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Por Marcelo Wio
“El gran enemigo de la verdad muchas veces no es la mentira, deliberada, artificial y deshonesta, sino el mito persistente, persuasivo e irreal”. John F. Kennedy
La narrativa es vital porque es el vehículo de la historia. Y no un mero transporte, o estructura, sino una entidad que cobra vida a la vez que interactúa con los hechos que narra y les otorga vida. Sin la narración el suceso moriría en el olvido. Por eso es una herramienta tan relevante.
Pero sobre todo, porque es constituyente de la identidad social a la vez que es construida desde esa identidad. Marc Currie, de la Universidad de Aberdeen, en Postmodern Narrative Theory manifiesta que “se ha reconocido que la narrativa juega un papel central en la representación de la identidad, en la memoria personal y en la auto-representación, o en la identidad colectiva de grupos tales como la religión, nacional, raza y género”. Por eso mismo las historias han influido siempre sobre los hombres, haciendo que cambien intenciones, planes e ideas. A su vez, la narrativa brinda una profunda unidad e integración al demarcar idiosincrasias y modelos mediante la definición de límites precisos y definitivos de lo que entra en el canon expositivo. Esta prerrogativa permite que el solo hecho de nombrar algo lo haga veraz, real; le crea un gran poder a la hora de configurar opiniones, posturas y hasta credos. Incluso, hasta crear experiencia ficticia. Lo decía Edmond Jabés en El libro de las preguntas: “Para existir se necesita primero ser nombrado”.
En este sentido, no ha de extrañar que se produzcan colisiones entre narraciones, entre metáforas de la vida que incluyen ciertos aspectos en detrimento de otros y hacen que las posturas lleguen a encontrarse en planos diametralmente opuestos debido a que la narrativa supone una cierta primacía de una creación mental; con lo cual el hecho histórico es susceptible de ser cargado de significados ilegítimos para acomodarlo a la trama que se presenta, perdiendo contacto con las circunstancias históricas que lo propiciaron y tomando un marcado sesgo emocional.
La construcción del discurso palestino
En el caso palestino, el establecimiento de la narración es unidireccional: desde el poder, el gobernante, hacia abajo, y así lo dejan claro sus líderes en el artículo 15 de la Carta Fundacional de Hamás: “Es necesario instalar el espíritu de Yihad en el corazón de la nación, para que se enfrenten a los enemigos y engrosen las filas de los combatientes”.
Fundan, en consecuencia, su narración en una ofensa (la nakba), en una humillación que requiere una respuesta acorde. Por ello, la guerra de 1948 fue, desde su perspectiva, un conflicto colonialista provocado por la creación de Israel y no una agresión de cinco ejércitos árabes contra Israel.
Este relato puede resumirse mediante el artículo 11 (capítulo 3) de la carta de Hamás: “Palestina es un territorio Waqf islámico consagrado a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio… Ésta es la ley que rige para la tierra de Palestina en la Sharia islámica, e igualmente para todo territorio que los musulmanes hayan conquistado por la fuerza, porque en los tiempos de las conquistas los musulmanes consagraron aquellos territorios a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio: “Todo procedimiento que contradiga la Sharia islámica, en lo que concierne a Palestina, es nulo y sin valor”.
La Sharia, dice lo que ellos dicen que diga. La tierra prometida por sus antepasados conquistadores, es decir Al Andalus, también.
En su visión del mundo es el Islam el que “Tutela los derechos humanos -Art. 31- y se guía por la tolerancia islámica en el trato con los seguidores de otras religiones. A ninguna de ellas hostiliza, excepto que ella lo hostilice o se atraviese en su camino para dificultar sus movimientos e inutilizar sus esfuerzos. Bajo la protección del Islam es posible que los seguidores de las tres religiones… coexistan en paz y tranquilidad unos con otros. La paz y la tranquilidad no serían posibles de otro modo que bajo la protección del Islam”.
Se hace patente la incapacidad de verse como iguales, de dejar de sentirse predestinados a gobernar el mundo. Incapacidad para convivir pacíficamente. Una incapacidad para admitir ninguna otra forma de expresión, de credo, de ideas. Todo debe estar supeditado al Islam, a su ley, a su capricho. Y justamente, la tolerancia de la que hablan viene a indicar lo dicho: porque tolerar es encontrarse en una posición de dominio en la cual se puede o no consentir, soportar, la presencia del otro.
La historia desmiente los dichos
La historia, una vez más, desmiente los dichos y las pretensiones sin fundamento. Los judíos y los musulmanes han estado conviviendo e interactuando desde los primeros días del Islam. “De hecho plantea el politólogo israelí Iosef Bodansky, en su artículo Islamic Anti-Semitism as Political Instrument, desde el mismo inicio, la discriminación y la hostilidad fueron institucionalizadas bajo el Gobierno del Islam… tanto a los judíos como a los cristianos nunca se les otorgó una igualdad legal -eran Dhimmi… la Dhimminitud es un estado de patronazgo-. En otras palabras, la medida de la libertad y la prosperidad concedidas a la población Dhimmi es un acto de caridad del gobernante musulmán, no una obligación, y definitivamente no es un derecho de los Dhimmi…; la ley le confería al gobernante musulmán vía libre para implementar la ley como quisiera, y consecuentemente, la magnitud de la discriminación contra los Dhimmi variaba de un período a otro y de un gobernante a otro. Más aún, la esencia del arancel especial… impuesto a los Dhimmi es la expresión de capitulación absoluta a la supremacía del Islam…”.
Paul Ricoer, filósofo francés, describía en su libro Narratividad, fenomenología y hermenéutica, que “… la historia combina la coherencia narrativa y la conformidad con los documentos. Este vínculo complejo caracteriza el estatuto de la historia como interpretación”.
El problema surge precisamente cuando se desprecian los registros históricos y se utiliza en su lugar la exaltación de las emociones, los libelos, la distorsión de los hechos (que se dan por probados por la mera enunciación de los mismos a través de personas relevantes para el grupo social). Supone eludir la historia para pactar con la arbitrariedad, confundir opinión con veracidad y trocar lo subjetivo en objetivo.
Es fabular porque, en definitiva, la ficción tiene precisamente la capacidad de rehacer, o refundar la realidad. Pero esta fabulación no es un mero entretenimiento, sino que ofrenda a miles a la muerte cada vez que justifica con su narración la muerte del Otro y la de mártir.
Se produce, además, un mimetismo casi absoluto entre el relator, los relatados y el relato, sin espacio para la reflexión y la crítica: porque cuando el poder configura la narración de la realidad no acepta las opiniones contrarias al dictado oficial.
Se impone la conciencia de conjunto sobre la individual: el todo es más importante que sus miembros, por lo que la vida individual es sacrificable por la supervivencia de la comunidad.
La narrativa permite (a la vez que requiere) un inicio (la nakba, como ya se señaló), un desarrollo (opresión/resistencia) y un desenlace (el triunfo del Islam). En la narración, estos sucesos no son libres o azarosos, todo sigue la intención del narrador. Los propios personajes de la historia son los narradores y los narradores fabrican a los personajes apropiados para su crónica, en la que hay un pasado idealizado y un futuro idealizado, y en la que el presente es un estado transitorio que debe realizar el paso de ese pasado al futuro. Aunque, de todas maneras, el pasado explica el presente que a su vez explica el pasado, y el presente se prefabrica según las necesidades hermenéuticas de ese tiempo pretérito.
Narración de la nakba
La narración hace al narrador que hace la narración. Y en esa lógica han identificado su reacción a la nakba como una lucha de liberación: no de la ocupación de zonas de Samaria y Judea (que fueron arrebatas en realidad a Jorda-nia) y en su momento, de Gaza (tomada de Egipto), sino de todo el territorio. Israel, simplemente, debe cesar de existir.
La interpretación palestina, que apunta a un solo y evidente culpable, se ve refutada por voces como las de Ben Dror Yemini en un artículo (El Apartheid árabe) del 14 de mayo de 2001 en el Maariv: “La nakba es… la declaración implícita de intenciones del resto de los árabes respecto de los palestinos: nunca tendrán su Estado, ya sea porque Israel está de por medio o una vez eliminado el Estado judío, porque Jordania, Egipto y Siria incorporarán esos territorios, tal como lo intentaron hacer en 1948, 1967 y 1973. El mito de la soberanía palestina es una invención original, porque jamás se había reclamado nada similar, jamás había existido nada parecido a un Estado o reino palestino.
Es una identidad… que nace a partir del rechazo manifiesto del resto de los árabes y de su utilización como instrumento de ataque contra Israel. Una ficción inmensa en la que hay miles de vida de por medio… Hechos aislados que se han transformado en símbolos de una palestinidad anclada a un pasado cuanto menos dudoso, puesto que nunca existió tal identidad ligada a ninguna forma de control sobre el territorio de la llamada Palestina. Y ese pasado, ya de por sí equívoco, está construido de acuerdo a las condiciones presentes que lo producen”.
Fuente: Aurora Digital

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