Por Beatriz W. De Rittigstein
Debido a los incendios que devastaron trechos del Parque Nacional Torres del Paine en la Patagonia chilena, arrestaron a un mochilero israelí, Rotem Singer, a quien acusaron de iniciar el fuego. Sin embargo los hechos no están claros; resulta evidente que fue un accidente y no un asunto premeditado. Peor aún, sabemos que Singer acampó a un kilómetro del área, un día antes de desatarse el incendio; luego, no tuvo una traducción adecuada. Y, la zona enfrentaba una fuerte sequía, con olas de calor, al punto que hubo unos 20 incendios.
Independientemente de si Singer es culpable o no, la situación incitó una serie de episodios antisemitas. El mismo joven recibió varias amenazas. En el juzgado, una turba furiosa expresó manifestaciones de odio, entre ellas, gritos de "judío asqueroso".
Más allá del juicio, al igual que a través de los siglos, el supuesto crimen de una persona fue achacado a todo el pueblo judío. De la injusticia con el joven, se generalizó la acusación hasta convertirse en antisemitismo de Estado, pues dos legisladores señalaron que era una conspiración por parte de Israel, responsable de enviar de forma encubierta tropas a la Patagonia, a fin de apoderarse de la región. Incluso se revivió el mito del "Plan Andinia".
En 2005 ocurrió un incendio provocado por la imprudencia de un turista checo, Jiri Smitak; durante la excursión, su cocinilla a gas explotó en un área de pastizales no autorizada para acampar. Pero, en aquella ocasión no se vieron calumnias ni agresividad; simplemente fue procesado.
Esta brutal diferencia no sólo ocurre en Chile. Resulta lamentable que últimamente en Venezuela vivamos eventos de ese tenor, en los cuales la condición religiosa de alguien sirve para inculparlo.