Por Adrián Liberman
Este 27 de enero se conmemoró un nuevo aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz. Este nombre se ha constituido en sinónimo de barbarie y crueldad y su existencia es un recordatorio de los extremos de degradación a los que el ser humano puede llegar. A casi siete décadas de su ocurrencia, sigue siendo complejo entender el Holocausto y sus secuelas.
Probablemente una de las cosas más horrorosas del exterminio que implementaron los nazis fue la cuidadosa planificación burocrática, la previsión de todos los detalles administrativos y la meticulosidad con la que fue ejecutado. El psicoanálisis y algunos psicoanalistas han hecho esfuerzos por contribuir a la comprensión de este hecho. Uno de ellos fue Bruno Bettelheim, quien padeció en carne propia el infierno de los campos de concentración. Probablemente, el Holocausto sea la prueba más palpable de la potencia que puede alcanzar la pulsión de muerte.
El carácter irracional del hombre, su capacidad destructiva se puso de manifiesto bajo un cariz de tarea administrativa. Se racionalizó este comportamiento mediante la deshumanización de sus víctimas, se les quitó toda seña, todo indicio de ser semejantes a sus verdugos. Si se "reifica", si se convierte al otro en una cosa, se hace posible exterminarlo con menos o ninguna culpa. Auschwitz fue el estadio terminal de un proceso que comenzó mucho antes, y que fue justamente el progresivo despojo de toda seña de humanidad de las víctimas del nazismo.
Otro aspecto de la perversidad del Holocausto estuvo en su pretensión unificante, en su rechazo paranoide a toda diversidad, a todo disenso. Por ello grupos como los judíos o los gitanos eran insoportables, por su resistencia a fundirse en la masa. Como también fueron exterminados los homosexuales, las personas con retraso mental, los comunistas.
El totalitarismo es un sistema paranoide, que desconfía de todo aquello que se distinga del discurso oficial. Auschwitz es un síntoma de la cotidianeidad del mal, de cómo la destructividad puede hacerse parte de la vida de la gente, al punto que los habitantes del pueblo homónimo declaraban que jamás sintieron los olores de los crematorios del campo. Ceguera histérica, negación maníaca, mentira deliberada, esto último sustenta el aserto psicoanalítico acerca de la ubicuidad de la agresividad y el odio en el funcionamiento mental del ser humano.
Auschwitz debe continuar erecto, como doloroso recordatorio de los abismos a los que el hombre puede precipitarse cuando se aliena a la barbarie.
Debe servir para recordar que cuando el pensamiento retrocede, sólo queda espacio para la destrucción y la locura.
Fuente: Diario Tal Cual