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Por Beatriz W. de Rittigstein
Arafat tampoco se distanció del terrorismo, más bien lo prohijó.
En los años 90 vivimos con entusiasmo las negociaciones entre israelíes y palestinos que lograron la firma de los Acuerdos de Oslo. Bajo ese paraguas se realizaría la principal recomendación de la Resolución 181 de la ONU de 1947, es decir, "la partición de Palestina en un Estado judío y un Estado árabe". Así surgió el embrión: la Autoridad Nacional Palestina, cuyo primer presidente fue Yasser Arafat.
Trágicamente para palestinos e israelíes, Arafat cometió errores que hicieron naufragar lo acordado. No concretó aspectos básicos como estimular un clima de confianza entre ambos pueblos; por el contrario, el sistema educativo y los medios de comunicación públicos promovieron el antisemitismo propio de la Europa medieval, adaptado a coyunturas locales.
Arafat tampoco se distanció del terrorismo, más bien lo prohijó. La ola de hombres-bomba que se estallaban en ciudades israelíes mostró su doble discurso, una cosa decía al mundo en inglés y otra a su público en árabe. El clímax se produjo con la captura del barco Karine A, que portaba una carga de misiles y material explosivo.
Además, Arafat y su entorno estaban inmersos en una profunda corrupción. Las grandes sumas donadas para la construcción de la infraestructura de la ANP no se extendió a la población, que sufrió y sufre carencias. El misterio sobre la muerte de Arafat expuso la transferencia de millones de dólares a la cuenta de Suha, su esposa.
Los palestinos vieron desvanecerse las esperanzas de prosperidad y desarrollo que prometían los Acuerdos de Oslo y se encontraron atrapados frente a un líder que dejó escapar, una vez más, la oportunidad de crear un Estado. Como reacción, eligieron a Hamas, resultando el remedio peor que la enfermedad.

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