Por Aarón Alboukrek
Parece ya una táctica consuetudinaria lanzar misiles a la población israelí cada vez que la interrupción transitoria de lanzarlos parece mermar las críticas internacionales contra el Estado de Israel. Parece ya una estrategia habitual contraatacar de manera inmediata y categórica. Parece ya una costumbre de la prensa internacional que poco después de informar sobre el lanzamiento de algún misil contra territorio israelí y, en su caso, sobre las víctimas que haya dejado, se culpe al Estado de Israel por defenderse y se renueven vetustos argumentos anti sionistas sobre la supuesta ilegalidad de la existencia de ese Estado nación, o sobre la supuesta inhumanidad o inmoralidad genocida de su poder. Parece ya una historia del eterno retorno anunciar nuevas edificaciones en los territorios ocupados, conquistados, robados, disputados o en conflicto, según se vea, después de un misil lanzado o de una oleada de declaraciones políticas de altos mandatarios.
Una crónica anunciada
Parece ya una crónica mil veces anunciada la oposición internacional contra esas edificaciones, los inocuos esfuerzos de las Naciones Unidas y la resistencia israelí.
Parece ya un mito de Sísifo echar verbalmente al mar a los judíos y seguir educando mártires desde el podium de la rabia y el odio. Parece imposible que los refugiados dejen de serlo, parece imposible que no crezca la Cúpula de Hierro, parece imposible la paz.
Toda esta historia parece contenerse en la repetición, como si fuera una forma de vida, como si cualquier modificación la hiciera naufragar, como si dejar de repetir fuera el ocaso de una esperanza ciega. Tanto así que la muy próxima y de seguro contundente victoria moral del pueblo palestino en la ONU sólo adicionará más caldo a esta sopa de letras inconexas. La paz parece imposible tal vez porque la paz no es la guerra, porque la paz no es defenderse, porque abandonar la repetición de la defensa es abandonar lo conocido, por más inseguro que éste sea. La paradoja es que la repetición podría ser una pausa de cambio porque permite reflexionar y abordar en lo desconocido. Pero no hay manera de afrontar lo desconocido cuando el problema está en el miedo profundo de lo que se conoce.
Parece que me contradigo, pero no es así; sólo es cuestión de puntualizar a qué me refiero cuando digo “en el miedo profundo de lo que se conoce”. Justo aquí las historias de estos dos pueblos se separan pero al final se unen en el centro del problema: el dolor.
La paz debe ser compartida
En el caso del pueblo judeo-israelí me refiero particularmente a lo experimentado desde el Holocausto, en el caso del pueblo palestino lo aprendido desde el trecho de la lucha independentista judía en Palestina hasta el día de hoy.
Mi interés es aquí abordar brevemente el caso judío pues considero que si bien la paz debe ser compartida para ser eficiente y duradera, esa paz debería buscarse contra viento y marea por la parte israelí.
¿Por qué? Porque la paz para el pueblo judeo-israelí significaría afrontar la liberación final de su larga memoria encarcelada y la reducción y corrección de sus errores históricos, como la edificación en territorios que no le pertenecen, la ausencia de una Constitución política formal, la intromisión de la clase religiosa en asuntos de estado o la definición de un Estado como judío y democrático de jure, y de camino ayudaría a la descompresión de la ansiedad de las comunidades diaspóricas.
Considero que el fin último de los Estados nacionales es garantizar la libertad de sus pueblos, el Estado de Israel nació así para dar la libertad al pueblo judío. En distintas ocasiones he expresado que el Estado de Israel no nació por el Holocausto, esto debido a las generalizaciones pueriles del anti judaísmo. Pero también he subrayado que el Holocausto revalidó de manera contundente su imperiosa y humana necesidad. La libertad luchada no se puede cuestionar, pero la forma de vivir esa libertad es como un caleidoscopio, tiene tantas formas como símbolos que la puedan representar, es como una cadena imbricada de representaciones que pueden llegar hasta el antagonismo. Sin embargo, las sociedades se unifican en sentimientos colectivos que permiten extrapolar algunas de sus características.
La ausencia de paz tan prolongada, tan reiteradamente justificada y sin visos de poder ser anulada, la creación de un muro defensivo, las largas redes de cables con púas, las cámaras con rayos láser, los artefactos anti misiles, los radares, los sistemas satelitales castrenses, los retenes, los rondines, los cohetes recibidos, los muertos, heridos, mutilados y secuestrados, los simulacros contra ataques de armas químicas que implican el uso de máscaras anti gas, las sirenas, e incluso hasta las mismas murallas custodiadas de la vieja Jerusalén reconquistada y en disputa, nos impelen a preguntarnos si Israel vive en libertad o si tiene miedo a ella, si esos objetos y hechos no terminan por reproducir en el inconsciente colectivo la persecución y el genocidio y la necesidad de hacerlos parte de la vida social cotidiana. En otras palabras: domesticar el horror para vivir con él.
Por supuesto que Israel está en peligro, por supuesto que tiene enemigos poderosos y letales, por supuesto que la defensa es vital. Todos estos por supuesto reales dan sin embargo una dimensión a la memoria y la memoria una nueva dimensión a la realidad, en particular a la realidad huidiza y cifrada del inconsciente colectivo: “La paz es una condición que vulnera nuestra estabilidad y puede poner en peligro nuestra vida, porque hemos sido objeto del horror sin percatarnos de ello y sin haber agredido”. “Somos libres en nuestra tragedia”. “Ante las guerras y el terrorismo defenderemos El Nunca Más, aunque nos cueste la misma libertad”. “Somos Holocausto, nunca dejaremos de serlo”.
Si un secuestrado nunca se recupera totalmente del trauma y puede llegar hasta el paroxismo de amar a su abusador, ¿qué le pasará a un pueblo entero? La memoria es también una pegajosa telaraña, no sólo la custodia de la libertad.
El conflicto palestino-israelí es uno, hay muchos otros, pero ese es el centro del cambio regional; si los palestinos se resisten a sentarse, Israel tiene que hacer todo por sentarlos, tiene que hacer lo indecible, no justificarse más allá de una necesidad contingente. Su libertad dependerá de su terquedad para la paz, de su valor para desacostumbrarse, de la descentralización racional de su memoria auschwitziana para la defensa y de la reubicación de la defensa colectiva en el contexto de un porvenir mejor, y no de hacer de su nación una gran Cúpula de Hierro.
Fuente: Aurora Digital