrático en el mundo árabe. Al mismo tiempo, no hace más que reforzar un excepcionalísimo arabo-islámico en relación a la democracia.
Personalmente interpreto que para alcanzar los ideales de democracia es imperioso liberarse de los preconceptos religiosos que operan como elementos desencontrados y condicionantes del ideario de libertad, entendida esta libertad como potestad suprema del ser humano pues nunca habrá de ser plenamente libre, ni siquiera autónomo, el pensamiento de una persona que no puede liberarse de su contexto de influencia religiosa en su mundo circundante cotidiano. Creo firmemente que este concepto (al que definiría como esencialista y culturalista) es básico para interpretar el núcleo central de la problemática del condicionamiento a la difusión y afianzamiento de la democracia en el mundo árabe.
Reconozco las buenas intenciones con las que algunos colegas contraponen mi idea indicando que no se puede comparar los términos Islam y democracia de forma mecánica. Para tranquilidad de ellos, hago y conozco la diferencia entre Islam e Islamismo integrista, algo que mis voluntariosos colegas no siempre logran hacer cuando una bomba en algún lugar del mundo mata cientos de inocentes en nombre de postulados que ellos mismos (en su voluntarismo) acaban confundiendo y por tanto naufragan en la difícil frontera ideológica-religiosa, algo que en no pocas oportunidades los deposita en el ridículo ante ideas y realidades que ya no pueden explicar razonablemente al publico occidental.
Cuando en Occidente hablamos de democracia, nos estamos refiriendo a la democracia liberal. Se trata de un sistema en el que convergen dos elementos, uno democrático en sentido estricto y otro liberal. Como su sentido etimológico sugiere el principal significado de la palabra democracia es el gobierno del pueblo, es decir, de un gobierno representativo. El hecho de que la democracia y el liberalismo no estén inseparablemente unidos se prueba por la existencia histórica de democracias no liberales y de autocracias liberales. La palabra liberal no se refiere a quien gobierna, sino a la forma en que ese gobierno es ejercitado, lo cual nos permite la posibilidad de definir a la democracia desde un punto de vista instrumentalista. La democracia, vista desde la cosmovisión europea-occidental es contemplada como una solución en la que el pacto político precede a la consolidación de una sociedad civil estructurada u organizada.
Muy diferente es (y así debe entenderlo Europa si genuinamente desea comprender la realidad del mundo árabe) el costumbrismo aceptado en la mentalidad y la idiosincrasia árabe. Desde el punto de vista de su modelo político, los países árabes se pueden agrupar hoy en dos grandes grupos. Las autocracias de legado (cuasi revolucionarias, populistas o patrimonialistas) y las autocracias liberales.
Estos dos tipos de sistemas tienen una serie de rasgos en común, a saber: a) la concentración de poder en manos del jefe del estado donde las elecciones parlamentarias nunca han sido más que rituales vacíos, y b) la independencia e inviolabilidad del poder judicial brilla por su ausencia. Gobiernos como los de Siria, Libia, Irán o Arabia Saudita forman este primer grupo donde la permanencia de sus dirigentes en el poder obedece básicamente a tres factores inalterables a través del tiempo: “los ingresos del petróleo, una legitimidad derivada de la idea que la misión del estado es defender la pervivencia de la nación árabe o la integridad de la comunidad islámica y el carácter hegemónico de las instituciones estatales”. En cualquier caso, las autocracias totales son hoy más la excepción que la regla en el mundo árabe.
La crisis de la década de los ‘80 provocó un proceso de liberalización política diseñado para hacer frente a los problemas que siempre se conocieron en el mundo árabe, pero dejó intacta la estructura fundamental del poder en la mayor parte de los regímenes de aquellos países. Los viejos tabúes de siempre (la existencia y supremacía de Dios, la persona del Rey o el Presidente) que aun hoy se mantiene con inusitado y renovado vigor se han convertido con el tiempo y las prácticas políticas en cuestiones que han conformado serios escollos de cara a la democratización de los países árabes.
Casi treinta años después, las autocracias liberales han demostrado su capacidad para mantener en el poder a las elites tradicionales. La mezcla de pluralismo guiado, al igual que las elecciones controladas y la represión selectiva siguen siendo las herramientas de sistemas políticos cuyas instituciones, reglas y lógica desafían cualquier modelo de democratización. En la mayor parte de los casos, los dirigentes de las autocracias son tanto árbitros del juego político como patronos de las instituciones religiosas. Esta estrategia de islamización ha venido acompañada de la inclusión parcial de los movimientos islámicos moderados en la arena política y ha traído consigo una serie de efectos positivos como son la renuncia a la violencia de algunos grupos y su aceptación de las reglas establecidas por algunos poderes políticos locales, por caso y de momento, es innegable que la Autoridad Palestina en Ramallah ejerce (aunque débilmente) cierto control sobre algunas facciones palestinas armadas que han ingresado en negociaciones de cese de hostilidades y reconocieron la existencia del Estado de Israel, algo impensado hace 40 años atrás.
La política de islamización de las autocracias del mundo árabe marca un innegable aumento de la influencia de los movimientos yihadistas. Los resultados son bien visibles en Oriente Medio y se aprecian a menudo en los últimos años en la debilidad de las declaraciones públicas de mucha dirigencia política europea y desde luego en las demostraciones de grupos civiles y organizaciones no gubernamentales no solo en Madrid, Londres o Paris, sino en distintas ciudades occidentales donde grupos simpatizantes de Hamás; Hezbollah o los Hermanos musulmanes se hacen ver con firmeza en sus demostraciones callejeras.
El problema en el mundo árabe no solo es desandar el difícil camino hacia el establecimiento de un sistema democrático que favorezca el progreso y el modernismo de sus pueblos. La democratización plantea, irónicamente, la posibilidad de llevar al poder a partidos políticos que podrían deshacerse de la democracia, esto ya ocurrió con Hamás en 2005 en Gaza y puede ocurrir nuevamente. Su falta de adhesión a los valores pluralistas ha sido utilizada por distintos regímenes para impedir o limitar su participación en el juego político.
Hasta finales de los ‘80, los integristas se enorgullecían de defender un modelo de sociedad política diferente a la de Occidente, basada en la creación de un Estado islámico. El reconocimiento de la soberanía popular está lejos de ser incorporado por estos grupos que se inclinan por la hakimiyya (o soberanía de Dios), la celebración de elecciones libres y justas o el establecimiento de gobiernos parlamentarios son conceptos que no han llegado al vocabulario de algunos partidos y grupos políticos, y pareciera que falta mucho tiempo aun para que esto suceda, si es que sucede. En todo caso, el pensamiento integrista no parece estar cercano a dar la espalda a sus orígenes ideológicos, aunque es cierto que hay zonas grises que se perciben en todas las organizaciones yihadistas, existen tensiones entre el viejo ideal de crear un Estado islámico y el nuevo objetivo de convertirse en actores influyentes en sistemas más pluralistas.
Tras los atentados del 11 S es innegable que nace un nuevo paradigma relacionando directamente con la democratización del mundo árabe musulmán entendiendo este aspecto como de extrema necesidad para hacer frente a la extensión y proliferación del integrismo y su yihad global como la peor amenaza para Occidente. Al amparo de tales iniciativas se han multiplicado en los últimos años las declaraciones de organizaciones de la sociedad civil y de partidos políticos árabes exigiendo un cambio democrático. Las Declaraciones de Alejandría de marzo de 2004 y Doha en junio de ese mismo año han sido ejemplos que alentaron alguna esperanza de apertura. Sin embargo, las autocracias no han dado los pasos necesarios para promover un verdadero cambio y a causa de políticas occidentales controvertidas la primavera democrática se fue apagando en todo el mundo árabe como consecuencia de la creciente inestabilidad del Oriente Próximo donde los islamistas no solo no son actores de los procesos de apertura, sino que también participan y son gestores de los conflictos que sacuden la zona.
Pese a las reticencias de las autocracias liberales, lo que debemos rescatar como positivo es que el paradigma de la reforma democrática sigue vigente en el pensamiento mayoritario de los ciudadanos de los pueblos árabes, por tanto, la reforma democrática no podrá posponerse indefinidamente. Este aspecto hace que la promoción de la democracia en la zona debe continuar como un objetivo prioritario de la comunidad internacional que deberá considerar este punto como de vital importancia en aspectos relativos a la pacificación real, en ello y no en “alianzas de civilizaciones” que no llevan a ningún sitio y configuran el mayor error estratégico de la dirigencia política europea es donde se deben centrar esfuerzos teniendo en consideración que uno de los principales problemas del mundo árabe es que la agenda yihadista tiene un electorado organizado, mientras que la no islamista, o está controlada por los regímenes autoritarios o carece de base organizada en la sociedad.
La administración estadounidense y la Unión Europea deben definir nuevos instrumentos de promoción que permitan aumentar la capacidad de movilización y participación democrática y pluralista de las fuerzas no yihadistas. Se debe apoyar también los esfuerzos de los activistas políticos árabes para crear foros que promuevan la reforma política a favor de fuerzas seculares no yihadistas, este aspecto es de fundamental importancia y generara una apertura mental y una diferente cosmovisión del mundo para millones de personas que hoy están condicionadas por una realidad que les circunda y que a la vez les impide el conocimiento del mundo exterior, porque en muchos casos, su clase dirigente y sus regímenes no desean que conozcan.