Por Rebeca Perli
Conocido es el cuento del marido que sorprende a su esposa y a su mejor amigo en actitud comprometedora en el sofá de su casa y, para que esto no vuelva a suceder, decide… vender el sofá.
Si bien esto es solo producto de la picardía popular, la analogía no deja de ser aplicable a la cotidianidad: Como no es seguro estar de noche en la calle, hay que recogerse temprano en casa; como, aun de día, es peligroso transitar por algunos lugares, se opta por no acercarse a ellos; como hay un hueco enorme en el camino al trabajo, la alternativa para no caer en él con carro y todo, es dar vueltas por los caminos verdes. Si en el hospital no hay alcohol, algodón, inyectadoras, etc., no importa, se trae todo. Hace un tiempo leí en la prensa que una dama internada en un hospital falleció como consecuencia de traumatismos por haber caído en el hueco que había en uno de los pasillos de ese centro asistencial, cuyo director, como solución, "prohibió a los pacientes que salieran de sus cuartos a caminar, pues así se evitarían otros hechos como éste". Mientras escribo estas líneas me llega la noticia de que "un niño de 6 años de edad se electrocutó luego de pisar un charco de agua y tropezar con un poste mientras jugaba en los espacios del Jardín Terapéutico del Hospital Victorino Santaella", en Los Teques.
En cuanto al hampa, bien sea por temor a represalias, o porque consideran que igual no se hará justicia, los familiares de las víctimas de homicidio, por lo general, se abstienen de denunciar el crimen. Ni siquiera resguardarse en casa es solución ya que, ¿cuántas vidas, especialmente de niños durmiendo en sus camas, no han sido arrebatadas por balas perdidas?
Tal vez la solución no sea, precisamente, vender el sofá.