Por Rabino Iona Blickstein
El mundo de Rabí Moshé Ben Maimón (Ramban) – Maimónides es un mundo fascinante. No he vano se le ha llamado el guía de los perplejos de todas las generaciones, el gran águila y de otras, patentizando así la resonancia que tuvo su vida y su obra, trascendiendo también al mundo secular.
Maimónides fue un gran Aristoteliano y Aristotelista gran parte de su obra consistió en demostrar la relevancia de la filosofía griega en la religión. Luchó contra los que le sostenían que la filosofía y la religión eran dos enfoques contradictorios – dado que la filosofía se nutría de la razón y la lógica, mientras que la religión se apoyaba en la palabra revelada, ambos eran dos sistemas irreconciliables. El primero utilizaba la inteligencia humana, para descubrir la verdad y el segundo se avalaba con manifestaciones de divinidad para ese mismo propósito. Maimónides argumentaba que la filosofía era el vehículo a través del cuál se podía llegar a verdad religiosa. El sentimiento según Maimónides, no era suficiente para el encuentro con D-s, era necesario el raciocinio y la reflexión para entender y poder entonces aprender la verdad religiosa.
Maimónides se encontró con la enseñanzas de Aristóteles a través del célebre filósofo árabe Avicena, y se propuso demostrar la compatibilidad básica entre su filosofía y el judaísmo, puede que, dado que se encontraba en el medio intelectual, quiso demostrarse a sí mismo, la posibilidad de esta reconciliación para su propio sosiego y ecuanimidad espiritual.
Fue en su obra cumbre “More Nevujim” generalmente conocida como la “Guía de los Perplejos” o “de los Descarriados”, donde hizo posible el acceso de la razón a aquellos aspectos de la Torá, que están al alcance de la capacidad humana – obra que completó en el año 1.190.
Desde luego que había obstáculos. El judaísmo es la religión revelada a Moisés en el Monte Sinay, y sus enseñanzas básicas se encontraban escritas en la Torá y luego fueron ampliadas por las discusiones rabínicas recopiladas en el Talmud.
Para ordenar y poner una línea conceptual y coherente en las fuentes Talmúdicas, Maimónides compone su obra monumental “Mishné – Torá”, que constituye la primera codificación de las leyes del Talmud, con la innovación de dividirse en temas y no en Tratados. El Mishné Torá también es conocido como “Iad hajazaka” – la mano fuerte: pues la letra Iod= equivale al número diez, más la letra Dalet= que equivale a cuatro numéricamente dando un total de 14, que es igual al número de letras que componen esta obra monumental.
¿Qué lo llevó a escribirlo? Rabí Itzjak Alfasí (1.013 – 1103) lo había precedido con un resumen del Talmud en el que había excluido las prolongadas discusiones entre los sabios para transcribir casi textualmente los dictámenes finales de la ley. Fue sin duda alguna un logro monumental en mérito propio; pero hacia falta, con el correr de los años algo ordenado más sistematizado, más claro y más práctico y él se avocó a la tarea.
En su introducción al Mishné- Torá, escribe entre otros: “En resumen (mi objetivo al componer esta obra es) que ninguna persona tenga la necesidad de recurrir a ningún otro libro con respecto de tema alguno sobre la ley judía; pues mi compendio a de contener la Torá oral por entero… por eso le he dado el nombre de Mishné Torá (la ley que secunda la Torá), pues el hombre habrá de leer primero la Torá escrita y luego este código, y de él sabrá la Torá oral por entero, sin necesidad de leer entremedios ningún otro libro”.
Mencionamos que hubo obstáculos en el camino de Maimónides. Para Aristóteles el universo era entero. Esto se desprende necesariamente de sus teorías. El judaísmo por otro lado sostenía a través del Génesis, que hubo un momento de creación. El único Eterno es D-s. Todo el resto había sido creado en algún momento de la historia del cosmo.
D-s expreso su voluntad de crear el universo. ¿Por qué creo D-s el universo?, ¿con qué propósito? En realidad nosotros no tenemos la capacidad de comprender a D-s y de la misma manera que no podemos comprenderlo a El, no podemos comprender sus motivos. La única respuesta aparenta ser: “Por ser esa la voluntad divina”. Maimónides ya lo afirmó: La esencia de D-s es incomprensible para los humanos, solo podemos afirmar a D-s atributos negativos, tales como que no es corporal, no es injusto, no es malo, y así sucesivamente. Por lo tanto, todo lo que promueva existencia y ser, es moral; lo que destruya lo creado es inmoral, es malo; de aquí aprendemos que el hombre debe ser creador, innovador y constructor.
Si me permiten, voy presentarles, otro punto de vista: Nuestros sabios nos enseñan que no hay absolutamente nada que podamos decir acerca de D-s en un sentido positivo, fuera del hecho de que El existe. Sin embargo sí podemos hablar de su relación con el mundo.
Unas de las cosas que podemos decir acerca de D-s en esta forma, es que El es bueno; y no solo decimos que D-s es bueno si no que El también define al bien. Todo acto de D-s lleva en sí el bien más puro e infinito. Su bondad y su amor son las dos cualidades divinas más fundamentales, hasta donde podemos comprender y obran juntas dando como resultado su propósito. El salmista expresa esto al decir (Salmo 145:9) “Bueno es el Señor para con todos y Su misericordia sobre todas Sus obras”.
Decimos que D-s es bueno porque El actúa con misericordia. Ni su bien, ni su misericordia están limitados en forma alguna. Hay un canto que se repite frecuentemente y que habla tanto de la bondad de D-s como Su Misericordia dice, el Salmo 136:1 “Dad gracias a El señor, porque El es bueno; porque para siempre es Su Misericordia”.
Siendo así, dado que todos los seres humanos tenemos por tarea imitar a D-s en todas sus manifestaciones debemos apoyar, sostener y proveer el desarrollo de esta (La Creación), y hacer un mundo mejor.
Sin embargo, vemos que el mal existe en el mundo. El mal fue una elección del hombre, permítanme explicar el asunto: Mucha gente opina que en estos días es muy difícil creer. Vivimos en una generación que ha visto el brutal asesinato de millones de judíos, niños muertos quemados en Vietnam, bebes muertos en Biafra, donde volteemos encontramos hambre, pobreza y desigualdad, la gente buena sufre y la deshonesta parece prosperar.
Mucha gente se hace una pregunta legítima. ¿Por qué permite D-s estas cosas? ¿Por qué no hace algo al respecto?
Hasta cierto punto la respuesta debería ser obvia. Es el hombre no D-s quien trae la mayoría del mal al mundo (Sanhedrín 39b – Rashi) – D-s no hace las guerras, los hombres las hacen. D-s no oprime al pobre – los hombres lo hacen. Pero vuelve la pregunta: ¿Por qué creo D-s la posibilidad del mal? ¿Por qué permite su existencia? ¿Por qué le parece tan natural al hombre oprimir a su vecino y hacerlo sufrir?
Todo comenzó en el Jardín del Edén, fue allí donde el hombre cayó ante la tentación, también en el nivel físico al querer comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Este conocimiento se interpuso entonces entre los dos elementos del hombre, el animal y el humano.
Es este conflicto entre la naturaleza animal y humana lo que empuja al hombre en la dirección de mal pero aquí de nuevo, no se puede culpar a D-s.
La decisión de comer del árbol de la sabiduría trajo al hombre a conocer el bien y el mal, y la moralidad se transformó en motivo de conocimiento y elección consciente, ahora, el hombre tendría que luchar contra una nueva naturaleza, donde el animal y el ángel en él, se encuentran en conflicto.
Podríamos preguntar más, ¿Por qué no se puede haber creado al hombre mejor? ¿Por qué D-s no lo convirtió en ángel? de forma que fuera más ángel y menos animal.
También aquí la culpa es del hombre.
La prohibición de probar de la fruta del árbol era temporal, tres horas más, al entrar el “Shabat”, el hombre podía haber probado del fruto del árbol de la sabiduría – no tuvo paciencia; esto atrofió su desarrollo espiritual, haciendo dominante a la bestia.
Repasemos, las hojas sangrientas de la historia del mundo, y corroboraremos lo anteriormente dicho.