Por Rebeca Perli
María Antonieta, María Estuardo, Erasmo, Balzac, Dickens, Dostoievski, son algunos de los personajes sobre los cuales Stefan Zweig (nacido en Austria en 1881) escribió biografías que forman parte de una vasta producción que incluye poemas, obras de teatro y novelas.
Pacifista acérrimo, se sintió profundamente afectado por el cariz totalitario en el que, desde la década de 1930, se había sumido Europa a la que él soñaba democrática y culturalmente unificada; pero, ante las circunstancias, tuvo el buen tino de emigrar a tiempo de su país de origen salvándose así de las redes del nazismo a las que estaba condenado por su condición de judío.
Alternó con prominentes intelectuales: Herman Hesse, Thomas Mann, Albert Einstein, Máximo Gorki, Rainer María Rilke, Auguste Rodin, Sigmund Freud, Arturo Toscanini, entre muchos otros. Viajero incansable, visitó Inglaterra, Italia, India, China, Japón, Egipto, Estados Unidos y Argentina, lo que hizo de él un ciudadano universal. En 1941, se radicó en Brasil, país sobre el que escribió un libro visionario: La tierra del futuro; allí, agobiado por quién sabe qué fantasmas, él y su esposa se quitaron la vida el 23 de febrero de 1942. En una carta de despedida escribió:
"De esta manera considero lo mejor concluir a tiempo y con integridad una vida, cuya mayor alegría era el trabajo espiritual, y cuyo más preciado bien en esta tierra era la libertad personal. Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto".
Injustamente olvidado después de su suicidio, se ha suscitado recientemente en Brasil un movimiento que aspira reivindicarlo y convertir en museo su residencia en Petrópolis. Stefan Zweig se lo merece.