Por Rebeca Perli
En enero de 1942 se reunieron en un suburbio de Berlín, 15 jerarcas nazis con el propósito de establecer las "medidas administrativas, materiales y financieras" más eficientes para exterminar al pueblo judío. La reunión, conocida como la Conferencia de Wansee, toma su nombre del bucólico lugar en el que fue llevada a cabo, en una lujosa villa especialmente acondicionada para albergar a la comitiva, con un elegante buffet y profusión de bebidas incluidos. Los pormenores están magistralmente captados en la película La Solución Final, basada en la minuta encontrada al finalizar la II Guerra Mundial, elaborada por Heydrich y Eichman, quien amplió detalles durante su juicio en el marco de los procesos de Nuremberg.
La agenda comienza con un inventario (cual si se tratara de mercancía) de los judíos, por país y por edad, a ser llevados a campos de concentración y sometidos a trabajos forzados. Según consta en el expediente, "…durante dicha acción sin duda una gran parte será eliminada por causas naturales… el remanente final tendrá… que ser tratado en conformidad, porque…, si son liberados, actuarían como la semilla de un nuevo resurgimiento judío".
Al concluir la reunión, después de una animada y pujante deliberación alternada con gratos momentos sociales, los participantes se congratularon por su logro y, satisfechos con "el deber cumplido", retomaron sus actividades cotidianas con la tranquilidad de que la solución final al problema judío sería implementada (como de hecho ya había empezado a serlo) con rigurosa precisión: fusilamientos, cámaras de gas, crematorios, todo ejecutado con estudiada metodología que es lo que da al Holocausto su sello distintivo: una genuina ingeniería de la muerte.