Por Jacqueline Goldberg
Amigos cercanos que saben que he redactado ciento veinticinco testimonios de sobrevivientes de la Shoá para los tres tomos del libro Exilio a la vida (Unión Israelita de Caracas, 2006 y 2011) preguntan con cierta inocencia cuándo bajará sus aguas el tema. Suelo decirles que el día que no queden sobrevivientes la visión cambiará y la memoria deberá tejerse de otra manera. Sin embargo, lo que parece un edicto natural del tiempo no consigue tregua. La renovación perpetua del antisemitismo no dejará jamás, por gracia y desgracia, que el tema quepa en el olvido.
La semana pasada, por ejemplo, un médico judío entró a su quirófano en el hospital de la ciudad de Paderborn, en Alemania, para operar a un joven de treinta y seis años, cuando se encontró que el mismo tenía tatuado en su brazo la insignia del Tercer Reich, una esvástica, violando la ley que prohíbe, desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial, cualquier demostración pública de símbolos nazis y cuya violación implica tres años de cárcel. El cirujano, seguramente debatiéndose entre miles de preceptos éticos, su juramento hipocrático y su judeidad, terminó decidiendo no operar al hombre y dejar que lo hiciera un colega.
“No operaré a su marido, soy judío”, debió decirle el médico a la esposa del paciente, quien se hallaba en las afueras del quirófano.
¿Cómo juzgar y no juzgar a este médico? ¿Cómo creer que el pasado ha quedado atrás y no se aparece, de golpe y porrazo, donde menos lo esperamos, como una cachetada a la memoria, la historia y la ética personal?
De hecho, casi a diario hay en la prensa información que indica que el tema del nazismo —por no mencionar el antisemitismo como tal— está más vivo que nunca. Mientras escribo, surge la noticia de que un informe secreto del Departamento de Justicia de Estados Unidos revela que la CIA ofreció refugio en el país a varios nazis y colaboradores de Hitler tras la Segunda Guerra Mundial. “El documento, de seiscientas páginas, revela que varios funcionarios estadounidenses que recibieron el cometido de reclutar a científicos tras la Segunda Guerra Mundial hicieron caso omiso de la orden del Presidente Harry Truman de que no se reclutase a nazis o personas relacionadas con ellos”, señala un reportaje de El País de España.
Por otra parte, entre no pocas noticias, vemos que el Tribunal Supremo alemán ordenó el ingreso en prisión para cumplir su condena de cadena perpetua por asesinato e intento de asesinato al anciano criminal de guerra nazi Josef Scheungraber, de noventa y dos años de edad.
Vemos reseñado que hace unos pocos días la Federación Bosnia de Fútbol (N/FSBIH) sancionó a un club de primera división, Siroki Brijeg, por no haber reaccionado ante la presencia de una bandera nazi enarbolada por sus aficionados en un partido reciente.
No descubro el agua tibia diciendo que el nazismo —¿neonazismo?— es un tema sin diques en estos días. Lo relevante sería ver acciones políticas que tiendan a frenar esta ola en permanente recreación, programas escolares que muestren los estragos del pasado y las temibles consecuencias de una mínima repetición de las conductas del pasado.
Por desgracia, siempre terminamos concluyendo con un lugar común: la historia no nos ha enseñado nada.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita