Por Diego Martínez
Al regreso de un viaje me encuentro con cuatro noticias que ponen a Israel en el ojo del huracán mediático español. “Europa exige explicaciones a Israel por la operación del Mossad en Dubai”, titulaba el progubernamental y primer diario español la presunta implicación de agentes del Mossad en el asesinato de jefe de Hamás. Un despliegue informativo, por cierto, sin precedentes y sólo comparable al del caso de los GAL en el último mandato de Felipe González. La segunda, y aprovechando que España ejerce la presidencia de turno de la Unión Europea, es que el ministro de Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, promueve “un Estado palestino con las fronteras del 67 y capital en Jerusalén”. Y es más, sin conocimiento del Parlamento, el diplomático español “amenaza” que España reconocerá dicho Estado en 2011. Otra noticia dice que el Tribunal Russell, reunido en Barcelona, acusa a Israel de segregación sistemática y a la UE de complicidad. Dejo para el final, no por menos importancia (que es alarmante), pero sí por el escaso eco que tuvo en los medios españoles (prácticamente nulo), las quejas de Israel ante España de un brote antisemita en las escuelas primarias (niños de entre seis y nueve años).
La protesta llegó después de que el embajador de Israel en España, Rafi Shultz, recibiera una docena de cartas o postales antisemitas presuntamente escritas por estudiantes españoles de primaria. En las misivas increpaban a la embajada con acusaciones tales como “los judíos matan por dinero”, “dejad el país a los palestinos” o “iros a algún país donde os acepten”. La protesta israelí no tuvo respuesta, al menos pública, por parte de las autoridades españolas. Algo que no es nuevo y que nos muestra cuál es la posición del Gobierno de Zapatero ante el conflicto israelí-palestino. Éste es un hecho muy grave, y a uno le viene a la memoria los hechos históricos que nos dicen que fue Adriano (el emperador posiblemente nacido en Itálica, la Sevilla de hoy) el primero que ordenó la muerte masiva de judíos.
Como español, más que como periodista, traslado desde aquí una pequeña aportación para que esos niños manipulados (o reeducados) conozcan la realidad del pueblo judío, en Palestina y la Diáspora.
La historia comienza unos tres mil años antes de la era cristiana (estas fechas son, naturalmente, discutibles), y viene también precedida de un exilio, en Mesopotamia. Los judíos, conducidos por Abraham, llegaron a la franja sur de Asia Menor: Palestina. Una tierra rica, extendida en un largo valle entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Un descendiente de Abraham, Jacob recibió el sobrenombre de Israel. Saúl, David, Salomón, agrandaron el territorio. Después de Salomón, el reino se partió en dos: Israel y Judá (dentro de este último, Jerusalén) y comenzó la decadencia: llegar otros y se fueron imponiendo con el paso de los siglos. Y, al fin, el gran imperio expansivo de aquel momento: los romanos. En el año 70 Tito ordenó la destrucción del Templo (una conmemoración de duelo que permanece en el calendario hebreo), y su sucesor, Adriano, ordenó la gran matanza de judíos de la historia. Sí, fue este emperador nacido posiblemente en Itálica (así llamaban los romanos a España), cerca de lo que hoy es Sevilla. Algunos se ocultaron, se disfrazaron, se mantuvieron; otros, la mayoría, consiguieron huir y comenzar lo que se llama Diáspora: el larguísimo exilio. La estancia en Palestina había durado mil años. La Diáspora dura casi dos mil: siguen viviéndola y sintiéndola dentro de ella los judíos que no han regresado a Israel. Pero habría que explicarles a estos niños, cuántos estados y sobre todo pueblos tienen esa antigüedad.
A estos maestros del engaño, a los reeducadores del odio, habría que decirles que nada distinguiría este exterminio y este exilio infinito del pueblo judío de tantos otros sufridos por otros pueblos en la historia de la humanidad a no ser por dos razones que se mezclan la una con la otra hasta ser inseparables.
Los judíos tomaron durante ese primer milenio una noción enormemente valorada de sí mismos. Su monoteísmo, como fuerza cultural y civilizadora, unificadora, les dio una superioridad sobre los demás pueblos próximos: la lucha por la vida, el apiñamiento religioso-estado, les envolvieron a unos preceptos duros, que no han perdido con el paso de los siglos. Raza, religión, costumbres, una capacidad extraordinaria de transmisión de generación en generación, fueron las sensaciones que les llevaron al exilio. Y esto es lo que algunos políticos españoles no entienden, y si lo entienden (sobre todo Zapatero y su equipo de colaboradores) lo hacen a la forma del extinto dictador: el judaísmo es malo, es el mal del mundo. De ahí su abierto apoyo al movimiento árabe, sin excluir el extremista. Y lo que es constatable no es discutible.
Volviendo al pueblo judío, esta es la primera de las dos razones básicas de su persistencia. La otra se la dieron sus enemigos. Dispersos por Asia, África y sobre todo Europa, fueron mal acogido en todas partes. Su propia cultura los llevo a la discriminación más atroz, la cual a su vez aguzó su necesidad de sobrevivir, de ayudarse mutuamente y de no perder su identidad.
Y lo que le deben enseñar a los niños de primaria es algo que tiene una relación muy directa con España y los judíos españoles. Porque una de las dos grandes ramas en las que se dividió la Diáspora, y que existen aún muy frecuentemente, son los sefarditas (de Sefarad, nombre que dieron a España), y la de los asquenazíes (desplazados por Europa). Pero los sefarditas, perseguidos especialmente a partir de la Reconquista, y por la Inquisición, huyeron hacia el norte de África y los países mediterráneos, y conservan en muchos núcleos el habla española del Renacimiento. Lejos de interesarse por ellos, el Gobierno español prefiere hacer una “donación” a los descendientes de los árabes que antiguamente ocupaban Al-Andalus. Eso sí, en reconocimiento a las “expropiaciones” de sus antepasados.
Mientras esta diáspora se extendió por Europa y por el mundo, Palestina seguía un destino incierto. Pasó por los romanos, que cayeron con su imperio; los judíos permanecieron siempre allí; se islamizó una parte; los Cruzados cristianos apenas se mantuvieron y el Imperio otomano fue el más largo, hasta su propia caída. Apuntaba en el mundo otro imperio, el británico, y llegaron los ingleses, que lo convirtieron en protectorado (formalmente, mandato) a partir de 1917. Pero nunca, jamás, ha dejado de haber una importante población judía en Palestina, tan discriminada como las de la Diáspora. Que es la otra forma de criminalizar al Estado de Israel por parte de una hipócrita comunidad internacional.
Pero a los niños también les habría que enseñar que las persecuciones europeas contra los judíos se han manifestado en estos siglos en todas sus gamas: desde las simples discriminaciones hasta los millones de asesinados en los campos de concentración de Hitler (entre 5 y 6 millones de personas, entre un 60 y un 90 por ciento, judíos), pasando por las matanzas locales (progromos), la obligación a vivir en barrios antiguos (guetos), la negación de estudios, títulos superiores o pertenecer al ejército, entre otras. Y todo esto, por lo que se ve, no se enseña en las escuelas de primaria en España. Pero lo más lamentable de todo es que el Gobierno no explique este posible brote antisemita en los colegios.
Desde Adriano, pasando por la Reconquista, los Reyes Católicos, la Inquisición y, ahora con la pasividad de un Gobierno que apunta para un lado claramente, España le vuelve a dar la espalda al pueblo judío, sobre todo a los sefardíes. Pues ellos también tienen derecho a recibir las “herencias” de sus antepasados, aunque sólo sea el reconocimiento como personas y descendientes de españoles. Pero por lo que se ve pasamos de Adriano a Moratinos.