Por Natan Lerner
En Jerusalén se llevó a cabo esta semana un “Encuentro del Gobierno de Israel con Líderes Comunitarios de América Latina”. Lo organizó la Comisión Asesora del Ministerio de Diplomacia Pública y Diáspora, que tuvo la gentileza de invitarme a presentar una ponencia en la sesión dedicada al tema “Enfrentando al antisemitismo”.
Le di a mi breve exposición el título “Entre el antisemitismo y la legitimacion de la vida comunitaria”, que expresa, en mi apreciación de la situacion continental, los parámetros de la problemática que la caracteriza en estos momentos.
La condición de las colectividades judías de la América Latina está determinada en general por varios factores. En primer lugar tiene gran importancia la cohesión interna y la capacidad de conducir una vida comunitaria e institucional normal, en lo educacional, social y las relaciones exteriores de la comunidad. También tiene considerable peso el grado de inserción en la vida judía global, en el país y fuera de él, y sobre todo el desarrollo de un lazo normal, constructivo y libre con el centro de la existencia judía contemporánea, el Estado de Israel, el “kin State”, el Estado pariente de las comunidades, que son sus “kin communities”, las colectividades emparentadas. Esto es lo que se llama, en términos de las ciencias políticas modernas, el “kinship”, el parentesco entre Estados que corporizan la autodeterminación de una nación o pueblo y los sectores del mismo que existen fuera del ámbito del Estado y que están unidos a él por lazos culturales, históricos, religiosos, idiomáticos, pero no políticos.
El tercer factor que condiciona el devenir judío latinoamericano es lo que se llama, en términos latos, antisemitismo, es decir, las agresiones físicas o ideológicas, la hostilidad, contra la comunidad judía.
Finalmente, el cuarto elemento es lo que se puede describir como la legitimidad comunitaria, de su estructura, actividad y lazos más allá del país en que vive.
Mi enfoque es que no hay UNA judería lationoamericana. Lo que estoy arguyendo vale para las comunidades mayores, de la Argentina, Brasil, Chile, México, Uruguay. Hay entre ellas considerables diferencias, pero muchas afinidades.
A propósito de todas se pueden indicar procesos declinatorios, pero todas existen, llevan una vida colectiva normal y no molestada.
La situación es distinta en las comunidades menores, entre las cuales hay diferencias de lugar y de circunstancias, que no puedo analizar individualmente. Es obvio que hay lugar a dedicar reflexiones especiales a aquellas de esas colectividades que están atravesando dificultades derivadas de la naturaleza de los respectivos regímenes, como Venezuela bajo Hugo Chávez en primer término.
Esto me trae a la naturaleza y a los alcances del antisemitismo en América Latina. El viejo antisemitismo, clásico, el odio a los judíos por serlo, por ser distintos, por no haber aceptado a Cristo, por no ser conformistas, por producir demasiados intelectuales, por participar en todos los movimientos de protesta, reforma y progreso social, ese viejo y tan conocido antisemitismo, inclusive sus versiones nazis brutales y primitivas, está moribundo.
Lo que hoy se acosumbra llamar antisemitismo -y no entro en el tema semántico- es la oposición, la hostilidad y el ataque, por razones principalmente políticas, contra Israel, su política, su existencia, el sionismo. Este ataque, dirigido contra el Estado del pueblo judío también a través de sus asociados históricos, las comunidades judías, crea en el seno de éstas una situación de alarma, inseguridad y a veces temor, justificados en mayor o menor grado. No es antisemitismo clásico y, por ser antisemitismo político, debe ser enfrentado con medios políticos, con un programa educativo y con medidas legislativas y penales, cuando es pertinente. Es indispensable identificar a los responsables por este tipo de agresión, violenta a veces, contra los judíos.
Debo señalar que hay una desvalorización de la llamada “hasbará”. Es la política, lo que se hace o no se hace, lo que importa. Embellecer o distorsionar los hechos no ayuda. Demonizar a quienes no están conformes y denuncian políticas que la mayoría considera errónea o injusta, tampoco ayuda.
Sí ayuda, o puede ayudar, la suma, no meramente algebraica, de varios factores, tales como: una política sensible a las expectativas de un mundo que contiene enemigos pero también amigos bien intencionados; consolidación de una vida comunitaria sana y democrática, en la que hay lugar para todas las convicciones y concepciones positivas y constructivas de lo judío; la generalización de la aceptación de la legitimidad de la vida judía de las comunidades, y de su kinship, su natural parentesco con el Estado-nación del pueblo judío, en otros términos del sionismo, depurado de irracionalidades; la participación, como comunidad, y la de sus miembros como individuos y a título de integrantes de una comunidad minoritaria, en la vida general, de manera natural, legítima y respetada.
Hay un ataque exterior contra las comunidades. A la vez, hay más legitimidad, más participación judía, en la universidad, en las artes: música, teatro, cine, artes plásticas, literatura, inclusive temas judíos integrados, en la prensa. En cuanto a participación en política -es decir, en el manejo de la sociedad- hay diferencias dictadas por cada caso.
En resumen: hay agresión contra la vida judía y hay problemas; muchos de esos problemas tienen que ver con Israel, centro de la vida judía. No hay un peligro existencial proveniente de afuera; pero, cuanto más fuertes las defensas internas, cuanto más intensos los lazos basados en el respeto, tantas más garantias hay para el futuro. Las comunidades judías mayores podrán sobreponerse, pero no se deben ignorar los factores que pueden debilitarlas.
Fuente: Aurora Digitial