Por Josep A. Burgasé
La despedida de Raphael Schutz, embajador de Israel en España, ha sido noticia en la práctica totalidad de los medios informativos de nuestro país debido a sus declaraciones expresadas a través de una carta aparecida en la web de la misma Embajada de la que hasta hace pocos días Schutz era su máximo responsable.
Tal vez sus manifestaciones puedan parecer excesivamente rotundas, pues afirmar que la sociedad española es antisemita y odia a los judíos, puede conducirnos a error y llegar a pensar que el conjunto de los ciudadanos de nuestro país están en contra de los judíos, de su cultura, de su forma de vida y de lo que representa y es hoy el moderno y pujante Estado de Israel.
Me permito afirmar que esto no es exactamente así y, aunque no es menor el rechazo en algunos sectores, también hay muchos ciudadanos que a veces desde el silencio y otros desde posiciones poco publicitadas, creemos y defendemos todo lo que representa el mundo judío y el Estado de Israel, desde el punto de vista político y cultural. Por consiguiente, prefiero hacer referencia y hablar del artículo del diplomático, aparecido en la prensa española bajo el titulo de “Perspectiva y paciencia”, en el que analiza y desmenuza con gran acierto sus sensaciones tras cuatro años de convivencia entre nosotros.
Destaca que en este tiempo hemos podido conmemorar el 25 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre España y Israel y esto naturalmente nos lleva a reflexionar que una cosa son las relaciones entre Estados y Gobiernos y otra muy distinta el conocimiento y la relación entre sus gentes.
En el caso de los judíos, los 500 años que nos separan de aquel desgraciado y aciago acto de expulsión de nuestros conciudadanos por el hecho de profesar una religión distinta y tener unas costumbres diferentes, ha comportado, curiosamente, que resulte más difícil el conocimiento y reconocimiento de esa parte de nuestra historia. Queramos o no, desde las prácticas inquisitoriales a los postulados políticos de la no muy lejana dictadura franquista, con llamadas al castigo a todo aquello que pudiera formar parte de la conspiración “judeo-masónica”, han dejado una huella más profunda de lo que parecería a primera vista y de la que deberíamos desprendernos totalmente lo más pronto posible.
Sin duda, como manifiesta el propio embajador, Israel es un país que tiene sus propios conflictos. La relación con el pueblo palestino y cómo encontrar el difícil camino hacia una paz duradera que ofrezca garantías de seguridad al Estado de Israel y el reconocimiento al derecho de una patria palestina, es un reto en el que hay que poner todo el empeño, pero desde la sinceridad, la honestidad, sin apriorismos de aquellos que desde su casa, en el cómodo balneario europeo y realizando algún “tour marítimo solidario”, tienen la solución para esa zona del Mediterráneo y nada tienen que decir sobre otros conflictos tanto o quizás más graves, como el que acontece en la zona de Darfur, en Libia, en Siria, en el Yemen y en otros países centroafricanos donde cientos de personas sufren o incluso pierden la vida, por no referirme al régimen extremista religioso de Hamás, presente en la Franja de Gaza, que siguiendo la ley de su dios, persigue y ejecuta si es necesario a sus disidentes, a todos aquellos que no aceptan sus principios fanáticos, dogmáticos y dictatoriales.
Las posiciones y las decisiones del Gobierno de Israel no siempre son acertadas y en este sentido Raphael Schutz defiende la necesidad de crítica a todas aquellas decisiones que un Gobierno democrático pueda tomar.
Yo no comparto algunas de decisiones del Gobierno de Israel, como tampoco las comparte una parte de los ciudadanos israelíes, pero cuestionar genéricamente y sin matices todo lo que proviene de este país responde a un desconocimiento que debería invalidar hacer tales valoraciones, a no ser que éstas sean fruto de los estereotipos propios de campañas organizadas anti israelíes o anti judías y de las que, queriendo o no, muchas veces acabamos formando parte.
No conocemos el verdadero Israel, dice el diplomático. Pues es cierto. Deberíamos saber que hablamos de un país parecido al nuestro, una sociedad democrática, de costumbres y hábitos de vida occidental, mezclada, como no puede ser de otra forma, de influencia oriental, árabe, rica en matices, formada por una multitud de pueblos que conviven en ese territorio.
Israel es una potencia económica mundial, como resultado de su trabajo y esfuerzo, y lejos de los clichés infantiles de las ayudas exteriores, es el segundo país en número de patentes del mundo, el que tiene mas empresas cotizadas en Nasdaq después de los Estados Unidos, y todo ello fruto de su altísimo nivel tecnológico y científico y de su cualificado modelo universitario, un éxito económico que ya quisiéramos nosotros.
Ni que decir tiene que también estamos hablando de un referente cultural mediterráneo de grandísima calidad y riqueza. Como dice Raphael Schutz, ¿por qué los numerosísimos y diferentes corresponsales de los medios de comunicación destacados en la zona no explican con claridad la existencia de todo ello y sólo nos transmiten los episodios de violencia?
De conocer mejor esta realidad, los ciudadanos españoles tal vez podrían tener una percepción más plural, diversa, no deformada y sin duda facilitaría que esa sensación que se lleva el que ha sido el representante del Estado de Israel en los últimos cuatro años, de ser poco amigo de lo judío y del pueblo de Israel, fuera diferente.
Fuente: Aurora Digital