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Por Carolina Jaimes Branger
"Después de todo lo que he visto, ¿cómo mantener la fe en el ser humano?"
Escribo desde Jerusalem, donde tengo el honor de asistir, invitada por el Yad Vashem Internacional, al seminario del "Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión".
Jerusalem, como me lo esperaba, es una ciudad fascinante. La cuna de las tres principales religiones monoteístas, el ombligo del mundo, la ciudad de Dios, tiene menos de un millón de habitantes, pero toda la historia del mundo a cuestas. Y toda la tristeza también.
Visitar el Museo del Yad Vashem fue una experiencia que jamás olvidaré. Recordé a la periodista Idania Chirinos que cuando visitó  un campo de exterminio dijo que "había entrado caminando y salido de rodillas". Yo me sentí apaleada. Apaleada por la maldad, por la crueldad, por la miseria humana. Apaleada por el sufrimiento, por la destrucción, por el dolor. Apaleada por lo que se perdió y por lo que se dejó de vivir. Apaleada por los muertos y por los que quedaron vivos.
Apaleada por los viejos, por los adultos, por los jóvenes, por los niños. Un millón quinientos mil niños fueron asesinados sistemática y fríamente. ¿Cuántos Einstein, cuántos Freud, cuántos Sartre, cuántos Heifetz, cuántos Horowitz, cuántos tantos se perdieron en esos hornos? ¿Cuántos sueños, cuántas risas, cuántas esperanzas se llevó el viento de esas chimeneas? ¿Cuántos deseos de vivir, de amar, de creer se les arrebataron a los sobrevivientes?
Cuando uno piensa en seis millones de judíos asesinados, la cifra escalofría, sobrecoge, paraliza. Pero cuando uno piensa que cada uno de esos seis millones tenía una historia, una querencia, una vida, la dimensión del horror se hace infinita.
Y el hecho de que después de la Shoá haya habido más genocidios, y resuenen en nuestros oídos los nombres de Darfur, Rwanda, Kosovo y Timor Oriental, la pregunta que queda latente es ¿cómo mantener la fe en el ser humano?
La respuesta la obtuve el 27 de enero, coincidencialmente el Día Internacional para la Recordación del Holocausto, en el Kibbutz Lohamei Haguetaot. Fundado por un grupo de jóvenes judíos polacos, que durante su estadía en el Gueto de Varsovia se hicieron la promesa de vivir aquí. Sin olvidar, pero viendo hacia adelante, lograron sembrar anhelos y cosechar nuevas ilusiones: la prueba fehaciente del fracaso de Hitler. El Bien, que una vez más, se impuso sobre el Mal.

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