Por Beatriz W. De Rittigstein
Circula un mito, común en activistas de extrema izquierda, que se resume en una oración sin sentido de la realidad: en el socialismo no puede haber antisemitismo.
Sin embargo, esa ficción referida al socialismo conexo con el totalitarismo comunista, no aguanta el rigor de una revisión histórica. Basta recordar como ejemplo, los numerosos episodios ocurridos en la extinta Unión Soviética, caracterizados por uno de los más cruentos antisemitismo, pues provenía del Estado, que lo usaba de acuerdo a su conveniencia política y geopolítica circunstancial.
El régimen soviético instauró métodos de persecución, maltrato y prohibiciones a su población judía. Asimismo se alió a enemigos de Israel a fin de promover internacionalmente, una imagen diabólica del Estado judío, aupando resoluciones en la ONU, que mostraban el doble rasero con que medían a unos y al otro, al cual procuraban deslegitimar.
Además, suministró armas a los países árabes que pretendían la destrucción de Israel, incluso soldados soviéticos participaron en los conflictos, especialmente en el manejo de misiles y tanques.
Recién, con el derrumbe de la URSS y la llegada de las reformas democráticas, los judíos de las antiguas repúblicas soviéticas pudieron organizar sus comunidades con autonomía y tranquilidad, gracias a una libertad de cultos más acorde con el sistema pluralista. No obstante, a nivel internacional, Rusia sigue proveyendo armamento y tecnología bélica a países que constituyen una amenaza para sus propios pueblos y para el mundo, entre ellos Irán y Siria.
No existen distinciones entre los autoritarismos, no importa su signo; da igual que sean de izquierda o de derecha, siempre serán arbitrarios y violentarán los derechos humanos.