Aquiba Benarroch L.
El pasado Shabat se leyó en la Sinagoga la Parashá de Balaq. Una Parashá que parece una leyenda o un cuento de hadas y que recuerdo que cuando, de joven, mi maestro de hebreo me la enseñó, me dejó lleno de dudas. ¿Cómo un joven que estaba estudiando bachillerato, estudios racionales y lógicos, iba a comprender lo que parecía un cuento? Primero, la existencia de un profeta no judío que es llamado en la misma Torá “profeta de las naciones”. Que además hablaba con su asna, la cual lo recriminaba. Todo ello parecía muy confuso y muy difícil de comprender.
En primer lugar diré que empecé a comprender cuando leí Judaismes de l´Hebraïsme aux messianités juives, del erudito judío francés Armand Abécassisen, quien dice que leas y estudies la Torá y no te preguntes si eso existió o no existió en verdad. Pregúntate qué es lo que nos quiere decir la Torá cuando se expresa así. La verdad histórica es algo que compete a investigadores y científicos y, efectivamente, a través de los años se han ido descubriendo pruebas que confirman en gran parte los sucesos de la Torá. Pero a nosotros judíos lo que nos debe interesar es la forma judía en que interpretaron la historia los que escribieron la Torá: aunque esta sea revelada, ha debido ser escrita por alguien.
La primera sorpresa es la existencia de profetas fuera del pueblo judío. Sobre esto es muy explícito el texto de la Torá, cuando dice: “Nabi esel humot ha’olam”. Existieron profetas en los otros pueblos.
Efectivamente, todos los pueblos profanos que rodeaban a los Bene Israel conocían la profecía. Es cierto que ellos los llamaban “visionarios” (“Hozen”), que solían entrar en trance mediante danzas, música, bebidas alcohólicas o hiriéndose ellos mismos como los profetas de Baal ante el profeta judío Elías. Estos profetas solían ir por los caminos formando verdaderas cofradías, en ocasiones vendiendo sus oráculos. Lo que los diferencia de los profetas judíos, como lo expresa Maimónides, es que el profeta judío está especialmente preocupado por la moral, por la justicia social y por el amor. Además, el Nabi hebreo, más que predecir, como se cree (pues el mismo término profeta viene de una raíz griega profetes, que significa predecir, adivinar), exhorta, regaña, castiga y amenaza al rey, al sacerdote o al pueblo cuando no cumplen los principios de la Torá para saber vivir juntos, pues es sabido que el hombre siempre ha vivido con la angustia de lo que le puede suceder y, sobre todo, el temor a la muerte.
Bilham fue un profeta malo, perverso y corrupto, pues vendía sus oráculos por dinero o bienes. ¿Cómo podemos comprenderlo y en qué sentido este hecho que nos cita la Torá podría aplicarse a las realidades de nuestros días? La respuesta la encontré en un pequeño libro de rabi Leo Ashkenazi, fallecido hace unos años en Israel, y quien contribuyó en su vida al renacimiento del Judaísmo en Francia y en sus últimos años en Israel. En ese pequeño libro en el que explica cada Parashá de la semana, rabi Ashkenazi dice lo siguiente, que intentamos traducir correctamente: “Bendecir, es ‘decir el bien de’, maldecir es decir ‘el mal de’. Se trata evidentemente de la estrategia de la propaganda. Bilham, profeta de las naciones, se vuelve a encontrar hoy en todos los intentos de la propaganda, cuyo peligro real y efectivo conocemos. Una vez más, la Biblia nos recuerda en la lectura de nuestra Parashá el significado pertinente de nuestros temas de identidad y hasta qué punto, cuando se trata de la historia que relata, las mismas leyes rigen nuestro destino. La maldición deseada por Bilham habría podido ser nefasta, pero la fuerza de la verdad acaba por transformarla en bendición”.
Estas palabras, también proféticas, de nuestro admirado rabi León Ashkenazi pueden ser aplicadas íntegramente a la situación que vivimos los judíos y el Estado de Israel en estos momentos. Oremos porque al fin la verdad y la luz prevalezcan.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita