Por Julián Schvindlerman
Gaza como la versión posmoderna del Ghetto de Varsovia, la valla de seguridad como el Muro del Apartheid, e Israel como el nuevo Hernán Cortés, son referentes estelares del nuevo canon secular del antisemitismo político contemporáneo. Las pasiones que despiertan las acciones de Israel y el nivel de involucramiento emocional de observadores supuestamente imparciales lucen llamativos. Especialmente a la luz de que ningún otro conflicto de gravedad mucho más acentuada en el orbe parece motivar una reacción siquiera fraccionaria de lo evidenciado cuando de Israel se trata.
El genocidio en Darfur (400.000 muertos y alrededor de 2.5 millones de refugiados), la guerra en el Congo (4 millones de desplazados), la represión rusa en Chechnya (entre 150.000 y 200.000 muertos, un tercio de la población forzada a abandonar sus hogares) y la guerra civil en Argelia (200.000 muertos entre 1999 y 2006), son las situaciones inmediatas que vienen a la mente. Pero no menos sorprendente luce la preocupación global por la suerte de los palestinos al notar el poco interés que otras instancias en las que los palestinos han sido maltratados ha despertado; instancias en las que los israelíes no estuvieron enredados, vale decir. Entre 1949-1967, Egipto y Jordania gobernaron a la población palestina de Gaza y Cisjordania, respectivamente. Dejando de lado el hecho de que ni Cairo ni Ammán promovieron la independencia estatal palestina, cabe señalar que desatendieron las condiciones económicas y sociales de modo tal que, conforme el profesor Efraím Karsh ha documentado, 120.000 palestinos cruzaron hacia el margen oriental y otros 300.000 emigraron al extranjero en ese mismo período.
El estado calamitoso en el que viven los refugiados palestinos confinados a campamentos miserables en países árabes hermanos solamente genera interés para sancionar a Israel. El Rey Hussein de Jordania masacró más palestinos en un solo mes de 1970 (entre 3.000 y 5.000) que lo que Israel hizo en décadas y ha sido sin embargo Israel la parte más sistemáticamente censurada por su trato a los palestinos. Los sirios han abusado de los palestinos con tal severidad que Abu Iyad, el número dos de la OLP, afirmó que esos crímenes “superaron aquellos del enemigo israelí”.
Kuwait castigó a la población palestina en su tierra luego de la alianza de la OLP con Saddam Hussein en 1991 al expulsar a esos inocentes trabajadores, y también hubo matanzas que llevaron a Yasser Arafat a lamentar: “Lo que Kuwait hizo al pueblo palestino es peor que lo hecho por Israel a los palestinos en los territorios ocupados”.
Durante el año 2006 solamente, más de 600 palestinos fueron asesinados en Bagdad y otros 100 fueron secuestrados por milicianos chiítas que resienten el buen trato a ellos dispensado por Saddam Hussein. Según relatos testimoniales, chiítas extremistas detuvieron a transeúntes en las calles y les exigían sus documentos de identidad. Si resultaba ser un palestino el desdichado era fusilado sin más. Esta situación fomentó una emigración palestina de Irak hacia Jordania y Siria, países que “han impuesto fuertes restricciones al ingreso de refugiados, dejando a muchos de ellos atascados en la frontera en condiciones crueles e inhumanas” según informó oportunamente el Jerusalem Post. ¿Y qué decir sobre los cientos de palestinos muertos en la guerra civil entre Hamas y Fatah del año 2007? ¿Por qué no hizo el novelista José Saramago peregrinaciones de solidaridad a Ramallah? ¿Por qué no inició Tony Judt un boicot académico contra la Universidad Islámica de Gaza? ¿Por qué no publicaron los intelectuales progresistas argentinos solicitadas en Página12 acusando a Hamas o a la Autoridad Palestina de genocidio? ¿Por qué no vimos editoriales adoloridos en los principales diarios del mundo? ¿Por qué no se reunió de urgencia el Consejo de Seguridad de la ONU para expresar preocupación?
El hecho de que prácticamente nunca ha despertado indignación mundial el sufrimiento palestino en manos de cualquier otro que no sea un israelí, a la vez que su sufrimiento ha provocado oleadas globales de enojo cuando ha sido causado por israelíes -aún cuando sus acciones han sido comparativamente pálidas a las de otros- es algo que las buenas conciencias de Occidente deberían explicar.
Y si el desprecio por Israel no está vinculado a los judíos, ¿por qué cada vez que hay una crisis entre Israel y sus vecinos, judíos son acosados en Europa? ¿Por qué, mientras Hamas confrontaba con Israel, fue profanada una sinagoga en Venezuela? ¿Por qué judíos que celebraban un aniversario de Israel fueron atacados en la Argentina? ¿Por qué la mayor cantidad de incidentes antisemitas ocurrió, por ejemplo en Gran Bretaña, a partir del año 2006 en coincidencia con el ataque de Hizbullah a Israel? Si no hay nexo alguno, ¿por qué le gritaron “judío sucio” al embajador israelí en España a la salida de un partido de fútbol? ¿Por qué ocurrió en ese país -donde según una encuesta de septiembre del 2008 de Pew Global Reserach el 46% de los locales tienen impresiones poco favorables de los judíos- la más grande manifestación popular anti-israelí de toda Europa? Si realmente no hay conexión alguna entre el antiisraelismo y el antisemitismo, ¿Por qué el diario secular italiano La Stampa publicó una caricatura con el niño Jesús en el pesebre mirando a un tanque israelí, diciendo “no me digan que vienen a matarme nuevamente”?