Por Bernardo Ptasevich
Si algo faltaba para que el conflicto de Oriente Medio tenga características particulares es la utilización de las tarjetas de crédito para perjudicar al enemigo. Esta aparece como la última innovación del imaginario terrorista. Robar y difundir información privada y sensible de los usuarios con el fin de perjudicar el funcionamiento de una parte de la economía del país, es también un atentado aunque esta vez la víctima sea el bolsillo del ciudadano israelí. Alguna vez pudimos imaginar una batalla entre las emisoras de tarjetas de crédito, utilizando herramientas de marketing y estrategias comerciales intentando captar la mayor porción del mercado.
Pudimos pensar también que se desataría en alguna ocasión una guerra de rebajas en las comisiones y gastos que se cobran a los comercios o a los usuarios. Si estos hechos hubiesen sucedido habrían recibido una gran bienvenida porque desembocarían en una competencia más transparente y en mejor servicio. Autores de libros de ficción pudieron escribir sobre todo tipo de fraude, estafas de plástico que imaginaron en su mente y convirtieron en argumentos literarios. Pero la realidad supero a la ficción. Un joven árabe de 19 años, (aunque algunos dicen que se trata de una organización de hackers), dio el jaque mate a miles de usuarios israelíes de tarjetas de crédito y a las compañías que las emiten. Aún no se sabe como terminará este asunto y cuáles serán las decisiones de las empresas o del gobierno que apunten a defender a los consumidores.
La pérdida de confianza afectara al mercado
Estos episodios ponen en tela de juicio el tema de la seguridad en las transacciones de crédito. Cuando el cliente no está presente para firmar el cupón en el momento de la compra y realiza compras telefónicas o por Internet, aumenta el riesgo de fraude en forma considerable. Hechos como éste generan una gran pérdida de confianza, suficiente para crear pánico en los usuarios. Muchas empresas verán reducidas sus operaciones con riesgos de tener que cesar la actividad si no cubren sus gastos y generan perdidas. Si ya había reticencia en hacer operaciones online y vía telefónica, el hacker árabe ha aplicado con su accionar delictivo un golpe de nocaut al sistema.
Una gran fábrica de juicios
Los abogados de parabienes. Los conflictos entre los usuarios y las emisoras del instrumento de crédito se multiplicarán cada día. Ninguna de estas empresas actúa a favor del cliente y lo culpará de dejar sus códigos en la red o de otros errores en procura de transferirles la responsabilidad de lo sucedido. Entrará a funcionar el conocido "pague primero y reclame después", lo que dará lugar a una urgente consulta con un profesional. Si el usuario no acepta pagar lo que le piden se verá afectado en su crédito y no podrá recurrir a otras fuentes de financiación por incumplimiento. Para colmo de males este episodio tiene condimentos extraordinarios. Toma a los contendientes de un grave conflicto como lo es el árabe israelí para potenciar la resonancia pública del hecho delictivo que tiene su raíz en la política internacional. Cada vez que se inician conversaciones de algún tipo que puedan trazar una ruta hacia la paz, alguien se encarga con sus declaraciones o sus hechos en arruinarlo todo.
Solo la punta del ovillo
Esto recién comienza. No todas las direcciones y códigos fueron publicados.
En declaraciones a la prensa difíciles de explicar, amenazan con presentar nuevas listas y nuevos datos confidenciales. Estas acciones no persiguen un fin económico ya que se ataca solamente a personas israelíes. El fin es netamente político y tendrá una respuesta política. El gobierno israelí dice que tratará a los culpables como terroristas y tomará medidas para castigarlos.
Por su parte hackers israelíes amenazan con utilizar la justicia por mano propia, aplicando el famoso "ojo por ojo y diente por diente". Estiman que pueden conseguir también miles de datos de usuarios árabes para publicarlos en venganza. Las autoridades de Arabia Saudita ponen las barbas en remojo y dicen que temen un ataque cibernético israelí a los bancos de ese país.
No parece razonable que Israel quiera hacerlo, ya que tiene que lidiar en estos tiempos con verdaderas amenazas a su existencia como nación. Todo parece indicar que las intenciones nucleares de Irán superan en peligro a la infidencia de los datos de las tarjetas de crédito israelíes. El peligro que supone el accionar iraní dificultando el transporte de petróleo parece ser también mucho más urgente e importante.
Las amenazas de Hamás y de Hezbollah, los efectos de la primavera árabe y la posible caída del presidente Assad hacen que este episodio no tenga la importancia que los medios le han atribuido. La existencia de los Hermanos Musulmanes en el gobierno de Egipto y la presencia de sus filiales en todos los países de Europa también parece ser una amenaza mucho más peligrosa. El giro del primer ministro de Turquía y su acercamiento a Ahmadinejad es otra preocupación de gran importancia. Las permanentes condenas de la ONU a la mínima acción israelí y la pasividad que muestra ante los atropellos de las organizaciones terroristas hacen que lo de las tarjetas de crédito se convierta casi en un juego de niños.
La sangre no llegará al río
En definitiva este episodio quedará en la historia como un delito más de los tantos que cometen los genios de la computación, muchas veces amparados en la impunidad que puede otorgar el anonimato en la red.
Sin embargo vemos que ese anonimato se pierde cuando se cometen errores y se logra ubicar a los responsables de los hechos. En este caso y en todos los que involucren hackers los errores son voluntarios ya que ellos desean que sus logros sean conocidos por la mayor cantidad de personas posible.
De otra forma no tendría objeto para ellos hacer lo que hacen. Por eso desean darle la mayor difusión posible, dan entrevistas a medios de difusión del país perjudicado y tratan de ganar fama mediática a pesar de los riesgos legales. Las empresas que se dedican a la seguridad en la red deberán trabajar horas extras para evitar que esto se repita como algo habitual.
Hoy día cualquier chico de 12 años que pase varias horas conectado y con un poco de instrucción es capaz de conseguir ingresar en computadoras de otras personas y acceder a todo tipo de datos. Solo faltaría que los hackers empiecen a utilizar menores de edad en sus ataques para evitar los castigos que conlleva su delito. Israel tiene que velar especialmente por la seguridad en la red y tiene la tecnología para hacerlo. Esperemos que esto no afecte la libertad que hoy tenemos para escribir y leer lo que deseamos. La libertad trae aparejado riesgos, pero no hay nada más lindo y necesario que esa libertad.
Fuente: Aurora Digital