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Por Beatriz W. De Rittigstein
El Estado de Israel renació pese al beligerante rechazo de los países árabes e islámicos, lo cual ya era una expresión permanente durante los años de su gestación; sumándose luego los países regidos por la extrema izquierda, especialmente los de la órbita soviética. 
El signo determinante que continuó marcando la historia de la joven nación judía fue el enfrentamiento en cruentas guerras que intentaban su desaparición; el dolor por los incontables atentados terroristas; la pretensión del aislamiento mundial; alianzas geopolíticas en los distintos foros internacionales; el boicot económico; la promoción del descrédito utilizando todo tipo de chantajes, calumnias y en lo que va del milenio, una industria de montajes que muestran inexistentes crímenes. Israel creció sin contar con una actitud positiva por parte de sus vecinos, de ser y dejar ser. 
El diminuto Israel, enclavado en una articulación entre tres continentes: Europa, Asia y África, un privilegiado "sitio de paso", posiblemente haya despertado apetitos. El estar ubicado en medio de un mar de países enemigos, que no aceptan su existencia, definió su destino. Hasta el punto que, incluso en los conflictos interárabes o en los que está involucrado el Islam, se ha buscado la manera de agredirlo. Una de las circunstancias más notorias fue la generada por Irak, en enero y febrero de 1991, cuando la fuerza multinacional libró una guerra para rescatar a Kuwait. Saddam Hussein, a fin de provocar el abandono de los países árabes a dicha coalición, adicionalmente a los deseos de revancha, lanzó 39 misiles scuds sobre Israel, cuya contención fue una de las mayores muestras de valentía. 
Así mismo, numerosas son las ocasiones en que aparecen voceros de Al Qaeda, a través de medios digitales, amedrentando con acciones de terror contra quienes han favorecido alguna postura pro israelí.
En la actualidad, pese a los innegables logros concretos de convivencia con Egipto y Jordania y al complejo pero necesario diálogo con los palestinos, a más de 60 años de su renacimiento nacional y soberano, Israel no ha dejado de enfrentar la furibunda hostilidad de sectores árabes e islámicos que demandan su destrucción. Ahmadinejad amenaza y augura que "será borrado del mapa", mientras entrena y apertrecha a los movimientos terroristas de Hezbolá, que se propone arrebatar el poder en el Líbano, y Hamas que, desde Gaza no solo ataca a Israel, sino que impide la unificación palestina. Además, Siria constituye un socio de las perniciosas maniobras iraníes. 
Sin embargo, pese a este perenne peligro externo, desde varias décadas anteriores a la declaración de su independencia en 1948, Israel fue incrementando sus fortalezas. Al mismo tiempo que libraba guerras y procuraba formas eficientes de protección y seguridad a sus ciudadanos, logró integrar un gran número de inmigrantes que huían de las persecuciones antisemitas, como en los casos de Irak, la Unión Soviética y Etiopía; fue consolidando su desarrollo en los diversos campos del saber, al punto de transformarse en un país de referencia científica y tecnológica. 
De ser una antigua tierra estéril, pantanosa y abandonada, los israelíes han ido transformándola en un emporio agrícola y vasta zona productiva. En nuestros días es un país dinámico y diversificado, con índices macroeconómicos viables, grandes estructuras dedicadas a la investigación y pujante parque industrial; cabe destacar que el éxito israelí radica en la estrecha interacción entre el sector académico y los fabricantes, que aplican sofisticados métodos en todas las ramas productivas. Es un país interconectado a través de una red vial que cubre todo su territorio. El nivel educativo es alto y su sistema de salud, muy completo. Estos factores permiten que los israelíes disfruten de un amplio bienestar, comparable al de los países más avanzados. Aunque se trata de un país pequeño, con una población de algo más de 6 millones de habitantes, la posición internacional de Israel en algunas áreas de producción y exportación, es destacada. Hay cifras sorprendentes: en proporción a su demografía es uno de los países
con más internautas, más número de ingenieros, de posdoctorados, de más patentes registradas. 
Resulta evidente que la prosperidad israelí no se debe a sus recursos naturales pues no cuenta con riquezas como petróleo, oro, ni siquiera agua. Pero, el anhelo de reconstruir la patria ancestral, de la cual el pueblo judío fue despojado, expulsado y diseminado; de no seguir soñando con un etéreo retorno, sino de concretar el vínculo con ese territorio específico; de existir como judíos libres y con dignidad; de subsistir como nación, es la principal motivación para despuntar por encima de desafíos y riesgos tan heterogéneos. 
En buena medida, Israel ha ido venciendo las debilidades, no obstante, persisten los temores por su existencia nacional, pues sus enemigos no han cambiado los sentimientos de intolerancia ni sus fanáticas ideas. Igualmente, los israelíes deben recrear su modelo político a fin de otorgarse, como ciudadanos, un sistema de mayor estabilidad y efectividad; también su futuro depende de ese problema interno. 
Los israelíes han sido heroicos y creativos para superar múltiples contingencias; han vigorizado su nación, aunque todavía quedan considerables retos y surgen otros nuevos escollos. Deben revivir la esperanza de retomar el proceso de paz con los palestinos. Desde la presente perspectiva, ello parece difícil, sin embargo, parafraseando a Teodoro Herzl, el padre del moderno sionismo, el movimiento liberador del pueblo judío, quien dijo: "Im tirtzú, ein zó hagadá", "si lo queréis, no será una leyenda".

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